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Blog Uría: Valencia, en llamas sin su Simeone

Rubén Uría

Actualizado 05/02/2016 a las 13:51 GMT

El equipo, roto por el eje. El entrenador, en el disparadero. La propiedad, en apuros. El club, en llamas. Sí, es el Valencia CF.

Valencia manager Gary Neville at a press conference

Fuente de la imagen: AFP

Vuelta la burra al trigo con el Valencia. Ese club incomprendido, víctima del desafecto y la barra libre de prejuicios. Que si exigen mucho. Que si no les sirve ningún entrenador. Que si no se pueden quejar cuando quieren retener a sus mejores jugadores. Que si se creen más de lo que son. Pues son lo que son, ni más ni menos: un equipo de una historia grande, que exige compromiso y respeto, que aspira a estar entre los mejores y anhela sentir orgullo por sus colores. Y cuya afición, como el Atlético en la era pre-Simeone, desde la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser, empieza a tener cuello para girarlo al palco. Y que como haría cualquier otra hinchada con el equipo en descomposición, pide la cabeza del todavía entrenador. Gary Neville ha cometido todos los errores que podía cometer: falta de experiencia, desconocimiento del campeonato, alineaciones experimentales, falta de cintura en la sala de prensa, carácter voluble, demasiadas derrotas, ausencia de liderazgo, discurso pobre y de propina, la (insalvable) barrera del idioma. Sin una victoria que echarse a la boca en Liga desde noviembre, y tras marcarse un Karlsruhe en el Camp Nou, 7-0, la marea ha subido y el club está de porquería hasta el cuello. La tormenta arrecia. Y no escampa.
La realidad ché es dramática: 25 puntos. Está a 19 de la Champions, su sitio natural con una plantilla que, amén de los 140 M€ invertidos en dos temporadas, no sólo está demostrando ser peor que la del pasado curso, sino que ha olvidado el verbo competir. Tiene la plaza europea a 9 puntos, el mínimo exigible para ese grupo. Y tiene el precipicio de la zona de descenso a apenas 5 puntos, alerta roja, porque a este equipo, diseñado para la zona noble, se le está poniendo la misma cara que a aquel Atlético que fue intervenido judicialmente y descendió a los infiernos. El calendario invita a resoplar: Betis, Granada, Málaga, Levante, Las Palmas, Barça, Getafe y Real Madrid fuera de casa. En Mestalla, Espanyol, Athletic, Atlético, Celta, Sevilla, Eibar, Villarreal y Real Sociedad. Es decir, tiene pendiente jugar contra los 8 primeros clasificados. Es un equipo destruido, que pide a gritos más Barajas y Albeldas, y ha llegado a un punto en el que alguien con luces debería recordarles la famosa arenga cinematográfica de Al Pacino: “O nos curamos como equipo o moriremos como individuos”. Lim paga y manda, pero sigue sin escuchar. Prestó y ahora pone dinero, de justicia es reconocerlo, pero parece sordo. Neville no piensa en dimitir. Y Pitarch, que ficha pero no tiene potestad, parece un cargo vacío.
André Gomes le dijo a los aficionados que a los jugadores no les da igual perder, Mustafi declaró que el vestuario sólo piensa en “salir de esta mierda” y el vestuario concluye en un viejo clásico: esto lo tienen que sacar adelante los profesionales. Pero no lo sacan. Y el que se saca el abono, en Europa o en Segunda, es el hincha. Que los jugadores sufren es una realidad. Que les duele perder, otra. Y que ellos cobran y la gente paga, es otra. Una más cruda. Y no pagan por títulos, sino por ver actitud, entrega, por ver un equipo que no arrastre esa camiseta con impunidad. En definitiva, Valencia. Otra vez el eterno conflicto. Otra vez la crisis. Otra vez la autodestrucción. Otra vez el sálvese quien pueda, los niños y los altos ejecutivos primero. Otra vez un club histórico convertido en falla gigante. La solución la vería un repartidor de cupones de la ONCE: Valencia necesita encontrar a su Simeone. Gente que conozca esa casa y ame ese escudo. Un líder nato, una autoridad moral. Frente a la fatalidad, unidad. Lo grave de la indefinición actual no es el modelo, ni la propiedad, ni el entrenador, ni los jugadores, ni siquiera que no tenga un Simeone de guardia. Lo peor es la sensación de que no lo encuentran porque no lo buscan. Los sentimientos no se compran con dinero. Y la afición, que no es dueña de las acciones pero sí de los sentimientos, exige alguien que conozca y respete al club, que sepa qué camiseta defiende y a qué afición representa. No es tan difícil. Lo ve un ciego.
Rubén Uría / Eurosport
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