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Por qué nunca se debe decir que el Tour de Francia se ha convertido en una carrera aburrida

Adrián G. Roca

Publicado 18/07/2019 a las 17:45 GMT

Si el cliente siempre tiene la razón, los clientes del Tour de Francia 2019 son sus espectadores. Y algunos tienen motivos para no estar del todo entretenidos tras no ver batalla entre los favoritos en la primera gran etapa de montaña en Pirineos. Pero conviene no alarmarse ni ser tremendistas a las primeras de cambio. Contra ese escepticismo, hay argumentos de peso.

Geraint Thomas, Egan Bernal et l'équipe Ineos lors de la 12e étape du Tour de France 2019

Fuente de la imagen: Getty Images

Nunca puede decirse que el Tour de Francia sea una carrera aburrida. Lo fácil es echar la culpa al ‘ciclismo moderno’ como concepto o al dominio del Team Ineos. En las tres primeras semanas de julio, cada año se dan cita los mejores ciclistas del mundo llegando en su plenitud de forma. Cada una de las 21 etapas es el escenario perfecto para brillar, para escribir páginas de gloria y honor. Más de 3.500 kilómetros hasta los Campos Elíseos de París para congregar a millones de personas de todo el mundo ante el televisor o sus dispositivos móviles con el único fin de seguir y disfrutar de uno de los eventos deportivos más trascendentes del calendario. No hay excusa para no disfrutar, ni debería haber un solo kilómetro para aburrirse.
Si bien es cierto que el Giro de Italia o la Vuelta a España han podido ser más entretenidas para el espectador en sus últimas ediciones, la cita francesa siempre ganará por goleada por su prestigio, por su historia, por su presente y futuro. Que nadie se engañe. Tal vez falte actitud por parte de alguno de los grandes favoritos. Se echan de menos propuestas tácticas más ambiciosas. Quizá se tenga demasiado respeto al Team Ineos (antiguo Team Sky) por su manifiesta superioridad en montaña y sus tácticas rígidas y aplastantes. O tal vez al diseño de los recorridos le falte una vuelta de tuerca más, pese a que en las últimas ediciones se está variando con diferentes recursos como mucha menos crono, etapas de montaña cortas y explosivas y muros en el final de las primeras etapas para evitar siestas innecesarias.
Llega la montaña y los favoritos no atacan, ¿son más divertidos el Giro o La Vuelta que el Tour?
Toca remontarse al Tour de Francia de 2012, etapa con final en La Planche des Belles Filles. Ese día el Team Sky dio su primera gran exhibición y cambió la historia contemporánea de la carrera. Pero la falta de acción no es responsabilidad única del equipo inglés. Por ejemplo, en 2014 Froome y Contador se fueron al suelo y Vincenzo Nibali no tuvo rival para coronarse en París. Un año después Nairo Quintana lo intentó y puso en apuros a Froome hasta los últimos metros en el Alpe d’Huez. En 2017 el propio Froome ganó por un escaso margen a un Rigoberto Uran que fue segundo sin lanzar un solo ataque.
Conviene contextualizar y evocar ese pasado reciente para dejar claro que el ‘trenecito’ del Team Sky -ahora Ineos- es la excusa perfecta para creer que el Tour de Francia es la gran vuelta menos entretenida. Como el desenlace de 2011, cuando Cadel Evans arrebató a Andy Schleck el amarillo en la última crono pocos días después de que el luxemburgués lanzara uno de los últimos grandes ataques del ciclismo contemporáneo camino del Galibier y se vistiera de líder.
Volviendo al presente es cierto que las fugas de las etapas llanas apenas se pelean en este Tour de Francia 2019. Se fugan prácticamente los mismos y de los mismos equipos. Potencias del esprint como el Deceuninck-Quick Step practican hostilidad contra corredores que intentan romper el pelotón pero ojo: esta edición lleva doce ganadores de etapa distintos en sus doce primeras etapas. También ha visto acción en jornadas de media montaña o abanicos para que algunos favoritos se dejen sus opciones cuando menos lo esperaban.
Hay que dar valor a esta acción vista hasta la fecha. Y también a que tras la primera jornada en Pirineos el recorrido presente una contrarreloj corta pero exigente y haga que los escaladores tengan que guardar obligatoriamente sus energías para no perder una minutada ante otros favoritos que son especialistas como el reloj. La duodécima etapa con final en Bagneres de Bigorre era propicia para al menos intentarlo, aunque no se vio nada de nada. Es evidente que este inmovilismo o conservadurismo excesivo desgasta y desencanta al espectador. Ya sea al más amante y experto en ciclismo como el que sólo se asoma a este deporte tres semanas al año en julio.
El espectador siempre quiere más acción, batallas más intensas, que Nairo Quintana ataque y deje de mover el codo. Que Mikel Landa haga magia cuesta arriba, que salga alguien que rompa la fila del Ineos. Incluso que un ciclista francés gane de una vez. A ese espectador descontento con razón también hay que recordarle que ese enfado se le va a acabar pasando rápido. Vendrá otra etapa de montaña, volverá a meterse de lleno en esta fábrica de ilusiones. Y gane quien gane en París o se haya divertido más o menos durante tres semanas, el día siguiente a los Campos Elíseos lo echará mucho de menos y ya estará esperando el Tour del año que viene.
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