De listos y precoces

Hace unos días, un niño argentino llamado Faustino Oro se convirtió en el Maestro Internacional de ajedrez más joven de la historia. Logró el tercer y último requisito (la tercera norma) con apenas 10 años, 8 meses y 16 días, rodeado de rivales más fuertes física y psicológicamente, todos magistrales, mucho más maduros y expertos pero bastante menos dotados que él para la estrategia y el cálculo.

Faustino Oro, el nuevo prodigio mundial del ajedrez

Fuente de la imagen: Getty Images

Faustino es un crío fascinante. Vive casi todo el tiempo como un adulto (como un verdadero profesional del ajedrez) sin poder ni querer olvidar su verdadera condición de niño, tratando de compaginar la exigencia de ese aprendizaje ajedrecístico vertiginoso, como nunca se ha visto, con la educación básica que ha de recibir todo ser humano en edad tan tierna y vulnerable.
A Faustino Oro, de forma facilona pero quizá no tan desacertada, muchos lo conocen como “Chessi”, el Messi del ajedrez.

Messi y el ajedrez

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Fuente de la imagen: Getty Images

Si Messi hubiera tenido dos pies izquierdos (dos pies tan buenos como su pie izquierdo), el fútbol habría dejado de existir porque ya para qué. El pequeño Leo fue un futbolista precoz, pero no tanto. Cuando debutó parecía un fuguilla sin pierna derecha, un alborotador con bastante habilidad pero poco cuerpo. Los defensas le iban a partir las piernas, se decía, no metería más de ocho goles por temporada…
La historia del balompié está repleta de niños prodigio cuyo futuro de fracasos y expectativas insatisfechas ya casi se da por presumido: la inmensa mayoría se queda por el camino. Porque una cosa es la materia prima, el talento bruto, y otra muy distinta el proceso, la suerte, las decisiones que tomas o que tus tutores van tomando por ti, la experiencia, la ambición, las rutinas cotidianas, la voluntad o no de continuar…
En cada deporte y en cada deportista esto funciona de forma distinta, porque el deporte es la vida y la vida es el deporte, y las circunstancias nunca son las mismas.
Si Lionel Messi hubiese sido un genio ajedrecista, probablemente jamás habríamos oído ni media palabra de él, y a saber de qué oficio mal pagado viviría ahora en aquella Argentina ahogada por la inflación. Si Faustino Oro hubiera sido un genio del fútbol, probablemente jamás habría llegado a estar ni la mitad de cerca de la élite de lo que se encuentra ahora como portento del ajedrez.

Precocidad

A menudo confundimos precocidad con talento superior. Y no, no son la misma cosa. Un niño puede aprender a leer antes de cumplir los dos años de edad por pura genialidad o por simple precocidad. Si es un genio y además disfruta del contexto adecuado, quizá en el futuro sobresalga en algo. Sin embargo, si resulta que sólo era un niño precoz pronto comprobará decepcionado que al final todo el mundo aprende a leer.
A Tiger Woods le pusieron un palo de golf en las manos nada más nacer. Con dos añitos ya apareció en televisión mostrando sus habilidades, medio en broma medio en serio.
Carlos Alcaraz pegaba raquetazos de lado a lado de la pista de tenis con sólo cuatro años. Dejaba boquiabierto a todo el que lo viese, cuentan. Ricky Rubio, Marc Márquez, Lamine YamalGisela Pulido ya era triple campeona del mundo de kitesurf con trece años. Razones puramente biológicas, de temprana maduración física, explican que en el deporte femenino abunden las niñas campeonas: tenistas, gimnastas, nadadoras de 14 ó 15 años que ya son mejores que todas.
En realidad, detrás de cada gran deportista de hoy hubo un niño especial y puede que precoz, pero pocos niños impresionantemente precoces acaban alcanzando la gloria y la fama que se reserva a los grandes campeones del deporte.

Talento

Faustino Oro, Fausti, posee un talento envidiable, quizá incomparable. Ha conseguido con diez años algo que para muchos superdotados es el objetivo de toda una vida de estudio y práctica. Entre los 500 millones de jugadores de ajedrez que más o menos hay en el planeta, sólo 3.800 personas ostentan el título de Maestro Internacional. Faustino es el ajedrecista más joven de la historia capaz de superar los 2.400 puntos Elo, fue el más precoz también a la hora de pasar los 2.300 y los 2.200, fue el Maestro FIDE más joven, el que más pronto ganó una norma de Maestro Internacional
Como al pequeño Fausti le picó la curiosidad, enseguida le abrieron una cuenta personal en una web de ajedrez en línea. A las pocas semanas, Faustino ya tenía entrenador y andaba machacando a toda velocidad a los chicos de su edad. Sólo tres años después de haberle explicado qué era y cómo se movía un peón, los padres de la criatura tomaron la decisión de abandonar su país (y sus exitosas carreras profesionales) para venirse a vivir a Badalona y tratar de cumplir el sueño de su pequeño.
En partidas rápidas y ultrarrápidas, Fausti ha batido recientemente entre otros al múltiple campeón mundial Magnus Carlsen y a todo un prestigioso número dos como Hikaru Nakamura… No hay duda, el chico tiene talento, muchísimo talento. Pero aún no sabemos cuánto de todo lo que tiene es talento por desarrollar y cuánto pura precocidad. No sabemos si su impresionante curva de aprendizaje se detendrá bruscamente por cualquier motivo, o si por el contrario asistimos al nacimiento de un verdadero 'Chessi'.

La felicidad

Faustino Oro cuenta apenas diez años. Ha pasado más tiempo de su vida sin saber nada de ajedrez que conociendo alguna cosa. Posee un don único y, sobre todo, tiene la inmensa suerte de que le apoye una familia formada y valiente, con recursos materiales y culturales, con sensibilidad. Desde luego, Fausti se divierte jugando al ajedrez. Se diría que le entusiasma. Y ojalá le guste toda la vida.
Algún día escribiré sobre el entusiasmo. Porque el entusiasmo, el motor de la felicidad, decrece de modo natural a medida que nos hacemos mayores. Un niño posee la capacidad de entusiasmarse cada pocos minutos. Por algún motivo, los adultos perdemos esa habilidad.
Con frecuencia pienso en cómo elegimos nuestros caminos, por qué estamos aquí y no en otro lugar. Entiendo que lo razonable es ocupar en el mundo un huequito que te haga sentir bien, dentro de las escasas o múltiples opciones que se te ofrezcan.
Ahora bien, lo contrario también te puede llegar a estrangular: ¿acaso este don me obliga a aprovecharlo?, ¿y si me canso?, ¿a quién le debo qué?, ¿y si de repente digo que ya está, que me he aburrido de torres y caballos, que tumbo mi rey y me doy por vencido, y no me importa nada un carajo porque me marcho a hacer cualquier otra tarea menos estresante, menos acaparadora, menos agobiante? ¿Y si ya no quiero ser ajedrecista?
Siempre he envidiado a las personas que hacen todo el tiempo aquello que se les da bien, para lo que están dotadas, y no necesitan nada más, y se sienten felices y plenas de ese modo. Igual ni siquiera has reparado en que a tu alrededor hay también individuos, pocos y extraños, que insisten absurdamente en hacer algo por el mero hecho de que se les da mal, o no tan bien como otras cosas. Qué motivos tendrán.
No sé si alguna vez os he dicho que el ajedrez se me da bastante regular.
Sergio Manuel Gutiérrez es comentarista de Eurosport.
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