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Grandes relatos Eurosport: Plouay 2000, el cuarto Mundial que nunca ganó Óscar Freire

Adrián G. Roca

Actualizado 26/09/2020 a las 08:03 GMT

Si el sexto Tour de Francia de Miguel Indurain no llegó nunca, del cuarto Mundial de Óscar Freire puede decirse exactamente lo mismo. Esta historia del arcoíris que pudo haber sido en Plouay es algo más que un relato de ‘ciclismo-ficción’. Tan sólo pretende ensalzar más si cabe la figura de un ciclista irrepetible.

Portada Grandes Relatos Eurosport - Freire Plouay 2000

Fuente de la imagen: Eurosport

Nunca quiso conformarse con tres, por eso desde Verona 2004 el objetivo siempre fue buscar el cuarto e ir un paso por delante del selecto grupo que componen Alfredo Binda, Rick Van Steenbergen, Eddy Merckx, él mismo y desde hace muy poco Peter Sagan. A partir del tercero, Óscar Freire Gómez no anduvo lejos del cuarto en los circuitos de Melbourne 2010 y Copenhague 2011, pero como le sucediera a Miguel Indurain en 1996 con el sexto Tour de Francia que nunca llegó, el cuarto maillot arcoíris tendría que haberse ganado antes.
Conviene explicarse bien. Tras la irrupción de Alejandro Valverde en 2003 como potencial ganador de la prueba en línea de un Mundial de ciclismo de fondo en carretera, el propio Óscar Freire reconoció que a partir de ese momento le tocaba compartir jefatura de filas en la selección española. En ese largo durante, una lesión apartó al cántabro de disputar la prueba de Madrid en 2005 y hasta su última tentativa en 2012, donde supuestamente el propio Valverde no salió a tratar de secar el ataque definitivo de Philippe Gilbert en la subida final al Cauberg poniendo como pretexto que se quedó esperando a Freire, el cántabro sólo tuvo dos oportunidades reales (las citadas anteriormente de Australia y Dinamarca) de poder ganar ese cuarto arcoíris después de haber conquistado el tercero.
Por esta razón hay que hacer la cuenta con carácter retroactivo. Donde sí tuvo una posibilidad real de ganar otro Mundial, el que hubiera sido su segundo de forma consecutiva y el que al fin de su carrera le hubiera colocado en un olimpo inalcanzable. En definitiva, el bronce de Plouay 2000 fue o, mejor dicho, debió ser ese cuarto Mundial de Óscar Freire. Una medalla que supo a muy poco, ya que quien se vistió de arcoíris ni mucho menos era más rápido que él, en caso de que aquel esprint hubiera sido perfecto y no una sucesión de pequeños infortunios propios de la tensión del momento.
Romans Vainsteins, Mundial de Plouay 2000
El domingo 15 de octubre del año 2000, Freire Gómez partía con el dorsal número uno por ser el vigente campeón del mundo. En Verona un año antes ninguno de los grandes tomó en serio su ataque final y sorprendió siendo un auténtico desconocido. Aquel primer arcoíris no sólo le abrió las puertas de un suculento contrato en el equipo Mapei-Quick Step, sino una merecida consideración por parte de sus rivales y del público, especialmente del español que sólo vivía pegado al Tour de Francia y en menor medida a La Vuelta en los difíciles años post Miguel Indurain.
Llegar en las mejores condiciones a la cita de Plouay no fue fácil ni para Freire ni para el seleccionador Francisco Antequera. El ciclista no acabó de recuperarse de una molestia lumbar que pocos días atrás le hizo retirarse del Giro de Lucca, donde consiguió su novena victoria de aquella primera temporada vestido de arcoíris. En la vigilia decidió quitarse cualquier tipo de presión y colocar a otros el cartel de máximo favorito, especialmente al italiano Michele Bartoli. Él y todos sabían que, este año sí, estaría mucho más vigilado y que la selección llamada a controlar y dominar la prueba por encima de potencias como Bélgia, la propia Italia o Francia, iba a ser la española de forma irremediable.
Al volante Paco Antequera, un seleccionador cuestionado por la gestión pocos días antes de esta prueba en línea por la contrarreloj donde Abraham Olano sólo pudo ser quinto. La prensa le responsabilizó de las referencias erróneas que le iban llegando durante su participación y de la gestión que hizo después de este fiasco, con el propio Olano abandonando la concentración de la selección y renunciando así a participar en la prueba de ruta tres días después.
