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Blog De la Calle: Génesis, El Caño

Fermín de la Calle

Actualizado 25/11/2020 a las 17:55 GMT

Viajó en tren desde Fiorito, comió en una parrilla del barrio, le avisó Montes, suplió a Giacobetti, lució el 16 y cuando le llegó la bola... Un 20 de octubre.

Diego Armando Maradona debut

Fuente de la imagen: Eurosport

En 1976 ser argentino era un oficio difícil. Y ser de El Bicho no mejoraba esa coyuntura, lejos de ello la complicaba aún más. Con los milicos iniciando un genocidio militar que sesgó el alma de un país espiritualmente incontenible, los hinchas de Argentinos Júniors sumaban a ese miedo la incertidumbre del futuro incierto de su maltrecho equipo.
Eran años duros económicamente para los de La Paternal. Regateaban la falta de plata con imaginación. No había otra. Se reunían para almorzar los días de partido en una popular parrilla del barrio, ahorrando así el gasto de las concentraciones. Hasta Puente Alsina llegó aquella mañana del 20 de octubre un tren desde Fiorito del que bajó un pibe solitario. Su padre no pudo acompañarle porque salía de la fábrica a las tres de la tarde, con el tiempo justo para llegar a las viejas tribunas de tablón para presenciar el partido ante Talleres.
Juan Carlos Montes había recibido el regalo envenenado de tratar de salvar a un equipo confeccionado con pibes inexpertos y veteranos anónimos del fútbol de entonces. “Yo agarré a Argentinos cuando iba último en el Metro. Había que armar un equipo para no bajar y lo acabamos logrando”, recuerda el entrenador.
Al final de la primera parte, Argentinos perdía justamente con Talleres, un equipo luminoso que arrastraba mucho público por su intrépida propuesta futbolística en unos años en los que los desheredados del fútbol local proyectaban sus delirios de grandeza en el espejo del Huracán del 73. Montes se movía por el banquillo como un león enjaulado ante la impotencia de igualar una desventaja mínima que su equipo no era capaz de voltear. Necesitaba un repulsivo para dar la vuelta la partido, ahora que aún estaba a tiro.
Miró a su alrededor y vio a aquel pibe al que precedía una fama bien ganada con su equipo de amigos, del que hasta la prensa se hizo eco tras conquistar los dos campeonatos Evita que disputaron (1973 y 1974) y los torneos de 9ª y 8ª división de AFA. Aquel mocoso era el capitán de un once que quedó en la memoria del fútbol argentino, Los Cebollitas, en el que su técnico, Cornejo, alineaba a Ojeda; Trotta, Chaile, Chammah, Montaña; Lucero, Dalla Buona, Maradona; Duré, Carrizo y Delgado.
Montes se acercó a Diego, quien diez días más tarde cumpliría 16 años, y le tiró el desafío: "Vaya, Diego, juegue como usted sabe”. Solo restaba decidir quién sería el sustituido. Un desprestigio que escondía una recompensa insospechada: la de ser el elegido para dar el relevo a Diego Armando Maradona en su debut en Primera División.
Rubén Giacobetti, un laborioso volante con suerte desigual en su carrera, asumió el papel con naturalidad: “A nadie le gusta salir, pero reconozco que esa tarde no me fue bien. Debía vigilar al Hacha Ludueña y a los 27 minutos, metió el 1-0. Era claro candidato a salir…”.Sin saberlo estaba pasando a la historia del fútbol argentino y mundial. Pero en lugar de retirarse a la ducha, casi premonitoriamente, eligió quedarse en el banco “para verlo jugar”. Diego había desplegado en los entrenamientos un desparpajo deslumbrante, pero hacer eso en Primera con jugadores de pierna dura era otra asunto. Se corrió la voz por la tribuna y un rumor envolvió al campo. El pibe iba a debutar por fin. Allí fue Diego. Porque antes del Barrilete Cósmico, antes del Diez, antes del Pelusa, antes incluso de Maradona, fue Diego. Un niño descarado de potrero que cosía la bola a su izquierda y desafiaba a cuantos se topaban en su camino sin importarle su edad, altura o camiseta.
Saltó al campo y recibió inmediatamente la pelota. Allá que fue Juan Domingo Patricio Cabrera a darle una ruda bienvenida al fútbol de élite. Y entonces Diego obró la primera obra maestra de su carrera, el primer cuadro de su pinacoteca. Una pincelada que convirtió su primera caricia a la pelota en un majestuoso caño al Negro Cabrera, cuya carrera como futbolista quedaría ligada de forma irremediable a ese instante efímero y a la vez imperecedero. Con el 16 espalda, Diego Armando Maradona acaba de prologar su historia futbolística. Un rumor de admiración arrancó de las entrañas de las tribunas antes de que ambas hinchadas estallasen en un estruendoso aplauso que premiaba un instante sagrado, un incunable del fútbol: la primera maniobra futbolística de Diego en la élite. Una imagen que durmió en los archivos de El Gráfico durante años, pero esa es otra historia.
Como en todos los episodios de tamaña trascendencia, se conformaron numerosas hipótesis sobre lo ocurrido. Algunos sostienen que recibió la primera pelota sobre la banda y tiró El Caño hacia atrás para quitarse de encima a Cabrera y salir conduciendo la bola hacia el centro. Otra versión, la que el propio Pelusa ha advertido como más factible, revela que El Caño se produjo en mitad de cancha y enfrentados cara a cara. El partido concluyó con la derrota mínima de Argentinos, detalle nimio que no restó ni un ápice de grandeza a la sensación que se llevaron quienes aquella tarde se acercaron al cruce de Juan Agustín García y Boyacá, para ver en La Paternal a Talleres y se fueron mascullando que habían asistido al nacimiento de un genio futbolístico.
Pese a la derrota, el vestuario local se convirtió en una romería de gente felicitando al pibe de Fiorito por su debut. Diego agradeció las felicitaciones, metió aquella icónica camiseta (que su vieja guardaría con mimo durante años en la casa de Villa Devoto) y se marchó en compañía de don Diego a casa. Fue un 20 de octubre, de 1976. Pero 40 años no es nada. Una de las génesis de la argentinidad.
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