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L’ Angliru: La deuda pendiente de Chris Froome con el Infierno

Adrián G. Roca

Publicado 09/09/2017 a las 16:11 GMT

L’ Angliru es una leyenda muy joven en la Vuelta a España y en el ciclismo mundial. Sus 12 kilómetros y sus brutales desniveles que superan el 20% han escrito pocas pero muy épicas victorias y dolorosas derrotas. En esta montaña asturiana fue donde Chris Froome perdió su primera ocasión de ganar La Vuelta, pero donde se dio cuenta qué le hacía falta para convertirse en un gran campeón.

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Longform Angliru, Froome against the mountain

Fuente de la imagen: Eurosport

1. Una montaña encontrada de casualidad

Incluso antes de su existencia para el mundo del ciclismo profesional ya fue calificado como el puerto más duro del mundo. Ese puerto enclavado junto a La Gamonal, en plena sierra del Áramo y en la localidad asturiana de Riosa se mantuvo en el más absoluto anonimato para las grandes gestas hasta 1998, año en el que la organización de La Vuelta decidió dar un nuevo golpe de efecto a su propio producto y poner en el mapa una nueva cima sin ninguna leyenda a sus espaldas, pero capaz de rivalizar con colosos como el Monte Zoncolan o el Mortirolo gracias a sus imposibles porcentajes de desnivel.
Todo el mundo comenzó a hablar de L’Angliru poco antes de la presentación de la Vuelta a España de 1999, pero su descubrimiento fue poco menos que una casualidad pocos años antes y estuvo fundamentado por el artículo de Mario Ruiz, gran especialista en altimetrías en España, publicado en 1996 en la revista ‘Ciclismo a Fondo’ y titulado: “Atrévete con el puerto más duro de España: La Gamonal, un coloso de espanto”. Este texto abrió el camino para que este puerto, primero conocido como La Gamonal por su proximidad a esta cima, acabara de inspirar a Miguel Prieto, el director de información de la organización ONCE (Organización Nacional de Ciegos Española, y que entonces patrocinaba al equipo ciclista que dirigía Manolo Saiz). Envió una convincente carta a Unipublic, empresa organizadora de la carrera y ésta empezó a poner en marcha un mito que durará eternamente.
Los grandes sueños de Enrique Franco, el entonces director general de La Vuelta, eran incluir en la ronda española una etapa con final en el Teide (Tenerife), una meta más allá del puerto de Navacerrada ascendiendo hasta la ‘Bola del Mundo’, acabar de nuevo en la cima cántabra de Peña Cabarga y una cronoescalada entre Pamplona y “La Higa de Monreal”, una ascensión inédita y de las más duras de la geografía española. El paso del tiempo desbloqueó dos de esos objetivos de Franco, ya que la madrileña Bola del Mundo ya ha albergado en dos ocasiones un final de etapa y los aficionados cántabros han vuelto a disfrutar de la montaña que preside Santander y donde Chris Froome, por cierto, ya ha salido victorioso en dos ocasiones.
Longform Angliru, stage winners
En los propósitos del viejo organizador de la carrera no se contemplaba esa gran posibilidad en forma de dureza extrema que ofrecía L’Angliru, y por esta razón la carta de Miguel Prieto cobró mayor relevancia para acabar de hacerlo posible. Esa misiva ponía en conocimiento de la empresa organizadora, y concretamente a Alberto Gadea, el encargado de diseñar el recorrido, que a sólo 15 kilómetros de Oviedo existía un puerto de 12 kilómetros de ascensión con pendientes todavía más duras que esa ansiada “Higa de Monreal”. Y para concluir su texto y para dar mayor énfasis a esta propuesta, añadió: “Tenga no completa seguridad, sino certeza de que, de realizarse en alguna ocasión, las retinas de los telespectadores jamás la olvidarían. Lo mismo que se dice que los Lagos de Covadonga podrán ser la equivalencia española al Alpe d’Huez francés, La Gamonal podría equipararse e incluso, sin exagerar, superar al Mortirolo italiano”.
Una Vuelta a España sin L’ Angliru es como un maratón de cinco kilómetros (Enrique Franco)
Este entusiasta discurso pareció acabar de convencer a los organizadores, y poco más de un año después de esta carta, La Vuelta de 1999 ya había incluido esta montaña conocida primero como La Gamonal pero bautizada ya para siempre como L’ Angliru. Y para comenzar a construir un mito semejante, antes incluso de que un ciclista profesional pisara sus primeras rampas en plena carrera, ya se dio por hecho que iba a ser la subida más dura y exigente jamás vista hasta entonces. Incluso acertaba el entonces alcalde de Riosa, José Antonio Muñiz, cuando se refirió al filón de épica que su pueblo estaba a punto de dar a conocer a todo el mundo: “Era una joya que en lugar de estar en el escaparate de la tienda estaba en la trastienda”. Y era verdad, mientras los Stelvio, Mortirolo o cualquier gran escenario de Alpes o Pirineos en el Tour de Francia habían alimentado su leyenda durante décadas, esta joya asturiana y tan complicada de pulir tenía que recuperar, casi a contrarreloj, todo este tiempo perdido.

