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¡Prohibido Rendirse!: Hijo del hambre

Fermín de la Calle

Publicado 14/04/2020 a las 17:58 GMT

Lo que ocurrió aquella noche en su casa marcó el resto de la vida de Pacquiao, hasta el punto que decidió huir. Vivió durante meses entre cartones en las calles de Manila, donde sus puños le dieron de comer. Al ring se llega buscando la gloria o empujado por el hambre. Manny llegó siendo de los segundos y tumbó a todos los primeros.

Prohibido rendirse, Manny Pacquiao

Fuente de la imagen: Eurosport

Sé lo que es la pobreza, la he mirado a los ojos muchas veces"
Manny Pacquiao
En el boxeo hay dos tipos de boxeadores. Los que pelean por la gloria y los que pelean por hambre. Emmanuel Dapidran Pacquiao es una mezcla de ambos. Un hijo del hambre que saboreó la gloria y terminó convirtiéndose en un mito del ring. Alguien que conquistó el cinturón de campeón del mundo en ¡siete categorías diferentes! Nadie entre los 48 y los 68 kilos, desde el peso mosca al superwelter, fue capaz de discutir su reinado durante cuatro décadas. Algo impensable, algo imposible.
Nadie escaló tantas categorías haciendo cima en todas ellas. Su hambre de gloria, su carisma y su afán competitivo le hicieron crecer física y deportivamente para medirse a boxeadores cuya fama trascendía al ring como Óscar de la Hoya o Floyd Meyweather. Gigantes que claudicaron ante las descargas furiosas de aquel niño de los suburbios de Manila que se repetía una y otra vez: “Hay tres cosas que debes recordar en el boxeo: trabajar, trabajar duro y trabajar más duro”.
Pero antes de alcanzar el Olimpo de las 12 cuerdas, Manny vivió en el infierno. Cuarto de seis hermanos, sus padres se separaron cuando era un niño al descubrirse que su padre mantenía una vida paralela con otra mujer. Pacquiao no se calzó unos zapatos hasta los 12 años, y para entonces ya había aprendido que los días en los que no había qué comer, llenarse el estómago de agua era una buena solución para sortear los estragos del hambre.
Sin embargo, todo cambió una noche. Manny llegó a casa de buscarse la vida tratando de ganar algunos dólares con los cartones y revendiendo pan. Aquel día, como muchos otros, su padre Rosalio regresó sin dinero ni comida que ofrecer a sus hijos. Y tomó una medida desesperada, mató al perro de la familia y comenzó a comérselo ante sus hijos, a los que instó a hacer lo mismo. Manny, horrorizado, se levantó y se marchó a la habitación, donde decidió que era el momento de huir de casa y buscarse la vida fuera.
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Manny Pacquiao, en su edad adolescente.

