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Blog Uría: Valencia CF, empacho de mediocridad

Rubén Uría

Actualizado 09/11/2016 a las 10:01 GMT

Víctima de una errática política de decisiones, de una planificación cero y una exigencia por debajo de cero, el Valencia se consume. Hay empacho de mediocridad.

Mario Suárez celebrando su gol en el Leganés - Valencia

Fuente de la imagen: EFE

Jospeh Heller, escritor norteamericano, sostenía que, en esta vida, algunos hombres nacen mediocres, otros logran alcanzar la mediocridad y a otros, la mediocridad les cae encima. Desde que el Valencia firmó un campeonato a la altura de su historia y se clasificó para la Champions, bien porque algunos nacieron mediocres, bien porque alcanzaron la mediocridad o simplemente, porque la mediocridad les cayó encima, el Valencia CF vive instalado en la mediocridad absoluta. Y lejos de rebelarse contra esa situación, se refocila en ella. A día de hoy, resulta imposible diagnosticar el cuadro clínico de un enfermo que se ha empeñado en alquilar, sin motivo aparente, un ático en cuidados intensivos. Más allá del asunto de la propiedad y su errática política de decisiones, por encima de la enésima crisis institucional, está su realidad. Después de que un empresario solvente pusiera de su bolsillo 200 millones de euros para reflotar a un club que se moría, la entidad no juega competición europea y está lejos de poder jugarla, tiene una plantilla que se empeña en parecer peor que la del curso pasado, no ingresa más por publicidad, sigue sin patrocinador, tiene menos socios y no tendrá acabado el nuevo estadio para el centenario del club. Mediocridad al poder.
Estrangulado por su propia mano en lo social, el Valencia sufre lo más grave, una depresión profunda en el campo. Los grandes viven de resultados. Y en eso, el VCF es más mediocre que en los despachos. Cuentan que nada más llegar al Atlético - entonces en plena depresión y cerca del descenso-, Simeone elevó a categoría una frase: “Hay que correr como un pequeño para poder ser un grande”. Este Valencia es justo lo contrario. Hace un par de años, juegue quien juegue y entrene quien entrene, corre como un grande para poder tener resultados de pequeño. Su hoja de ruta en materia de fichajes fue un caos. Se fichó tarde y mal. Lo que hay no mejora lo que había. Palo en la rueda. Esa herencia la recibió Ayestarán que ni era el problema, ni tampoco la solución. Y con eso está lidiando Prandelli, que trata de mejorar pero tampoco está obteniendo resultados. Y el fútbol profesional, amigos, vive de resultados: siete derrotas en once jornadas, diez puntos de 33 posibles y con el equipo colocado a un punto de puestos de descenso. Sólo cinco equipos están por debajo del Valencia. A saber: Deportivo, Leganés, Sporting, Osasuna y Granada. Un empacho de mediocridad para el valencianista.
Cuesta abajo y sin frenos, el Valencia es víctima de un efecto bola de nieve: planificación deportiva nefasta, política de fichajes discutible y una plantilla que hoy parece la mitad de buena de lo que presume su todavía Director Deportivo. Hasta un invidente podría ver que falta un nueve, que media plantilla no sabe defender y que la otra mitad aplica la ley del mínimo esfuerzo. Hasta ahora, hay más nombres que hombres. A esa planificación cero conviene añadir algo aún más grave, una exigencia por debajo de cero. Con esas dos premisas, la situación del equipo, en el sótano de la tabla, tiene una lógica aplastante. Más allá del cambio de entrenador, hay un síntoma que no cambia. Hace ya un largo par de años que el Valencia, cuando pisa el campo, no está a la altura de los ojos de su ejemplar afición. Han leído bien, sí, ejemplar, porque están soportando lo que no está en los escritos. A estos futbolistas no se les pide la Champions, ni la Liga, ni siquiera la Copa. Tampoco se les pide llegar a finales, que no estaría de más. Se les pide únicamente que se entreguen, que den todo lo que tienen, que no pisoteen el escudo del Valencia y lo defiendan con la máxima profesionalidad posible. Y eso, por desgracia, no está pasando. Ellos cobran y el hincha paga. Es duro, pero real. Y no hay nada más mediocre que escuchar a profesionales llenarse la boca diciendo que lo van a sacar adelante, cuando nunca lo sacan. Ojalá logren revertir la situación, demostrar estar a la altura y salvar los muebles, pero hasta la fecha, en el campo, sobran palabras y faltan hechos.
El Valencia es el increíble equipo menguante. Si juega mal, pierde. Y si hace un gran partido, según su capitán, también pierde. Uno no sabe qué es más grave: lo primero implica desidia y lo segundo, falta de calidad. El orden de los factores no altera el producto: pierde. Uno se pregunta cuándo van a responder los empleados más relevantes del club, los jugadores. Es lícito dudar de la gestión del club, incluso legítimo criticar la dirección de la entidad, o hasta saludable dudar de si lo que hace tres veranos parecía susto mañana pueda ser muerte. Perfecto. Pero está siendo peor el remedio que la enfermedad y los que deben sacar esto adelante son los jugadores. Se han acostumbrado a perder, tienen un nivel de exigencia mínimo, cobran mucho y ganan de pascuas a ramos. Si la sangría se prolonga, el futuro del club será una esquela en la sección de necrológicas. Y llegará lo inevitable: se venderán a los buenos para poder pagar a los malos, porque habrá, como en épocas pretéritas, que equilibrar cuentas. Peter Lim ha cometido todos los errores que un propietario puede cometer, pero puso el dinero para salvar a la institución y se cansará de poner la pasta a fondo perdido. Se puede criticar su gestión y apreciar su dinero, o viceversa, pero uno no conoce ningún empresario que permanezca en un negocio que le provoca frustración personal, insatisfacción deportiva y nulo rendimiento económico. El Valencia debe elegir: seguir de incendio en incendio hasta la incineración final, o exigir el máximo a los que se exigen el mínimo, los jugadores. Hay dos caminos: competir o morir de mediocridad.
Rubén Uría / Eurosport
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