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Blog Uría: En noches así

Rubén Uría

Actualizado 04/06/2017 a las 13:47 GMT

Este Madrid es, con diferencia, el mejor equipo de Europa. Lo habría sido en caso de perder y ahora, que ha ganado, lo sigue siendo porque el título le avala.

El Real Madrid celebra la Champions

Fuente de la imagen: Getty Images

A estas alturas de la película, conviene no mentir. Quien esto escribe es del Atlético. Sí, periodista y con colores confesos. Que, aunque ustedes no lo crean, se puede. Entre otras cosas, porque en el periodismo, como en la vida, no existe nadie objetivo. Todos, en mayor o menor medida, somos subjetivos. Dueños de nuestras palabras o esclavos de nuestros silencios. O incluso, alterando el orden de los factores porque eso no altera el producto, somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras. Uno es del Atleti y aunque en estos tiempos que corren tiene más rédito ser forofo que honesto, les diré que, desde hace meses, vengo sosteniendo que el Madrid es, con diferencia, el mejor equipo del mundo. Como de fútbol y medicina, todo el mundo opina, ahí va mi teoría: el Madrid tiene más millones que nadie, mejores jugadores que nadie y mejor genética competitiva que nadie, porque la historia – aunque los gurús de new age nos quieran convencer de lo contrario-, en fútbol, pesa un quintal. Pero todos esos recursos de calidad, incluso los legendarios o los financieros, ya los tenía el Madrid antes de hoy. Lo que ahora tiene el Madrid es un equipo, uno en toda la extensión de la palabra.
Sí, este Madrid, por fin, ahora es un equipo tremendo. Uno que se mueve como un hombre sólo. Uno que ya no es un conjunto de tenores donde cada uno canta lo que le da la gana. Uno donde la colección de cromos cara ha pasado a mejor vida. Uno donde los egos se supeditan al interés del equipo y no al revés. Uno donde sólo se habla de fútbol y donde sólo se conjuga el verbo gana. Sí, se puede ser del Atlético y decirlo. Uno no es menos colchonero por reconocerlo, ni peor periodista. A uno no le dan premios a la popularidad por confesarlo, pero la verdad no es triste, sino que no tiene remedio. Y en noches tan especiales como esta, donde las emociones se comen la razón y donde los sentimientos sólo entienden de camiseta y no de certezas, escribir unas líneas que contengan algo de verdad resultan una osadía. Sí, el Madrid es el mejor. Lo es porque lo demostró ante el Nápoles – un buen equipo-, ante el Bayern – un grandísimo equipo-, el Atlético – que con Simeone es el único que de verdad hace dudar al Madrid-, y ante la Juventus, que fue de más a menos y acabó pasada a cuchillo por el Real en Cardiff.
Corren malos tiempos para la lírica y en este fútbol-periodismo que milita tanto como opina y que descalifica tanto como desacredita, se suele pagar un precio elevado por contar la verdad de uno. Como a servidor no le pagan por apasionarse, sino por opinar sobre lo que ve, paguemos el peaje que sea necesario. Digamos que el Madrid es doce veces leyenda. Digamos que ganar doce Copas de Europa no es una lotería. Tengamos a bien reconocer que la Copa de Europa es la competición fetiche del Madrid, que la creó, la impulsó, la ganó y la prestigió. El Madrid, que en sí es una bestia programada para ganar, un equipo que gana cuando juega bien y también cuando lo hace mal, volvió a cumplir la ley no escrita: no juega las finales, las gana. Su última conquista en Cardiff, un paseo militar comparado con la agonía de Lisboa y la incertidumbre de Milán, le sirve para engordar su mito. Gana el doblete, 59 años después, conquistando Liga y Champions. Es el primer equipo que logra dos entorchados consecutivos desde el cambio de formato de la competición. Así es el Madrid, una trituradora. Uno se alegra efusivamente por Zinedine Zidane, como se alegra cuando ve que, en la vida, el campo es para quien lo trabaja. Parche, alineador, político, marioneta, novato y jarrón caro. Todo eso se dijo de un tipo que ha respondido a cada profecía con una sonrisa en la boca y a cada reproche, con un título.
