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Blog Uría: Quien resiste, vence

Rubén Uría

Actualizado 28/04/2016 a las 00:34 GMT

Dos equipos gigantescos, un partido extraordinario y un público entregado. El Calderón vibró con el triunfo del Atlético ante un gran Bayern.

Saúl celebra junto a Koke el gol del Atlético de Madrid al Bayern

Fuente de la imagen: EFE

Hay partidos que nacen viejos antes de empezar. Este tenía casi medio siglo y lo llevaban esperando generaciones enteras de atléticos, de abuelos a padres, de padres a hijos. Y en esta ocasión, en esta segunda oportunidad vital, que no revancha de Bruselas, el Atlético besó en la boca a la victoria, abrazado a su resiliencia y a cincuenta mil almas entregadas a una pasión. Enfrente, un Bayern gigantesco, una mole de talento, trufada de la genialidad táctica de Guardiola, el alquimista más puro del planeta fútbol. Un adversario de una estatura futbolística gigantesca, una selección de estrellas de la ONU con tanta categoría en sus botas como para liquidar a cualquiera. Consciente del desafío, Simeone advirtió en las horas previas: las guerras no siempre las ganan los que tienen más soldados, sino los que los utilizan mejor. Así que el Cholo, que hace de necesidad virtud y de virtud obligación, se arremangó para poner sus cinco sentidos en la tarea. Él propuso y su horda dispuso. El plan, el habitual: luchar hasta el desmayo. La orden del general, tajante: dominen el miedo y el dolor, peleen hasta el fin, y si sobreviven, aniquilen al enemigo. Dicho y hecho, porque el Atlético no juega, el Atlético emociona. Es un grupo que derrocha entusiasmo. Y a veces, con eso, basta y sobra.
'A morir, los míos mueren. No temen a la muerte'. Primero de cholismo, versículo doce. Fieles a su profeta, los jugadores del Atlético fueron ministros de la muerte desde el inicio. La tropa de Simeone descargó una tormenta perfecta, presionó arriba y sentó a Guardiola en la silla del dentista durante 20 minutos. Fue la enésima demostración de que Simeone, estratega único, vive de su instinto. Y si la intuición es la velocidad punta del cerebro, como dice Valdano, la del Cholo alcanza la velocidad de la luz. Visualizó el partido en su cabeza, apostó por quitarle el balón, el bien más preciado para el Bayern, en el inicio, y esa maniobra cogió al ogro bávaro con el pie cambiado. Gabi orquestó una presión asfixiante, Koke filtró pelotas de oro, Torres batalló con los centrales, Griezmann apareció entre líneas y Saúl coronó el arreón rojiblanco con un gol que podría haber rubricado Messi y que podría formar parte de la mejor antología de Maradona. Amagó a un lado, salió hacia el otro, burló a dos rivales y pisó área, tiró una bicicleta eléctrica, se perfiló para su siniestra y colocó la pelota con la zurda en el único sitio donde ni Neuer ni toda su familia habrían podido llegar. En la misma base del palo. Un gol maradoniano para Saúl, un baluarte made in Simeone. Un tipo que personifica la mejor metáfora de qué es este Atleti: un equipo capaz de pelear a muerte cualquier balón dividido y de sorprender con una calidad extraordinaria. Capaz de ser guerrillero y de ser artista. El tanto hizo volar al Atlético. El primer objetivo del Cholo se había logrado: marcar. Ahora faltaba la segunda parte del plan: portería a cero. Consigna nueva desde el banquillo: cabeza fría, corazón caliente.
Durante el primer acto, el Bayern, desubicado por el tifón atlético y sus propias dudas, optó por mirarse en un espejo desalentador: mucha posesión, poca profundidad. Después del descanso, Guardiola recompuso, alteró el dibujo, exploró las esquinas más recónditas del muro rojiblanco y descubrió grietas. Apareció Douglas Costa, percutió un inmenso Vidal, lo rozó Lewandoswski y Alaba estrelló una pelota en el travesaño. Preparado para la guerra y con el kit de supervivencia habitual, emergió el Atlético. Ese que siempre sale ileso de cualquier bombardeo, ese que hace del sufrimiento un deporte olímpico, ese que tiene una defensa que parece la Guardia de la Noche y que tiene un portero que se llama Oblak, pero que podría llamarse perfectamente Jon y frenar a cualquier caminante blanco. Golpeó el Bayern una y otra vez durante minutos que parecieron una vida. Lo hizo con insistencia, finura y clase, después de abrir el campo y meter toda la artillería, pero el Atlético, lejos de caer, resistió. Guardiola metió más madera. Primero con Müller, luego con Ribery, y por último, Benatia, pero el Atlético, exhausto, siguió de pie. Espoleado por su público, complacido por su genética, satisfecho de estar al borde del precipicio y abrazado a Augusto Fernández, socio de todos y salvavidas espectacular. El argentino hizo un partido mucho más allá de la épica. El ex del Celta, el último en llegar y el primero en dejarse la vida en cada balón, hizo buena aquella frase de película que le dijo el oficial Kafee al soldado Dawson: el honor no es sólo una pegatina en el brazo. Honor a quien honor merece. Honor a Augusto.
En el límite de sus fuerzas y contra las cuerdas, resistiendo como Ali a Foreman en Zaire, el Atlético se negó a entregarse. Y ahí, en esa capacidad física y mental para no desmoronarse, fue donde construyó su triunfo. Aguantó de pie y salió vivo, como en el Camp Nou. Entre otras cosas, porque la guerra no solo consiste en el arte de batallar, sino en la capacidad de resistir. Basta con resistir un cuarto de hora más que el adversario. El Bayern, un torrente de fútbol, no pudo. Moraleja: Cholo no tiene futbolistas, tiene supervivientes. Cuando Pep se preguntaba qué equipo podía salir vivo de semejante castigo, el Atlético, que parecía muerto, salió del ataúd como un resorte, poseído, para montar un puñado de contras. Simeone, que con un tenedor de plástico es capaz de montar Vietnam, no movió el banquillo, confiando en que cazaría un mano a mano. Y Fernando Torres, en una jugada plena en potencia, zancada y precisión, estuvo a punto de darle la razón, pero estrelló la pelota en el palo. Habría sido sellar pasaporte a Milán. El sobresalto fue de tal magnitud que aplacó al Bayern, concedió un segundo aire al Atlético y el público del Calderón hizo el resto. Simeone se apuntó el primer asalto de una guerra en la que Guardiola aún no ha dicho su última palabra. El Atlético tendrá que resistir un segundo asalto en Múnich. Y estará obligado a hacerlo siendo fiel a su estilo: la gloria sólo se consigue luchando. Ad augusta per angusta. Resulta imposible saber si el Atlético logrará abatir al todopoderoso Bayern, pero en toda guerra siempre hay una regla vital no escrita: quien resiste, vence. Y el Cholo no tiene un ejército de futbolistas, tiene soldados que son auténticos supervivientes.
Rubén Uría / Eurosport
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