2. La primera vez: Locura, niebla, Pantani y el Chava

La inclusión de L’Angliru en la novena etapa de La Vuelta 1999 desató la locura y superó cualquier expectativa inicial. Tanto, que incluso un recorrido plagado de finales en alto e incluyendo esta temible montaña con rampas del más del 20% de desnivel, enfadó a Jean Marie LeBlanc, entonces máximo dirigente del Tour de Francia, quien llegó a afirmar que le sorprendía tanta dureza en esta carrera. Una reflexión justificada en que fue la propia ronda gala la que quiso proponer etapas menos salvajes para intentar luchar contra el dopaje, después de que el Tour se viera sacudido por su mayor escándalo jamás vivido en la edición de 1998.
Fue precisamente en Marco Pantani, ganador de aquel Tour ‘de la vergüenza’ en quien pensó la organización de La Vuelta situando L’ Angliru en su programa. Evidentemente una lucha cuerpo a cuerpo en sus rampas entre el Pirata y el ‘Chava’ Jiménez hubiera sido la imagen soñada no sólo por La Vuelta sino por toda la afición, pero esa imagen nunca llegó a producirse. Pese a que el malogrado genio italiano hizo un guiño para participar en aquel septiembre del 99 en España, su exclusión del Giro de Italia en Madonna di Campiglio le apartó de esa aventura y, tal y como cuenta Manuela Ronchi en su biografía “Un hombre en fuga”, del ciclismo, para poco a poco apartarlo de la vida.
Todas las miradas se centraron pues en el escalador abulense. Él y no otro ciclista era la gran sensación de la época y el preferido por la gran mayoría de la afición española. En un reportaje publicado el 8 octubre de 1998, se veía a un muy sonriente Chava reconociendo el coloso e incluso recibiendo la ayuda de Eladio Llanos, un cicloturista y minero, quien le prestó su rueda con un piñón de 28 dientes para que pudiera transitar mejor por sus duras rampas y tener su momento de gloria en la prensa. Aquella ascensión fue la primera gran puesta de largo de L’Angliru, para que meses después el mundo entero pudiera ver la primera batalla real y en ella a su máximo e indiscutible protagonista. Cuando le preguntaron antes de tomar la salida de esa Vuelta ’99 si tenía miedo a esta montaña, Jiménez fue tajante al respecto: “Si alguien se tiene que asustar, precisamente no soy yo”.
Si alguien se tiene que asustar, precisamente no soy yo. Tampoco hay que tener miedo si ese día aciertas con el desarrollo adecuado (Chava Jiménez)
Hablar de L’ Angliru es hablar de rampas y curvas imposibles, pero también de niebla, lluvia y frío. Esta subida jamás se entendería sin un color gris oscuro presidiendo el cielo, su peculiar paisaje y prácticamente cada escena que deja a su paso. Así ganó el Chava a Pavel Tonkov en 1999, remontando entre la espesura de una intensa bruma a Roberto Heras primero y al ruso en la misma línea de meta, sólo unos pocos metros antes del final. Ganó finalmente el ciclista que esta etapa y todas sus circunstancias deseaban ardientemente que ganara, aunque no sin polémica. Pavel Tonkov acusó a las motos de carrera y los coches de equipo de no dejarle esprintar para sellar su victoria: “Había hecho méritos para ganar la etapa y perder así te deja un mal sabor de boca”, aseguró contrariado el ganador del Giro de Italia de 1996.
Jiménez, en cambio, se mostró exultante tras una de las mayores victorias de su carrera y más tras una temporada en la que no le estaba saliendo casi nada: “Ha sido mi victoria más importante. Estaba en deuda conmigo, con el equipo y con la afición. Habían puesto esta subida pensando en mí y no podía fallar”. De hecho, se la dedicó a Marco Pantani: “Quiero dedicarle esta victoria a Marco Pantani, que está pasando por unos momentos difíciles y me gustaría animarle” . Esta consideración hacia su ídolo y amigo no borró del imaginario colectivo esa primera gran batalla que se hubiera desatado bajo la niebla en caso de que el Pirata hubiera podido participar en La Vuelta de no haber sido sancionado por su alta tasa de hematocrito. Sin lugar a dudas, ése fue el gran duelo soñado que jamás existió.

