La opinión de Luis Jiménez: El dilema del Giro de Italia

Cuando a mediados del mes de Mayo Joxean Matxin, factótum y alma máter del UAE afirmó en Eurosport que Pogaçar podía ser el primer corredor en ganar las tres grandes vueltas el mismo año, las alarmas en el cuartel general de RCS, los patrones del Giro, se encendieron al grito de “¿Tadeo corriendo el Giro?”, que imagino que es lo que exclamó fuera de sí Mauro Vegni, al tiempo que le faltaba tiempo para descolgar el teléfono y ponerse en contacto con los diseñadores del recorrido y pedir, rogar, suplicar montar una carrera por y para Pogi porque, ¿de qué te sirve tener la mejor carrera del mundo si no tienes a los mejores ciclistas del planeta?

Imagino que podremos estar casi todos de acuerdo en que el Giro de Italia es una carrera especial, muy especial. Es la primera Gran Vuelta del año y hay ganas, muchas ganas de ciclismo; por tradición, es una de las pruebas más bellas del calendario; es Italia, un templo construido por Miguel Angel por y para el ciclismo y, sin embargo, la carrera había entrado en un deterioro y desinterés por parte del aficionado y corredores realmente preocupante, muy preocupante. Cuando la audiencia se te escapa, cuando la trascendencia de tu producto desciende, cuando empiezas a estar abonado a la indiferencia es que tienes un serio problema y un dilema y una pregunta: ¿qué puedes hacer para recuperar el trono perdido?

Según las estadísticas realizadas por la página Procyclingstats sobre la calidad de la participación en las carreras ciclistas de 2023, el Giro de Italia ocupa un dramático 17º puesto, por debajo de Tour de Francia, primer clasificado, y de la Vuelta a España, en octavo lugar. La Corsa Rossa se ve superada por los Monumentos, Tirreno-Adriático, Tres Valles Varesinos o el Grand Prix de Montreal. Se podrá estar de acuerdo o no con el método empleado por los colegas de Procycling, pero resulta asombrosamente coincidente con el sentir mayoritario del aficionado al ciclismo: el Giro no interesa a los grandes corredores. En 2022 la carrera italiana ocupaba el 12º puesto del ranking, 11º en 2021 y 8º en 2020. El descenso hacia los infiernos de la indiferencia es evidente y las razones numerosas.

El Tour es el monstruo que devora, marca y condiciona todo el calendario ciclista. Los grandes equipos y los grandes corredores sueñan con disputarlo, los aficionados mayoritarios y ocasionales al ciclismo, esperan la llegada del calor para emprender el viaje ciclista por las carreteras de Francia. Objetivamente, no es la mejor carrera, pero es tal su repercusión e impacto que no importa que los recorridos sean mediocres y previsibles: vende. El Giro, por el contrario, puede presumir contar con un recorrido genuino, de esencia ciclista, de sufrimiento, de dureza, de momentos épicos, cualidades lamentablemente incompatibles para afrontar semanas después la ronda francesa. Ganar Flandes o Roubaix también se han convertido en objetivos prioritarios de los grandes corredores por el crédito y el valor que tienen los Monumentos. El gran perdedor en toda esta endiablada ecuación es el Giro.

Sin duda, el recorrido diseñado por los organizadores del Giro para 2024 decepciona, decepciona mucho. Etapas cortas, dureza capada (el menor desnivel acumulado desde 2010), puertos escasamente exigentes, tanto en longitud como en altitud; cimas míticas maltratadas como el Stelvio, un guiño a los velocistas con casi nueve jornadas en las que podrán ser protagonistas; dos cronos y demasiadas etapas inocuas por no decir que absolutamente prescindibles. Puede que sea un recorrido apto para atraer a la aristocracia del pelotón, pero sin duda a costa de una traición a la esencia que los más puristas jamás perdonarán. Todo sea por la audiencia.