Fuente de la imagen: Eurosport

El pequeño veneraba la figura de Bruce Lee, cuyas películas repetían en las televisiones que veía en las calles, y la de Muhammad Ali. Aquel tipo enorme que bailaba alrededor de sus rivales antes de descargar ferozmente su rabia sobre ellos con combinaciones que le producían fascinación. Se marchó a Manila, donde dormía entre cartones y salía adelante vendiendo flores y revendiendo dulces. Allí convirtió su afición en oficio y comenzó a comer de sus puños. Tenía 14 años. Fueron días difíciles: “Muchos me conocen como un boxeador legendario y estoy orgulloso de eso. Sin embargo, ese viaje no siempre fue fácil. Cuando era más joven, me convertí en luchador porque tenía que sobrevivir. No tenía nada. No tenía a nadie a quien recurrir. Me di cuenta de que era bueno en el boxeo y entrené duro para mantenerme a mí y a mi familia con vida”. Las calles se le quedaron pequeñas y saltó a los rings, donde ganaba hasta dos dólares si la noche se daba bien. Después de acumular un récord de 60-4 como aficionado, se hizo profesional a los 16 años. Una de las razones que le empujó a ello “fue la muerte en 1994 de Mark, mi mejor amigo. Él insistió para que me dedicase al boxeo porque valía para ello. Debuté meses después de que muriese. Nunca me perdoné no haberlo hecho antes y que él lo hubiese visto. Durante la primera pelea como profesional no dejé de pensar en él”.
Manny Pacquiao debutó el 22 de enero de 1995, con 16 años y unos raquíticos 48 kilos, en el peso minimosca doblegando por decisión técnica en cuatro asaltos a Edmund Enting Ignacio. Su descomunal caudal de golpes y su ritmo infernal, impropio de su desnutrido chasis, invitaban a hacerle ganar peso, una constante en su carrera pugilística. Perdió su primer combate en su 10ª pelea, besando la lona ante Rústico Torrecampo, un buscavidas con oficio ante el que no exhibió su electricidad habitual porque le calzaron unos guantes más pesados para alcanzar el peso necesario. Su primer título Mundial llegó en 1998 con 50 kilos, peso mosca, tumbando en el octavo asalto a Chatcai Sasaku, que no pudo contener el ímpetu del joven Pacquiao, cuya voracidad enfervorizaba a los aficionados.
Hasta 2001 no volvió a conquistar otro título mundial, esta vez el de Supergallo, con 55 kilos de peso y un cuerpo notablemente más musculado. Fue en el MGM de Las Vegas, ante el sudafricano Lehlohonolo Ledwaba. Aquella pelea sirvió para que Pacquiao entendiese que desde Manila no conquistaría el mundo. Pacman se marchó a Los Ángeles en busca de un entrenador y un promotor a la altura de sus expectativas… y de su boxeo. Quería medirse a los mejores y aprender de ellos. Y el business y la gloria estaban en Estados Unidos.
El hombre que eligió para esculpirle en el ring fue “el entrenador de las estrellas”, Freddie Roach. Pacquiao apostó por él porque adivinaba con ello que un hilo invisible le uniría a Muhammad Ali. Roach, en su carrera como púgil, había sido entrenado por el mismísimo Eddie Futch, el hombre dirigió a Frazier ante Ali. Para Futch, “el boxeo es una ciencia. No basta con entrar en un gimnasio y empezar a golpear. Se nace con el físico, pero se trabaja la técnica”. Aquel ex jugador de baloncesto de Detroit pasó a la historia por ser la némesis de Ali al entrenar a cuatro de los cinco hombres que le derrotaron en su carrera: Joe Frazier, Ken Norton, Larry Holmes y Trevor Berbick. Y aquel sabio del cuadrilátero moldeó también a Roach hasta que el Parkinson se cruzó en su carrera. Se retiró y se buscó la vida como teleoperador, camarero, tendero… Hasta que Futch le rescató como ayudante y le enseñó los secretos de la esquina del ring.
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Manny Pacquiao entrenando.

