La opinión de Luis Jiménez: El aviso a navegantes de Pogaçar

Santa María, muchos nos lo tomamos a broma, a sobrada, al típico comentario de un jugón del ciclismo, de alguien que, no sólo corre, también disfruta cada vez que se monta en su bici y comienza a pedalear desde el kilómetro 0. Y se quedó tan ancho, pero poca broma, muy poca broma ¿Qué este zumbado va a atacar a 81 kilómetros de meta? ¡Es la primera carrera que corre en la temporada! ¿Estás de coña, no? Sin embargo, fuimos muchos los que consultamos el libro de ruta para ver a qué hora se alcanzaba el tramo de sterratto de Santa María, quizá sospechando que, conociendo cómo se las gasta el tipo, lo mismo se ponía a tirar como un poseso y se escapaba. Es lo que tienen esta gente: nunca sabes por dónde te van a salir, aunque te avisen en la salida de que van a atacar a 81 kilómetros

Las caras de los damnificados al cruzar la línea de meta de la Piazza del Campo eran una mezcla de perplejidad, resignación, de un ´¡Qué diablos!´ aderezada con una buena dosis de miedo por la barbaridad de la que acababan de ser testigos directos dentro del pelotón. Caían como moscas, dijo el ganador del año 23, Tom Pidcock. Corríamos como en una grupetta. Veía cadáveres por todas partes. No tengo palabras, balbuceaba el ciclista británico…y supongo que tampoco muchos de los que contemplábamos en directo una de las mayores exhibiciones del ciclismo contemporáneo, a la altura del ciclismo de la vieja escuela, de los de Indurain en la etapa de Lieja del Tour del 95 o la de Chiapucci en Sestriere, con la excepción del aficionado inconformista de turno, el protestón por defecto que se quejaba amargamente en redes del aburrimiento que le provocaba la larga carrera en solitario de Pogaçar. Hay gente tan empeñada en sacar punta a todo que se pierde momentos que pasarán a la historia, aunque los tengan delante de sus mismísimas exquisitas narices. Ellos se lo pierden.

Que estamos ante una de las mejores generaciones que ha dado en ciclismo en toda su historia es un hecho objetivo, incontestable y maravilloso. Otra historia sería determinar si es la mejor hornada de siempre, algo discutible, matizable y en lo que no vamos a entrar hoy, aunque opiniones habrá para decir que sí, que es la mejor y también todo lo contrario. Lo cierto es que la gesta en la Toscana sospecho que puede marcar un antes y un después. Ya hemos disfrutado de exhibiciones de este tipo en otras pruebas, en otros contextos, con otros nombres pero, honestamente, no como la vivida el sábado. El ´Me estás asustando’ que escribió Van der Poel a Pogaçar me temo que fue sincero, puede que pensando en que está cada día más cerca el sábado 16, cuando van a coincidir por primera vez en esta temporada en la Milán-San Remo, con la Cipressa y en el Poggio como jueces de paz ¿Qué pasaría por la cabeza de Van Aert, de Vingegaard o de Roglic mientras veían-tomaban nota-analizaban la Strade del sábado?

Intimidar: causar o infundir miedo. No es un concepto ajeno al ciclismo. Indurain intimidaba a sus rivales por su talento y poderío innatos; el Sky de los viejos tiempos y, en cierto modo, el Jumbo Visma actual, convirtiendo el pelotón en un régimen casi dictatorial en el que nada se mueve, incluidas las fugas de los modestos, sin el beneplácito del equipo poderoso; o los motes de algunos mitos de este deporte, como El Caníbal, el Tejón, El Tiburón de Messina, El Halcón y otros más que avisaban al resto de cómo se las gastaban en la carretera. No, no es nuevo el espectáculo que nos regaló Pogaçar en Italia, pero quizá, solo quizá, marque un antes y un después en esta generosa en talento época del ciclismo mundial.