EL MEJOR REGATE ES UNA PARED

Lo aprendí pronto. Por pura supervivencia. En mi barrio, lleno de recovecos y callejones, yo era el más canijo. Así que mi única posibilidad de superar a aquellos que eran más fuertes, más rápidos y mejores (es decir, todos los demás) estaba en hacer la pared con los muros de piedra antes de chutar a portería. Sólo de esta manera podía competir con los gigantes de mi infancia.

Sin saberlo conscientemente aprendí que la pareja es anterior al elemento aislado, que en nuestro deporte el dos es anterior al uno, que sin dos no hay uno, que sin pared no hay fútbol sala, que sin un tuya-mía no hay recompensa. Y aprendí que la pared es capaz de destrozar cualquier tipo de defensa, ya sea en zona o al hombre, ya sea más agresiva o más contemplativa. La pared acaba con cualquier muro. Porque el mejor regate es una pared.

Solemos identificar la técnica con lo que hoy en día los más jóvenes llaman “skills”, es decir, llevar el balón abrochado al pie, ser capaz de hacer mil malabares y no dejar de hacer regates inverosímiles. De hecho, hay una gran industria montada alrededor de las habilidades en el deporte (con tutoriales y bautizos de nuevas filigranas). Sin duda, el entrenamiento de este tipo de destrezas mejora al jugador. Pero los que verdaderamente tienen una técnica depurada y entienden la esencia de este deporte juegan sencillo, lo más simple posible. Y dan el menor número de toques. Porque saben que la pelota es como el agua, un bien escaso. Y hay que administrarla bien.

Sí, ya sé que estar en contacto con la pelota nos da más seguridad. De ahí que usemos más toques, más conducciones y más regates de la cuenta. He conocido jugadores que en el típico partidillo a un toque hacían bicicletas y se liaban con las sumas y las restas. Pero el fútbol sala es un juego eminentemente rápido. Aquello que lo haga más lento hay que desecharlo. Aquí se viene a competir. Y para ello necesitamos las paredes al primer toque. Porque, no lo olvides nunca, el mejor regate es una pared.