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¡Prohibido Rendirse!: Gretel Bergmann, la rehén de Hitler

Fermín de la Calle

Actualizado 08/04/2020 a las 14:11 GMT

Iniciamos un serial de historias de superación y y resiliencia en este tiempo de confinamiento descubriendo estos inspiradores ejemplos de lucha en el deporte. Arrancamos con la increíble historia de la saltadora judía Gretel Bergmann y la obsesión de Hitler y Goebbels por alejarla de los Juegos Olímpicos de Berlín.

Prohibido rendirse, Gretel Bergmann

Fuente de la imagen: Eurosport

-"Los Juegos Olímpicos de Berlín serán la mayor campaña de propaganda que se haya visto jamás. Pero tendremos que hacer algunas concesiones", advirtió Goebbels al Führer.
Hitler se paseaba por el flamante invernadero construido en el jardín de la Wilhelmstraße. Hitler estaba obsesionado con exhibir su poderío y por eso mandó rediseñar la vieja cancillería para convertirla en su domicilio sin privarse de ningún lujo. Debajo del invernadero había mandado construir un sótano a prueba de bombas, el mismo que meses antes de los Juegos Olímpicos amplió dando paso al célebre Führerbunker. Caminaba en círculo escuchando a su ministro de propaganda con calculado escepticismo. Sabía que albergar en Berlín los Juegos le obligaría a hacer "alguna concesión", algo que no le atraía demasiado. Pero también era consciente de que estaba ante una oportunidad histórica de mandar un mensaje al mundo. Por eso encargó el asunto al propio Goebbels, quien reclutó para su equipo al arquitecto Albert Speer y a la cineasta Leni Riefenstahl. Diseñaron un ambicioso plan coronado con el vuelo del célebre dirigible Hindenburg por encima del estadio olímpico el día de la inauguración, minutos antes de la aparición de Hitler.
-"Está bien. Pero hay algo que no voy a tolerar. El mundo no verá a ningún judío colgarse una medalla bajo la bandera alemana. Ninguno. ¿Queda claro?", preguntó retóricamente.
A la cabeza de Goebbels saltó instantáneamente un nombre: Gretel Bergmann. Alguien le había hablado de aquella joven atleta que se marchó a Inglaterra a competir tras la aprobación en septiembre de 1935 de las leyes marciales de Nuremberg. La ley había convertido a los judíos en ciudadanos de segunda clase y Bergmann se negó a sacrificar su sueño de convertirse en una deportista de primer nivel mundial.
Cuando Berlín fue seleccionada como sede de los Juegos en 1931, un año antes del nombramiento de Hitler como Canciller de Alemania, nada hacía presagiar el escenario en el que se terminarían celebrando. Sin embargo, en los meses previos a la celebración países como Estados Unidos hicieron públicas sus reticencias a participar por la instrumentalización nazi de los mismos y la aparición de las políticas antisemitas. Los estadounidenses barajaron la posibilidad de boicotearlos, pero Goebbels diseñó un minucioso plan para convencer al mundo que no existía tal discriminación. Y eso pasaba por recuperar a Bergmann.
"Los alemanes me obligaron a regresar porque sabían que yo podía competir por la medalla en su Olimpiada. La judía simbólica, me llamaban. Recibí una carta invitándome a volver e integrarme en el equipo de salto de altura. En caso contrario, me advertían, podía haber repercusiones para mi familia", reveló años después la saltadora. Gretel había confirmado en Inglaterra las expectativas que la situaban como una de las candidatas a ganar una medalla en los Juegos Olímpicos. La noticia de su regreso a Alemania corrió como la pólvora y los estadounidenses terminaron aceptando a regañadientes participar en los Juegos, cosa que no hizo la España republicana, que incluso organizó una Olimpiada Popular en Barcelona como alternativa. Competición que nunca se llegó a celebrar porque el día antes de la inauguración de la misma estalló la Guerra Civil.
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Dora Ratjen.