Fuente de la imagen: Eurosport

En 1991 Mickey Rourke comenzó a boxear a las órdenes de Roach y cuando el actor dejó el boxeo, unos años más tarde, le situó al mando del elitista Wild Card Boxing Club, en Vine Street, la parte más exclusiva de Los Ángeles. Roach y su hermano Pepper ganaron mucho dinero entrenando a famosos, actores y millonarios. Trabajaban lo justo, ganaban mucha pasta y disfrutaban de una dolce vita rodeados de celebrities. Vivía demasiado bien para hacer caso a Pacquiao, por lo que no resultó fácil convencerle. Manny se apuntó a su gimnasio y cuando Roach vio la capacidad de trabajo del filipino le invitó a tomar una cerveza. Habló con él y le preguntó que significaba el boxeo en su vida. Pacman le respondió: “El boxeo no es algo personal para mí. No se trata de sentimientos. Es una cuestión de rendimiento. Solo estoy haciendo mi trabajo. Y haré lo que sea para hacerlo mejor que todos los que se pongan enfrente”. Roach terminó aceptando ser su entrenador.
Pacquiao ganó peso, pero sobre todo aprendió a leer el boxeo. “Los rivales entran y salen de tu distancia para golpearte combinando un par de golpes. Tú no debes hacer eso. Cuando entres, no debes salir. Elige bien el momento de lanzar al primer golpe y luego descarga con velocidad tu potencia hasta hacerle tambalearse. Entra y pega, pega, pega…”, le repetía como un mantra Roach. “Pega, pega, pega…”. A Pacquiao le gustaba la sedosa elegancia de Óscar de la Hoya, pero Roach estaba obsesionado con mejorar la velocidad de Manny y hacerle más inteligente en el ring. Estaba convencido de que si sumaba a su instinto de supervivencia callejero algo de sofisticación, fabricaría un campeón. Manny cambió los cartones por una mansión en Los Ángeles sin descuidar desde el primer momento a su familia, incluido su padre. Y lo primero que hizo al adquirir su nueva mansión fue comprarse un perro al que llamó ‘Pacman’. El trauma de lo sucedido aquella noche de su infancia le perseguirá siempre.
“Serás el mejor solo si vences a los mejores”, le advirtió Roach al iniciar el camino que le llevaría del infierno al Olimpo. Pacquiao aceptó arrancar ese tortuoso camino peleando con los púgiles más feroces del panorama. Al mexicano Barrera lo doblegó, ya como peso Pluma, para después empatar con Márquez. Como Superpluma, con diez kilos más de los que empezó en el 95, inició una legendaria serie ante el mexicano Eric Morales. Cuatro peleas en las que Pacman saboreó la gloria y besó la lona en su KO más duro. “El éxito es dulce, y más si se demora y supera obstáculos y derrotas”, declaró después de vengar aquella derrota. Después de la tercera pelea con Morales, Bob Arum, el promotor de Manny, anunció pomposamente que habían firmado con Golden Boy Promotions (GBP), haciendo público su objetivo de seguir ganando peso y reuniendo títulos mundiales de diferentes categorías para pelear con los más grandes. Como había dicho Roach.
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Pacquiao celebra una de sus victorias.

Fuente de la imagen: Eurosport

En 2008 Pacquiao saltó al peso ligero, donde cumpliría un viejo sueño, medirse a su ídolo Óscar de la Hoya. Lo hizo como vigente campeón del mundo, ya que en junio había arrebatado a David Díaz el cinturón. El 6 de diciembre de 2008, Pacquiao y su admirado Óscar de la Hoya cruzaban guantes en el MGM de Las Vegas en una pelea que se bautizó como Dream Match (La pelea de ensueño). Manny estaba ante su gran oportunidad. Consciente de la mandíbula granítica de De la Hoya, le castigó en los ochos primeros asaltos sin misericordia, logrando que el rincón de su ídolo tirase la toalla en el noveno. Pacman había derrotado a Goldenboy. Además de ingresar más de 20 millones de dólares, alcanzaba la dimensión de leyenda del boxeo. “Admiro a Óscar. El boxeo es un deporte. Nos permitimos golpearnos, pero no trato a mi oponente de enemigo. Entretenemos a la gente”, manifestó al bajarse del ring.
Pacquiao siguió acumulando títulos y batiendo récords: tumbó a 22 campeones del mundo, se convirtió en el primer boxeador en la historia en ganar títulos mundiales en cuatro de las ocho clases originales del boxeo, las llamadas “divisiones de glamour” (mosca, pluma, ligero y welter), ganó mundiales en cuatro décadas diferentes (1990, 2000, 2010 y 2020)… Y todo mientras aumentaba el carisma de su figura pública como político volcado con la gente de su país, como cantante de éxito, actor reconocido y hasta superhéroe. Más allá del ring, Pacquiao ha luchado por hacer feliz a la gente humilde que le rodea. “Cuando era niño comía como mucho una comida al día y dormía en la calle. Nunca lo olvidaré y eso es algo me inspira a luchar duro, mantenerme fuerte y recordar a las personas de mi país que luchan todos los días. Y mi padre fue uno de ellos. Jamás le culparé por lo que hizo. Cuando tienes hijos sabes que será capaz de hacer lo imposible por ellos”. Para Pacquiao nunca hubo nada imposible.
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