3. La montaña inhumana donde se ganan y… especialmente se pierden Vueltas

Si el pedazo más grande de gloria se lo llevó José María Jiménez en la primera ascensión a L’Angliru, posteriormente esta montaña ha escrito otras historias de heroísmo y dolor, mucho dolor, a partes iguales. En su cima ganó Roberto Heras en 2002 arrebatando dos lideratos a Óscar Sevilla: El del jersey dorado de líder y el de su propio equipo en favor de Aitor González. Derrotado en la carretera y en el seno de su escuadra, fue él quien bautizó al coloso asturiano como una “montaña inhumana”. Allí Sevilla perdió todas sus opciones de ganar la grande que nunca ganó y allí fue donde su compañero apodado ‘Superman’ jugó sus propias bazas para proclamarse campeón de La Vuelta pocos días después en la contrarreloj del Santiago Bernabéu.
Entre medias, la subida de La Vuelta 2000 con la victoria del italiano Gilberto Simoni, quien dos años después dijo del L’Angliru que es “una subida para bicicleta de montaña”. Pero más allá del triunfo del italiano sobre Jan Hruska y de su contundente y puede que despreciativa frase, fue Roberto Heras quien cimentó su victoria final sobre Ángel Casero y Óscar Sevilla. En esta ocasión las grandes diferencias en meta sí marcaron el desenlace final de la carrera, como desde entonces ya ocurriría siempre en las restantes ediciones en las que la carrera española toca el cielo del infierno asturiano.
Tras seis años de ausencia y del empacho inicial de esta subida, L’ Angliru volvió a escena en 2008. Aquella Vuelta la corrió Alberto Contador porque el Tour de Francia no invitó ese mismo año al equipo Astana por sus casos de dopaje. El ciclista madrileño inscribió aquí su nombre como ganador de etapa y prácticamente de la general final, ya que al día siguiente volvió a ganar en solitario en Fuentes de Invierno, dejando aún más tocados a sus principales rivales. Él siempre soñó con ganar esta etapa, vivía el mejor momento de su carrera y de algún modo debía reivindicarse por haber sido excluido de un Tour que con total seguridad hubiese ganado. Alberto atacó a falta de cinco kilómetros, justo en las curvas más duras y más abarrotadas de enfervorizado público. Algún cronista de la época se aventuró a escribir que fueron sus cuatro kilómetros de ascensión más brillantes y académicos.
Alberto Contador ganando en Angliru | Longform Angliru
La de L’Angliru fue su victoria más grande hasta que en 2012 rompió la carrera y a Joaquim Rodríguez en Fuente Dé. Allí, entre Riosa y La Gamonal, Contador tenía que saldar dos deudas: la de su propia existencia al ser en territorio asturiano donde estuvo a punto de perder la vida cuando cayó fulminado por el cavernoma y la de su rabia de juventud por haber sido excluido del Tour de Francia. Su triunfo, cómo lo hizo y la perspectiva que otorga el tiempo hacen pensar que, tal vez, L’ Angliru, La Vuelta y el propio Alberto deban dar las gracias al organizador de la ronda gala por aquella polémica decisión, ya que en gran parte hizo posible que la nueva reina de las cimas de La Vuelta tuviera su ganador más ilustre.
Como este puerto hay pocos, es mítico e importante. No podía dejar escapar la ocasión (Alberto Contador)
Otra bonita historia que contar que deja esta “montaña inhumana” es la del ganador más viejo de una gran vuelta celebrando su triunfo. En 2013 la cima la conquistó el hoy gregario del Team Sky Kenny Elissonde, pero la imagen que dio la vuelta al mundo fue la de Chris Horner repartiendo besos a sus auxiliares y celebrando su triunfo con cara de niño pese a sus 41 años. Allí, sentado recuperándose del esfuerzo en el suelo, tomando aire y no creyéndose del todo lo que había acabado de hacer. Pues lo hizo, ya que no sólo aguantó los ataques de Vincenzo Nibali en las rampas más duras sino que fue capaz de marcar la subida más rápida (43 minutos y 6 segundos) sólo por detrás de los 41:55 de Roberto Heras en el año 2000.
Longform Angliru, Froome and Wiggins

