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La sombra de Isinbayeva

Eurosport
PorEurosport

Actualizado 07/08/2012 a las 10:13 GMT

Perseguirse a uno mismo es una quimera agotadora. Resulta curioso que el deportista de élite pueda naufragar, no por sus adversarios, sino por el exigente reflejo del espejo. Yelena Isinbayeva llegó a saltar tan alto que su propia vista se le nublaba al levantar la mirada y observar lo conseguido.

Yelena Isinbayeva

Fuente de la imagen: Reuters

Sale a la pista con atuendo oficial para hacer las presentaciones. Luego de las fotos, la chica se esconde debajo de sí misma. Se viste como boxeadora: si hace frío se cala todo lo que encuentra, gorra, capucha, abrigo -en Londres hasta se la vio agazapada debajo de un edredón-; y si hace calor, la toalla le tapa la cara y la chica se coloca donde puedan verla lo menos posible. Aislada del ruido, oculta en sus pensamientos, los dos oros olímpicos y mundiales raspan el ánimo y encrespan los retos. Isinbayeva se motiva ritualizando su soledad, particularizando su concentración. Luego se echa al pasillo y agarra la pértiga y empieza a susurrarle La Internacional, cantándole bajito los sones proletarios de Volgogrado. Con ese hipnótico ceremonial La Zarina destrozó todos los registros posibles durante años en una disciplina, la pértiga femenina, de cortísimo historial y de fecundas oportunidades. Pero llegó el día en que su ritmo fue demasiado para sí misma.
Techo y parón
Fue en el Mundial de Atletismo de 2009 en Berlín cuando finalmente la rusa se hizo mortal. Tropezó con el listón en 4,80 y se quedó fuera de las medallas por primera vez desde 2001. La polaca Anna Rogowska se impuso. Nadie podía esperar que Isinbayeva perdiera. Con todo, fue como una de esas cosas para las que nunca estás preparado pero que siempre están por venir. Pese al fiasco Yelena se redimió algunos días después batiendo otra vez su plusmarca personal –y récord del mundo- en Zúrich logrando un estratosférico 5,06 metros. Cuando pensaba que la derrota de Berlín podía haber sido sólo un accidente, la temporada 2010 comenzó con un decepcionante cuarto puesto en Doha. Fue el momento definitivo de reflexionar. Isinbayeva decidió parar declarando sentirse agotada y efectuó un reseteo completo. Descansó e hizo limpia mental. Volvió con su entrenador de los comienzos, su mentor hasta 2005. No reapareció hasta 2011, y en adelante, el desafío sería retomar su impulso triunfal de siempre. Todavía no lo sabía, pero era prácticamente imposible.
A Londres’12 acudió feliz, bronceada, confiada en la victoria. Tenía un imperio vastísimo por reconquistar pero Isinbayeva siempre creyó en su talento. Tan educada y encantadora como siempre, asumió su favoritismo. Sonrió en la víspera y se escondió en mil ropajes cuando salió a la pista. Parecía decidida a ganar su tercer entorchado olímpico consecutivo, pero desde el principio el peso fue excesivo sobre sus hombros. Cada salto, una reválida costosa. Cada listón superado, un alivio desmedido. Yelena saltaba pero no levantaba el vuelo. Su sombra le devolvía burlones reflejos del pasado. Compitió con lo que tuvo, una versión terrenal de sí misma, pero Suhr y Silva fueron demasiado. El escollo no superado del 4,75 fue la muestra elocuente de su merma competitiva. Se hizo con el bronce aunque ese no era su objetivo. No lo escondió, pero estaba muy contenta.
Moscú y… ¿Río 2016?
Desde ese reconocimiento abierto disfrutó de su medalla con la bandera rusa entre las manos. Deportiva como siempre, abrazó a sus compañeras de cajón y atendió a todo el mundo con semblante agridulce. Sin limitarse tomó medida de su verdadero estado y de sus posibilidades presentes. Entre el marasmo de fotógrafos sabía ella y sabían los aficionados la fecha de caducidad de su atletismo: los Mundiales de Moscú 2013. Lo había anunciado ya hacía algunos meses. Allí podremos verla, no cabe duda, persuadir por última vez a la pértiga con susurros de mujer, música vertida suavemente sobre la palanca, de que tiene que concederle un último momento para la posteridad, un salto de otro tiempo y un último brinco marcial hacia el cielo de su leyenda. Sabe los 5 metros prácticamente inalcanzables, pero esa es una Isinbayeva que quizá ya no le interesa. A lo mejor, ha dicho, hasta aguanta compitiendo hasta los JJ.OO. de Río de Janeiro. Sería como traer Stalingrado a Ipanema entre polvos de magnesio, un feliz encuentro intercontinental para una atleta en dulce conflicto especular.
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