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ATP World Tour Finals 2016: Un número uno, nueve maestros y muchos deberes

Agustín Galán

Actualizado 21/11/2016 a las 10:28 GMT

Andy Murray consiguió mantener el número uno y cerrar el año desde lo alto de la clasificación de la ATP tras una de las más duras Copas Masters que haya jugado. Novak Djokovic comenzará 2017 como número dos y el resto del circuito se mueve en una de las etapas más volátiles de los últimos tiempos mientras el tenis busca a los referentes del circuito.

Andy Murray (ATP World Tour Finals 2016)

Fuente de la imagen: EFE

Andy Murray, el maestro más sufridor. Andy Murray ha tenido que batir en tres ocasiones el récord del partido más largo del torneo a lo largo de su carrera para alcanzar, tras siete intentos infructuosos, no sólo la final, sino también el título de las ATP World Tour Finals 2016. Hubo dudas sobre la resistencia del escocés dados los maratones que tuvo que afrontar frente a Kei Nishikori y Milos Raonic. De cara a 2017, Murray es consciente de que habrá muchos jugadores dispuestos a arrebatarle el trono, pero sólo tiene que dar continuidad a 2016 para seguir siendo un referente del circuito, pues cierra la temporada con nueve títulos -el tenista más exitoso-, incluido Wimbledon, su Grand Slam predilecto.
Novak Djokovic, el rey destronado. Tras ceder el número uno en París Djokovic aún se sentía como el número uno, pensando que el adelantamiento de Murray era algo circunstancial. Fue un duro golpe para el serbio comprobar en la Copa Masters que no, que Murray ha llegado para intentar alargar su reinado cuanto más tiempo mejor, y le envía un claro mensaje. El año que viene llegará a la treintena y tendrá que empezar a mimar su estado físico para poder seguir siendo competitivo entre la élite de la ATP durante algún tiempo más. Tiene en Roger Federer y sus múltiples reinvenciones uno de los mejores ejemplos para ello. Cierra 2016 con dos Grand Slams -Open de Australia y Roland Garros- y la amarga sensación de descubrir que nada, ni siquiera su reinado, es eterno.
Milos Raonic, una perla cada vez más pulida. Por segunda vez en su carrera pudo Milos Raonic disfrutar del privilegio de ser considerado un maestro del tenis. En la primera ocasión en la que pisó el O2 Arena de Londres se marchó sin pena ni gloria, eliminado en el round robin. En la segunda, ya escoltado por el trío mágico formado por Ricardo Piatti, Carlos Moyà y John McEnroe -éste puntualmente-, demostró ser un tenista mucho más maduro, aprovechando la contundencia de su servicio para ir mejorando en otros aspectos de su tenis. Mueve sus 98 kilos de peso con una gracilidad pasmosa y parece en disposición de dar el salto de calidad definitivo el año que viene, donde espera cosechar algo más que su exiguo botín de un ATP 250 con el que cierra 2016.
Kei Nishikori, la urgencia de ganar algo grande. Al japonés pocos le discuten su pertenencia a la aristocracia del tenis, posiblemente disponga de uno de los juegos más técnicos y agradables de ver en el panorama actual, pero le falta el instinto asesino que sí tienen otros tenistas que se han quedado incluso fuera de las ATP Finals. Nishikori no tiene en su poder ni un Masters 1000 ni un Grand Slam -alcanzó la final del US Open hace dos años-, por lo que prometió trabajar para intentar dar ese paso adelante que le falta para considerarlo no sólo un tenista de autor, sino un tiburón de la ATP.
Stan Wawrinka, en búsqueda de la regularidad. Al suizo le sucede lo contrario que a Nishikori. Es en los grandes escenarios en los que le gusta brillar y dar lo mejor de sí mismo, que es mucho. Su revés es el más aplaudido de la ATP y siempre da garantías de espectáculo cuando su cabeza no le juega malas pasadas y termina desconectando rápido de los partidos, como sucedió en su primer enfrentamiento del torneo contra Nishikori. En rueda de prensa reconoció que debe centrarse en alcanzar un nivel estable de tenis y no limitarse a brillar en Melbourne, París o Wimbledon. A Ivan Lendl en sus tiempos le servía con eso para alcanzar el número uno; para Stan Wawrinka, los Grand Slams no le bastan para entrar en la lucha por el número uno.
Dominic Thiem, el todoterreno del año. A sus 23 años, Thiem está en disposición de no plantearse dosificación alguna. Ha sido el jugador que más torneos ha disputado en toda la temporada, presentándose en sociedad como una de las promesas de futuro más reales en el presente. En la Copa de Maestros demostró que calidad tiene de sobra para ser un miembro permanente de este aristocrático club, pero le faltó creérselo en determinados momentos en los que tuvo a su alcance auténticas machadas. Nadal fue uno de los primeros en sufrirlo este año, pero en 2017 será por derecho propio un coco a evitar por el resto de favoritos a los grandes torneos.
Marin Cilic, el retorno del gigante. A Cilic se le echaba de menos en los puestos de privilegio de la ATP, más aún después de haber sorprendido al mundo entero con su título en el US Open 2014. Desde entonces, el de Medjugorje había pasado inadvertido, sin pena ni gloria, y lejos de los ocho mejores hasta que este año, poco a poco, volvió a recuperar sensaciones. En Londres pudo haberle penalizado tener que disputar la Copa Davis dentro de unos días, pero fue uno de los ejemplos de orgullo propio cuando, ya eliminado, consiguió derrotar a un Nishikori ofuscado que no encuentra la clave para someterlo. Está en disposición de brillar en los torneos de pista rápida, y en el Open de Australia, si las lesiones no se lo impiden, su trayectoria puede no tener techo.
Gaël Monfils, a destiempo y sin brillo. En tiempos volátiles para la ATP, a Gaël Monfils le llegó en un momento inoportuno la Copa Masters, después de superar una lesión intercostal que lo tuvo varias semanas sin actividad tenística. Cuando aterrizó en Londres se encontró con la dura realidad que supone el nivel Top 8 del mundo y cosechó dos derrotas incontestables que ni sus puntos imposibles consiguieron disimular. Tenista de autor y dueño de una técnica y una elasticidad que para sí quisieran muchos números uno, Monfils debe aprovechar su veteranía para intentar ser algo más que una flor de un día que alegra en un torneo para decepcionar en los dos siguientes.
David Goffin, convidado de piedra. La retirada de Monfils después de sus dos primeros partidos -con su ya consabida eliminación certificada- dejaron a Goffin en la incómoda posición de enfrentarse a Novak Djokovic en la última jornada sin nada en juego más allá del honor y 200 puntos ATP. En ningún momento pudo competir el belga frente al exnúmero uno del mundo, víctima de una situación en la que ya daba por terminada la temporada. Su actuación en Londres embarra ligeramente un 2016 en el que se ha destapado como uno de los jugadores a tener en cuenta -aún con juventud- para el año siguiente. Su buena actuación en Roland Garros, en la que alcanzó los cuartos de final, debería tener continuidad el año próximo.
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