Ese incendio nunca acabó de esclarecerse del todo pero con o sin Olano la táctica a seguir en el circuito bretón de Plouay iba a ser exactamente la misma. Eladio Jiménez, Rafa Díaz Justo, Iván Gutiérrez y Francisco Cerezo iban a trabajar duro en las primeras vueltas para que en el segundo tercio de la carrera Jon Odriozola, Haimar Zubeldia y Alain Laiseka protegieran a Manuel Beltrán y Miguel Ángel Martín Perdiguero. Por último, Chechu Rubiera corriendo con libertad y Óscar Freire como líder claro serían los encargados de rematar.
El trabajo de la selección española no fue merecedor de ningún reproche durante toda la carrera. Presentes en fuga, atentos a los cortes y dejando hacer al belga Tchmil en todos los palos que dio para exhibirse y tratar de sorprender desde lejos. Todos coincidieron que él fue el hombre más fuerte de aquel Mundial, por eso convenía no dejar suelto a ningún favorito en la penúltima cota de Ty-Marrec. La clásica francesa que cada año se disputa en este mismo recorrido, el Gran Premio de Plouay, servía obviamente para que prácticamente todos los participantes se supieran de memoria este recorrido y exactamente dónde había que atacar, guardar fuerzas o bien perseguir hasta el final.
El esprint final venía precedido de una pequeña bajada y apenas picaba cuesta arriba, algo que Óscar Freire hubiera preferido en caso de tener que remontar. Pero el desenlace no fue el soñado por la especial fijación del líder español con Micheli Bartoli. La volata ya estaba lanzada tras casi 270 kilómetros y con Tchmil y Rebellin alcanzados por el pelotón en los últimos 200 metros, Freire tuvo que reaccionar sobre la marcha y seguir la rueda de alguien para remontar, por eso eligió la de Bartoli. El cántabro llegó a tocarla y ya quedó demasiado pegado a las vallas, encerrado y con poca capacidad de maniobra. Pudo abrir gas para llegar hasta el bronce pero no cogió la estela del polaco Zbigniew Spruch y ni mucho menos la del letón Romans Vainsteins, quien acabó resolviendo con aparente facilidad para sumar la victoria de su vida.
Romans Vainsteins, Mundial de Plouay 2000 con Óscar Freire bronce
“No sabía de las fuerzas de los demás, sabía que eran rápidos y nunca puedes fiarte. Pero al salir mal colocado no tuve más remedio que coger una rueda a falta de 200 metros para la meta. Y fue la de Bartoli, la toqué y ahí ya perdí toda opción. Mis mejores esprints han sido siempre en los que he salido bien colocado, sin depender de la fuerza de nadie.Y eso cuenta más que la fuerza en los metros finales. Creo que si la llegada hubiera tenido un poco de dureza en lugar de ser en ligero descenso podría haber escalado algún peldaño más”, confesó Freire con la medalla de bronce colgada del cuello.
No obstante, la frase que recogieron los principales titulares al día siguiente fue esta: “Debía haber ganado el oro”. Más que autocrítica, fue puro convencimiento de que una mejor toma de decisiones en los metros finales hubiera cambiado la historia de aquel Mundial, la propia de Freire y la del ciclismo mundial porque aquel segundo arcoíris hubiera sido con total seguridad uno más en su cuenta particular para acabar sumando cuatro en lugar de tres.
Quien también lamentó esta medalla de bronce pero no reprochó el trabajo de sus ciclistas fue el seleccionador Antequera. El podio de Freire le sirvió para desquitarse de todas las críticas recibidas días antes por aquel mal trago de Abraham Olano. También reivindicó la estrategia de rodear de peones a un líder único y no meter en el mismo equipo a diferentes líderes, aunque con la posterior llegada de Alejandro Valverde no tuviera más remedio que añadir más balas ganadoras a su cargador.
El carisma y el potencial que desprendía Óscar Freire tras ganar su primer Mundial en 1999, de enrolarse en el potentísimo Mapei-Quick Step y tener que demostrar en cada carrera su condición de arcoíris y de superclase que merecedor de correr en el equipo de clásicas más potente del mundo con sólo 24 años y siendo español, sirvió para que ningún compañero de selección tuviera dudas de trabajar por y para su líder, no sólo en aquella cita de Plouay sino en los años venideros.
Tras ese bronce que pudo ser oro la gloria llegó de nuevo en Lisboa 2001. En Zolder 2002 no pudo ser en un circuito demasiado llano y diseñado para Mario Cipollini. En Hamilton 2003 la vigilancia extrema a Freire permitió el arcoíris de Igor Astarloa y la plata de Alejandro Valverde y en 2004, de nuevo en Verona, tocó revalidar el arcoíris y sumar ese tercer y definitivo título. Entender bien esta sucesión de acontecimientos y posibilidades es clave para determinar que debió ser Plouay 2000 y no otro, el cuarto Mundial que Óscar Freire se quedó sin ganar.
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