4. La deuda pendiente de Chris Froome con el Infierno

Aunque en muchas ocasiones las montañas más duras y los desniveles más absurdos no hacen las mayores diferencias para luchar por la general de una carrera, las seis ocasiones en las que L’Angliru ha formado parte de La Vuelta, ha acabado convirtiéndose en su juez principal. En las primeras ediciones esta etapa siempre estuvo enclavada en el ecuador de la carrera, ya que se trataba de un novedoso experimento. Poco a poco fue acercándose hacia las etapas finales, para ser la traca final en 2013 y que fuera la montaña más decisiva. Este mismo escenario donde todo o casi todo se decidirá se volverá a vivir en esta edición de 2017, en La Vuelta que tanto quiere ganar Chris Froome.
De hecho, fue en L’Angliru donde Chris Froome empezó a perder La Vuelta 2011, la primera grande que le puso en el mapa como potencial ganador del Tour de Francia. Su misión fue la de secundar a su compañero Bradley Wiggins, quien dijo adiós a sus opciones de ganar su primer Tour por una caída a las primeras de cambio. Con lo que nunca hubieran contado los dos ingleses y su propio equipo era con que un actor absolutamente inesperado como Juanjo Cobo se acabara colando en su propia lucha interna para asestarles la derrota más grande que jamás hayan vivido.
Aquella derrota sirvió al Team Sky para empezar a comprobar y comprender la incompatibilidad entre Froome y Wiggins en una misma alineación. Esta percepción fue definitiva en el Tour de Francia que ganó Wiggo un año después, pero aquella Vuelta 2011 y esa subida a L’ Angliru también les sirvió para no volver a cometer los mismos errores en el futuro. A saber, el de un liderato compartido, el de no fiarse de ningún rival y también el de controlar siempre la carrera hasta el extremo, porque el ahora cuatro veces campeón en París perdió aquella Vuelta por sólo 13 segundos. Y también, en gran parte, por no elegir los desarrollos adecuados en las rampas más crueles. Precisamente a esto fue a lo que hizo referencia el primer ganador aquí, Chava Jiménez (“no es tan peligrosa si eliges los desarrollos adecuados) algo que Juanjo Cobo y su equipo cuidaron al detalle en la víspera.
Desde el equipo Geox-TMC, dirigido por Joxean Fernández ‘Matxin’, los mecánicos trabajaron con mimo en la bicicleta de Cobo justo antes de esta etapa. El ‘Bisonte’ se había metido de lleno en la lucha por la general varios días antes de L’Angliru. Se tenía que aprovechar de las dudas internas del Sky entre Froome y Wiggins y sobre todo debía creer en sus propias posibilidades. La noche anterior ya tenía instalado un desarrollo de 34x32, el que un cicloturista cualquiera utilizaría para acometer los porcentajes de esta montaña o simplemente rodar más alegremente y con menos desgaste en sus eventuales salidas. Precisión en el montaje de esa transmisión e incluso un limado especial de cada diente para que la cadena pasara mejor, es decir, más suave y más rápido en cada pedalada. Mayor cadencia de pedaleo para escalar con mejores garantías los tramos de Les Cabanes o Cueña les Cabres. Mientras por detrás los dos ingleses iban clavados, el cántabro pedaleaba sentado hacia la mayor victoria de su vida, y que apenas una semana después le acabó dando un triunfo con el que jamás soñó y en el que nunca creyó firmemente.
Cobo salió líder de L’Angliru arrebatando el maillot rojo a Bradley Wiggins. Y Chris Froome salió de ese infierno como líder del Sky y a muy pocos segundos del español, pero sabiendo de antemano que ya tendría muy difícil ganar aquella Vuelta a España. Entonces Froomey no había ganado ningún Tour y aún estaba lejos de hacerlo, pero empezó a comprender qué debía y especialmente qué no tenía que hacer para ganarlo. Una reflexión que dura hasta nuestros días, ya que aunque haya sido cuatro veces campeón en París, nunca se cansa de repetir que La Vuelta es la carrera que más ilusión le hace ganar. En esta edición de 2017, podrá resarcirse con la lección bien aprendida y con mucho menos miedo a L’ Angliru.