Fuente de la imagen: Eurosport

Bergmann regresó a Alemania para liderar al equipo y comenzaron a pasar cosas extrañas. La primera fue la aparición de una rival sorprendente que le discutía el puesto. Había dos plazas para tres saltadoras: Bergmann, Elfriede Kaun, con quien Gretell compartía el récord alemán, y la inesperada aparición de Dora Ratjen. "Yo mantenía una relación cordial con ella, pero es cierto que levantaba muchas sospechas que no compartiese vestuario con nosotras. Nunca se duchó con nosotras ni la vimos desnuda", recuerda la saltadora judía.
El 27 de junio de 1936 Bergmann igualó el récord nacional de 1,60 que ostentaba Elfriede Kaun, confirmando que llegaba en un momento inmejorable de forma. No obstante, una semana más tarde Ratjen hacía lo propio saltando el listón a la misma altura que Kaun y Bergmann. El día que los estadounidenses confirmaron su presencia en Berlín, Goebbels activó la segunda parte del 'Plan Gretel'. El 17 de julio, a menos de quince días del inicio de los Juegos, la saltadora judía recibió una carta sellada en la que era informada de su expulsión del equipo alemán por "su inconsistencia en el desempeño". La noticia provocó cierto revuelo, pero los nazis, que tenían estudiado cada detalle argumentaron lo siguiente: "Intentamos que la atleta judía participase, pero no es lo suficientemente buena". El plan de Goebbels había salido perfecto.
El 1 de agosto arrancaban los Juegos Olímpicos nazis con Hitler presente en el estadio y Bergmann apartada por su condición de judía. La final de altura se resolvió en el desempate, después de que la alemana Kaun, la británica Dorothy Odam y la húngara Ibolya Csak empatasen al saltar 1,60. Finalmente la tercera se colgó al oro, tras pasar el listón en 1,62, siendo Kaun bronce mientras la inglesa subía al escalón intermedio del podio. ¿Dora Ratjen? La saltadora 'fabricada' por Goebbels quedó cuarta. Hitler prefirió no ganar una medalla a ver cómo lo hacía una judía bajo la bandera alemana. Como muchos sospechaban, la misteriosa Ratjen resultó ser un hombre llamado Heinrich. En 1950 unas pruebas demostraron que era biológicamente un hombre, destapando la argucia del ministro de propaganda nazi para bloquear la participación de Gretel.
Enormemente dolida por aquello, Bergmann decidió exiliarse a Estados Unidos: "No perdono a Alemania lo que me hizo. Iba a ganar una medalla y no me dejaron competir". Gretel llegó en barco a Estados Unidos con dos obsesiones: sacar a sus padres de Alemania y recuperar su carrera de saltadora de altura para demostrarse a sí misma y al mundo que Hitler le había robado una medalla. Para subsistir tuvo que desempeñarse en varios trabajos, desde masajista a criada, hasta que consiguió un puesto como entrenadora de atletismo que le permitió volver a saltar. Bergmann se proclamó campeona de altura estadounidense en los campeonatos de la Amateur Athletic Union (AAU) en 1937 y 1938. Si no se hubieran suspendido los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1940 por el estallido de la II Guerra Mundial, nadie duda que habría ganado una medalla porque para muchos se trataba de la mejor saltadora del mundo.
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Gretel Bergmann saltando.

Fuente de la imagen: Eurosport

Poco después se casó con el médico y velocista alemán Bruno Lambert, pasando a tomar el apellido de su marido y a cambiarse el nombre de Gretel por el de Margaret. Nacionalizándose estadounidense en 1942 con el nombre de Margaret Lambert. Nunca perdonó a quienes le robaron aquella medalla en Berlín, pero tampoco permitió que el odio por ello la consumiera. En 1996 fue invitada por el Comité Olímpico Alemán a los Juegos Olímpicos centenarios, los de Atlanta. En un primer momento pensó no acudir, pero luego reflexionó: "Esta Alemania es hija de otra época, de otro modelo. Y tenemos que ayudarles. No estoy resentida con estas gentes que no son antisemitas. Ellos me han dado el respeto que no me dieron cuando era deportista. Pero nunca perdonaré a quienes no me dejaron pelear por aquella medalla que quería más que nada en el mundo. Por eso cuando llegué a Estados Unidos volví a saltar inmediatamente. Hitler me quitó la medalla, pero no pudo quitarme la libertad para seguir saltando. Luché todo lo que pude en mi vida. Y creo que al final no estuvo mal para una viejita judía".
Murió el 1 de agosto, el mismo día que comenzaron los JJOO del 36, de 2017 con 103 años, los mismos que su marido, y pese al agravio sufrido, siempre huyó del victimismo: "Estoy orgullosa de haberle demostrado a los nazis de lo que era capaz una deportista judía". Peleó incansablemente por denunciar el maltrato de los deportistas judíos lo que le llevó a escribir una autobiografía 'By leaps and bounds' (A pasos agigantados). Y en 2004 su historia fue llevada al cine con el documental 'Hitler’s pawn (la rehén de Hitler). The Margaret Lambert Story', narrada por la israelí Natalie Portman.
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