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Blog Uría: Aquí un tipo que no es 'torrista'

Rubén Uría

Actualizado 21/04/2016 a las 22:19 GMT

Torres ha vuelto porque, en realidad, nunca se fue. Decían que estaba acabado, pero está sepultando a sus críticos con goles. Merece respeto.

Fernando Torres (Atlético de Madrid)

Fuente de la imagen: EFE

Aquí un hereje del 'torrismo'. Una minoría en mitad del abrumador y merecido cariño que la religión rojiblanca profesa por un tipo ejemplar. Quien esto escribe siempre ha pensado que Fernando José Torres Sanz es un ariete de condiciones naturales excepcionales y que, de haber pulido su precisión y puntería, habría sido un nueve universal, de época. En mi tara crónica, ceñida al gusto particular, siempre busqué ingredientes para no enamorarme de Torres: más asociación, más precisión en los controles y más instinto asesino. Sin embargo, uno, que no es torrista, se siente en la obligación moral de hacer justicia sobre su figura. Torres, amado de manera incondicional por la hinchada, por ser embajador en los años de plomo y por cargar en soledad con el peso muerto de una institución enferma, se ha vuelto a ganar el respeto de quienes se lo habían vuelto a faltar. Otra vez, y la novela ya va por la décima temporada y el capítulo 2.500, el tipo que abría miles de bocas las ha vuelto a cerrar. Uno, que debió haberlo tenido tan claro como María José Navarro, Gómara, Iñako o Petón, nunca tuvo a Torres en el primer lugar del santoral colchonero. Y sin embargo, uno no podría dejar de reconocer que, en justicia, Fernando no sólo es emblema atlético y estandarte de su identidad, sino un extraordinario delantero. Uno que cuando no está bien, suma. Uno que, cuando está en forma, sigue siendo el mejor de España. Con él nunca existe el término medio: los hay que sostienen que está sobrevalorado y que lleva una vida viviendo del gol de Viena; y los hay que han invertido su tiempo en informarse del palmarés de un tipo que llegó a ganar un Balón de Bronce, algo de lo que no podrían presumir algunos de los mejores jugadores españoles de la historia, algunos de los cuales tendrían que haber nacido siete veces para igualar las cifras y trofeos de Torres. Algo tendrá el agua cuando la bendicen. El contraste mediático siempre estivo ahí: Torres odiado y Torres amado. Fernando el protegido o Fernando el ninguneado. El ying y el yang del fútbol español. De ahí mi imperiosa necesidad por hacer justicia con Torres y con su impagable afán de superación. Uno nunca fue torrista, pero siente profunda admiración por él. Y es compatible.
Al fondo de la nebulosa que siempre envuelve el debate sobre Torres, emerge la suma de factores que han conseguido que Fernando se haya convertido en el nueve que el Atlético necesitaba en el tramo final de la temporada. En primer lugar, ha tenido continuidad. La que demandaba. La que no tuvo con la presencia de Mandzukic y Jackson Martínez, apuestas del club para la titularidad, con los compitió internamente con honradez, trabajo y sacrificio, intangibles invisibles para los periodistas, pero cualidades apreciadas por entrenador, grada y vestuario. En segundo lugar, una micro-pretemporada específica. Simeone, gran valedor del fichaje de Fernando, diseñó una puesta a punto especial para potenciar la mejor versión de Torres. El Cholo, que encuentra una solución para cada problema, buscaba una réplica de Costa para acuchillar la espalda rival. Dicho y hecho. Tras pasar por chapa y pintura, Torres se ha consolidado cayendo a banda, siendo explosivo y haciendo un trabajo impagable en la presión. Y en tercer lugar, Torres ha multiplicado su poderío realizador gracias a Koke. Simeone parece haberle liberado de la intendencia, le ha reubicado como enganche, más cera de los puntas, haciéndole jugar por dentro. Y ahí, en ese rol, ha formado una pequeña sociedad letal con Fernando. Uno filtra el pase y otro la manda a guardar. Torres, que ha muerto y resucitado más veces que cualquier otro jugador en activo, se encuentra en su plenitud: una que sólo se entiende desde el gran angular de su compromiso con la entidad y desde el sumatorio de tres factores claves, continuidad, puesta a punto y su gran socio, Koke. Algunos se frotaban las manos escribiendo la enésima esquela de Fernando. La realidad es que el Peter Pan del Atlético ha vuelto a sepultar a sus odiadores profesionales con la cal de sus goles.