5. De L’ Angliru a una inesperada y muy corta gloria

Tras ganar en L’ Angliru y resistir a Froome, a Juanjo Cobo se le abrieron de par en par las puertas del Movistar Team a la siguiente temporada. Una oportunidad inmejorable para dar un salto de calidad definitivo y seguir optando a grandes victorias, aunque sucedió exactamente todo lo contrario. El ‘Bisonte’ no se adaptó a la máxima exigencia y nunca más se vio su verdadero nivel. Tras dos temporadas dispersas y con escasa ambición, vivió su última aventura en un modesto equipo turco, el Torku Sekespor. Desde allí volvió a creer por última vez que dando dos pasos atrás en su carrera tal vez podría reencontrarse y ser el de 2011. Pero fue su punto y final al ciclismo profesional.
De hecho, en esa efímera aventura turca, Cobo llegó a confesar en una entrevista en ‘Zona Cycling’ que su victoria en La Vuelta 2011 fue poco menos que una casualidad. “Físicamente iba muy bien, pero a La Vuelta no llegó el mejor Froome, el mejor Purito ni el mejor Nibali. No teníamos táctica para ganarle, fue bonificaciones y físico, porque él partió como gregario de Wiggins y perdió posibilidades de bonificar. Le saqué 13 segundos, pero le metí 50 en bonificaciones y le lastró un poco el tema de salir como gregario. Si hubiese salido como líder y hecho su carrera, creo que no estaríamos hablando ahora de que yo hubiese ganado aquella Vuelta a España”.
Si dos años después ni tan siquiera estaba seguro de su victoria, en la propia Vuelta 2011, tampoco lo estuvo. Meses antes se le pasó por la cabeza la idea de colgar la bicicleta y de abandonar el ciclismo profesional. La temporada anterior en las filas del Caisse d’Epargne (actual Movistar) ni pudo convivir con la presión ni tuvo un buen año sobre el sillín. Fue su amigo y director Joxean Fernández ‘Matxin’ quien volvió a reclutarle para su equipo y quien hizo un fino y muy perseverante trabajo de motivación para evitar que primero colgara la bici y meses después fuera capaz de creer que podía ganar La Vuelta.
Juanjo Cobo | Longform Angliru
Ese mismo año acudió al campeonato nacional de España para reencontrarse consigo mismo. Lo hizo, y posteriormente fue encontrando brillo en la Vuelta a Austria y en Burgos, para llegar como tapado a La Vuelta como gregario de Denis Menchov. L’ Angliru y las dudas de Froome y Wiggins le auparon a una victoria que jamás olvidará, pero que también dejó –pese a ser muy parco en palabras- una frase que refleja perfectamente todas las emociones, más malas que buenas, que vivió antes de su gran día: “Es una recompensa que me sirve para disfrutar de algo que me gusta: la bicicleta; que no es mi deporte pero sí mi trabajo”.
Hoy en día Juanjo Cobo está muy alejado del ciclismo profesional y ocupa sus ratos libres en surfear olas en las playas de su Cantabria natal. Esporádicamente vuelve a montar en bici e incluso en La Vuelta 2016 se acercó a Peña Cabarga vestido de paisano para ver cómo Chris Froome batía a Nairo Quintana en la meta, de la misma forma que el inglés le ganó a él allí mismo en 2011. Pese a que los recuerdos le inundaron, prefiere no vivir de ellos y disfrutar, sin presión, de una vida alejada del sufrimiento extremo y la constante exigencia de ser ciclista. Al fin y al cabo, la bicicleta le proporcionó malos momentos, pero también y aunque le cueste reconocerlo los mejores, gracias a esa victoria en L’ Angliru para ser el primer ciclista antes que Contador en 2014 o Nairo Quintana en 2016 en ganar a Chris Froome.

