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Blog Uría: París, el salón privado de Rafa

Rubén Uría

Publicado 07/06/2017 a las 14:31 GMT

Si Nadal no es imabtible a cinco sets en la tierra de París, lo parece. Está a dos pasos de agrandar su leyenda. Y está hambriento. Es Carpanta con raqueta.

Rafael Nadal steht im Halbfinale der French Open

Fuente de la imagen: Getty Images

No les contaré nada nuevo. Cuando pasen muchos años, podremos decir, henchidos de orgullo, que tuvimos la suerte de ver jugar a Rafa Nadal. Contaremos en voz alta y con orgullo sus gestas, sus logros, sus triunfos y esfuerzos, porque en la antología deportiva de este país, Nadal ocupa, con diferencia, el número uno del escalafón de todos los tiempos. Y en ese recuerdo, así pasen cien años, ocupará un lugar destacado este Roland Garros que nos están contando, con una amplia cobertura informativa, nuestros compañeros de Eurosport. Rafa está cerca de su décima corona parisina y es como un tiburón blanco. Cuando huele la sangre, nunca se escapa su presa. Nadal, que siempre vuelve porque nunca se ha ido, está en modo indio navajo. Es consciente de que este tren podría catapultar su leyenda e impulsarle al número uno dentro de unos meses. Se nota en cada golpe, en cada grito, en cada gesto, en cada declaración. Nadal, que ha deglutido más gloria que cualquier tenista del mundo que no se llame Federer, está hambriento. Y París es su dieta favorita, porque Rafa jamás tiene la tripa llena. Compite como si el mundo se fuera a acabar mañana y como si fuese un recién llegado a un torneo en el que más que maestro y mito, ya es un absoluto tirano. Carpanta con raqueta.
Más allá de su elegante rivalidad con Roger Federer, el mejor tenista de todos los tiempos, Rafa se encuentra en un punto de inflexión en su dilatada carrera. Recién cumplidos los 31 años, el de Manacor sigue acrecentando su leyenda sobre tierra batida. Su tarjeta de visita como máximo favorito se basa en unos números aplastantes y unas sensaciones que refrendan cada una de sus increíbles estadísticas. Rafa ha ganado sus cinco partidos, no ha perdido ni un solo set en lo que va de torneo, no ha llegado a las ocho horas en la pista en una cita que penaliza el desgaste y, de propina, ha destrozado a sus rivales, física, tenística y mentalmente, sin piedad. Reventó a Paire, pulverizó a Robin Haase, se dio un paseo militar a costa de Nikoloz Basilashvili, derrotó a Roberto Bautista sin demasiado esfuerzo y ahora se ha deshecho de Pablo Carreño después de encarrilar su partido antes de la posterior lesión de su compañero. Nadal es más Nadal que nunca. Mentalidad de roca, agresividad extenuante, derecha portentosa y potencia física sobre el polvo de ladrillo.
Si Wimbledon es el jardín particular de su majestad Roger, Roland Garros es el salón de casa para Rafa. Su hegemonía en París ya no sólo es admirable, sino que forma parte de la leyenda. El de Manacor está a dos pasos de reeditar su corona. En el horizonte, un hueso, Dominic Thiem. Una de las mejores raquetas del momento y el único tipo que le ha derrotado en lo que va de temporada en tierra batida. Thiem, después de ser una apisonadora imparable para Novak Djokovic – por cierto, cada vez menos resistente, física y moralmente-, va a ser la prueba de estrés definitiva para Rafa en su camino hacia la décima conquista de la Copa de los Mosqueteros. La bestia de Manacor, una estadística humana, acumula más de 100 victorias en partidos jugados en tierra, a cinco sets. Y la sensación, Thiem mediante, que no será sencillo, es que Rafa, si no es imbatible sobre esta superficie, lo parece. Y si Roland Garros no es la salita de estar de Rafa, lo parece.
Rubén Uría / Eurosport
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