A bote pronto, mientras el Calderón ruge con su ídolo eterno, asoma un tema espinoso, su futuro. Ese del que Fernando nunca ha abordado protegiendo sus intereses, como harían otros, haciendo gala de una elegancia extraordinaria. El equipo, por delante de su ego. La directiva, que de puertas hacia afuera se llena la boca de hablar de ídolos y de puertas para adentro se lavó las manos para dejarle el marrón a Simeone, sigue calculadora en mano. Y el Cholo, que no se casa con nadie, que entiende que no hay nada ni nadie por encima del equipo, se llame como se llame, marcó una línea roja: el rendimiento. Si Torres rendía, Torres seguía. Y Fernando, que ya no es aquel junco en llamas de Liverpool, ni aquel potro desbocado de su primera etapa en el Manzanares, está respondiendo con hechos. Primero asumió el rol de soldado que le encomendó el entrenador. Después jugó menos minutos de los que habría deseado y lejos de alborotar o quejarse, sometió su situación personal al interés del colectivo. Si jugaba, lo daba todo. Si era habitual del banquillo, celebraba los goles como si fuesen suyos. Hoy Torres ha hecho buena la máxima de Simeone: el trabajo siempre paga. La recompensa de Fernando, cinco goles en sus cinco últimos partidos, un registro que no había logrado jamás en toda su carrera deportiva. Ni en Liverpool, ni Londres, ni Milán. Se encuentra con confianza, feliz, valorado y dispuesto a entregar lo mejor de sí mismo. Sabe qué camiseta defiende porque está enamorado de ella y sabe a quién representa, porque él, como dice Sabina, también ha llorado alguna vez dentro del Calderón.
Despreciado en su día por decir no al que no se puede decir no, objeto de comentarios insanos, de bromas pesadas y siendo carne de meme, Torres ha respondido con hechos a los que decían que estaba acabado. Ha trabajado con generosidad y grandeza, ha creído y como siempre, ha podido. El nunca ha cambiado, sus fiscales sí. Los que decían que era un paquete y llegaba al Atlético para cobrar la jubilación, son los mismos que ahora, sin vergüenza alguna, gritan Torres selección. País. Intenso, inteligente y eléctrico, Fernando ha vuelto. Entre otras cosas, porque nunca se fue. Y más allá de tratar de comprender que Torres es el Atleti porque el Atleti es Torres, más allá de ese diario íntimo que significan dos historias entroncadas por un amor para toda la vida, sería conveniente que la opinión pública asumiese que Fernando no es Van Basten, pero tampoco un paquete. Es un tipo que merece un respeto. Nadie debería volver a faltárselo jamás, porque sería del género idiota. Torres es un símbolo atlético, pero más allá de eso, es un espejo para el prójimo. Es un tipo de mirada limpia y valores. Alguien que ha crecido usando la humildad como trampolín y nunca como sofá. Uno no es torrista, pero quién podría negar a Fernando su capacidad para reinventarse y salir triunfador de todos los desafíos deportivos y emocionales que la vida le ha planteado. Simeone dice que ser del Atleti consiste en ser persistente, competitivo y luchar contra las dificultades. Y eso es precisamente lo que define a Fernando José Torres Sanz. Es alguien que siempre lucha contra la dificultad y que jamás se rinde. Un señor que se merece un respeto.
Rubén Uría / Eurosport
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