En noches como estas, si uno ama el fútbol, si uno quiere ser fiel a su pasión, si quiere ser honesto, sólo cabe reconocer, sin reservas, sin suertes ni excusas, sin árbitros y sin politiqueos, que este Madrid es uno de los mejores de toda su historia. Un equipo rico en recursos, completo en mil suertes, que defiende con pasión y ataca con dinamita, que siempre sobrevive en cada momento de dificultad y que, cuando pisa el acelerador, no tiene rival. Sí, uno es del Atlético. Sí, uno puede ser de un equipo rival y reconocer las virtudes de otro equipo. Sí, uno puede y debe hacerlo, aunque esté mal visto. Aunque no esté de moda. Aunque te miren mal. Uno entiende que esta noche haya miles de personas que no querían que el Madrid fuera otra vez Campeón de Europa, como se entiende que media Italia no fuese con la Juve. Así es el fútbol, así son los colores, así es la condición humana. No hay nada malo en ello. Como tampoco lo hay en saber que a uno, que le pagan por opinar sobre lo que ha visto y no por apasionarse, le apetezca repetir, por tierra, mar y aire, la teoría que ha venido defendiendo los últimos meses: este Madrid es, con diferencia, el mejor equipo de Europa. Lo habría sido en caso de perder y ahora, que ha ganado, lo sigue siendo porque el título le avala.
Gary Lineker dijo que el fútbol es un deporte de once contra once en el que siempre ganan los alemanes. De un tiempo a esta parte, la frase se vio modificada individualmente y Messi, el mejor de todos los tiempos, la reconvirtió, pasando a definir el fútbol como un deporte de once contra once en el que gana Messi. Y desde esta noche, la frase cobra otro sentido totalmente diferente: el fútbol es un deporte de once contra once en el que, cada vez que hay una final, siempre gana el Real Madrid. Su verbo favorito es ganar. Su historia se basa en ganar. Su ADN es ganar. Y su razón de existir, ganar. Otros, que sabemos que lo normal es perder y que creemos que ganar es lo extraordinario, elegimos otro equipo diferente. Otra identidad. Otra razón de ser. Otra pasión. Otro orgullo. Y sin embargo, incluso en estos tiempos que corren donde la bufanda sustituye a la razón, no nos duele en prendas reconocer al mejor cuando le vemos. Este Madrid ha sido el mejor. Y sí, soy del Atlético. Y sí, soy periodista. Y sí, no importa lo que piensen de uno, porque la verdad no entiende de colores, de afectos, de identidades o de menosprecios baratos.
Enhorabuena a los que siempre ganan porque han vuelto a ganar. Y felicitaciones a los que, cuando no ganan, son felices por seguir siendo diferentes, incluso en las noches que más cuesta seguir siéndolo. Los madridistas querrán que esta noche no se rompa nunca. Incluso en el caso de los más agrandados, esos que, abonados al festejo permanente, ya ni siquiera celebran algo que otros matarían por poder festejar. Enhorabuena a los madridistas. Y a los que no lo son. Esos, también son de Dios. En noches así, cuando la vida se saca un conejo de la chistera, conviene festejar siempre. A los del Madrid les conviene disfrutar la celebración al máximo, porque han conseguido hacer aquello para lo que nacieron: ganar. Y a los que no lo son, les conviene reconocer al vencedor, sin reservas, de corazón, para inmediatamente, redoblar la convicción natural con la que crecieron: ser diferentes a los que siempre ganan. En la vida puedes cambiar de coche, de casa y de pareja, pero no de pasión. Y sí, se puede seguir siendo fiel a la tuya y abrir los ojos para reconocer a otros que no sienten lo mismo que tú. En eso consiste la vida. En ser humilde siempre, ganes o pierdas. La vida nos enseña que cuando uno gana está más cerca de la derrota y que, cuando uno pierde, la victoria siempre está cerca. La verdadera gloria está más allá de la victoria y la derrota. Consiste en ser feliz siendo quien eres y formando parte de aquello en lo que crees. Al fin y al cabo, el fútbol, como la vida, consiste en sentirte orgulloso de ser quien siempre has querido ser. Y en noches así, aún más.
Rubén Uría / Eurosport
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