6. ¿Cómo es L’ Angliru? Los números que más asustan

Una subida de 12,5 kilómetros de longitud en la que se ascienden 1.266 metros de desnivel, con una pendiente media del 10,13%. Estas cifras generales confieren a L’Angliru la categoría de puerto más duro en una gran vuelta. Si bien ya se le colgó esta exigente etiqueta antes de que La Vuelta lo subiera por primera vez, sus seis ascensiones y todas estas historias de héroes, ganadores y grandes derrotados pueden dar buena fe de esa salvaje dureza.
Los primeros kilómetros de ascensión nada más salir de Riosa, con una pendiente sostenida sobre el 8% con picos que superan ampliamente el 14%. Pasado Viapará y su descansillo hay que afrontar más de seis kilómetros al 13,5%, con sus tramos más infernales de Les Cabanes, un rampa con varias curvas de herradura de 400 metros al 19% y con máximas del 22% y cerca del final, la más mítica y temida: Cueña les Cabres, donde la pendiente va más allá del 20% con 300 metros al 22%, con tramos que superan el 23%. A partir de ahí tal vez haya pasado lo realmente duro, pero el castigo es constante y el desnivel vuelve a superar el 20% en las zonas de El Aviru y Piedrusines. La tortura llega a su fin cuando se corona, y la gloria se avista –si es que la niebla lo permite- cuando los ciclistas completan el pequeño descenso que les lleva hasta la línea de meta. Ahí se acaba todo, a 1.573 metros de altitud que están muy lejos de ser el techo del ciclismo profesional pero que se han ganado la fama de ser el límite del sufrimiento extremo.
"Todo el mundo sabe que en Asturias hay puertos lo suficientemente duros y selectivos para hacer una etapa brillante y espectacular sin llegar a extremos como L’ Angliru (Chechu Rubiera)
La Vuelta 2017 subirá L’Angliru por séptima vez en su historia, siendo una leyenda demasiado joven pero con ganas de inscribir un nuevo nombre en su palmarés. El ganador de esta 20ª etapa se ganará un pequeño hueco en la eternidad del ciclismo, pero éste sueña con que Chris Froome o Alberto Contador puedan honrarla. Bien porque el inglés por fin aprobaría su gran asignatura pendiente o bien porque Alberto despediría su carrera desde lo más alto y desde donde dejó su sello para la posteridad.
Alejandro Valverde, en el Angliru 2008 | Angliru Longform
“Aquí empieza el Infierno” reza una pintada que aún permanece intacta justo al salir de Viapará para afrontar Les Cabanes y la Cueña Les Cabres. Es en ese momento cuando los ciclistas empiezan a afrontar lo imposible y se funden entre esos porcentajes irreales y una espesa niebla. Las miradas se pierden, las bicicletas luchan zigzagueando contra la fuerza de la gravedad y los oídos pitan por enfervorecidos gritos de decenas de aficionados que abarrotan cada metro de esta “montaña inhumana”. Aquí, siempre bajo un intenso color gris oscuro, es donde se ganan o se pierden Vueltas a España, donde la épica sube de nivel hasta lo absurdo a más del 20%.
“Una Vuelta a España sin L’ Angliru es como un maratón de cinco kilómetros”. Al autor de esta frase, Enrique Franco, le costó encontrar este escenario soñado y que, aunque no entraba en sus planes, cambió para siempre su carrera. Y la de los límites del ciclismo profesional.
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