Opinion
FútbolBlog Uría: Arturo Vidal, un volcán en el Camp Nou
PorRubén Uría
Actualizado 03/08/2018 a las 21:46 GMT
Animal competitivo, programado para cualquier guerra y forjado en la dificultad de una infancia durísima, el volcánico Vidal llega al Camp Nou con 31 años.
En el recuerdo, la comuna. En el alma, carácter. En el cuerpo, tatuajes. En la cabeza, un mohicano. Y en el corazón, un volcán en erupción. Es Arturo Vidal, un carácter indómito. Alguien que, como Maradona, creció en un barrio privado – “privado de luz y de agua”-, pasando su infancia siendo socio del club de los desfavorecidos. Con su padre más cerca de la barra que del hogar y su madre sacando adelante a una humilde familia de cinco hermanos lavando ropa, Arturo tuvo que valerse por sí mismo a golpe de realidad. Abandonó la escuela a los 9 años, trabajó en un hipódromo alimentando caballos y limpiando establos y más allá del fútbol, tampoco tuvo tiempo para otra cosa que no fuera ayudar a su madre. Su infancia fue cruda. Hecho a sí mismo en la comuna marginal de San Joaquín, pateando una pelota en las polvorientas calles de El Huasco, Vidal convivió con las dificultades de la vida: la pobreza, el frío y el hambre. Cuando su abuelo falleció en un accidente laboral – cayó desde una camioneta y fue atropellado por un autobús-, la economía familiar pasó a depender de su madre, Jacqueline, que tuvo que dedicarse a limpiar casas y poder alimentar cinco bocas. Una noche Arturito, viendo a su madre exhausta, se juró a sí mismo que aquello no volvería a pasar. Se echó a la espalda a su familia y tiró hacia adelante.Plata o ruina, no había más. Su esperanza: ser futbolista. Su misión: llevar dinero a casa.
Todo comenzó en el modesto Rodelino Román, continuó en el Deportes Melipilla y después de ser rechazado en la primera prueba, Vidal fichó por las inferiores de Colo-Colo, el club más potente de Chile. Su debut aún le hace estremecer: “Es difícil describirlo con palabras. Fue emocionante. Mi madre me abrazó y lloró. El 90% de los chicos no llegan a tener esa oportunidad en la vida”. Su primer objetivo, conseguido: sacar de la pobreza a su familia. Ya nunca faltaría comida en la mesa. Su segundo objetivo: demostrar que podía llegar a ser un jugador de elite. Dicho y hecho. Explotó en 2006, brilló con luz propia en 2007 y después de coleccionar un puñado de títulos, goles y excelentes actuaciones, fue reclutado Rudi Völler, leyenda del fútbol germano y emisario del Bayer Leverkusen, que pagó once millones de euros por un porcentaje de su pase. Una fortuna de la época. Cuatro temporadas bastaron y sobraron para convertirle en el objeto de deseo de Juventus, Atlético de Madrid, Bayern y United. Fue la Juve la que pagó su traspaso y la que confío en su gen competitivo.
En la Serie A despuntó como lo que es: un volcán en erupción que arrasa todo a su paso. Fiero, vertical, potente, líder y sobre todas las cosas, ganador, El Rey Arturo se ganó a vestuario y grada turinesa por su entrega, pasión y carisma. Estandarte de Chile, referente absoluto de La Roja y a la postre, bicampeón de Copa América con su selección, Vidal se convirtió en una figura del fútbol mundial. Su traspaso al Bayern tuvo miga. El entrenador era Pep Guardiola y él llegaba sin ser petición expresa del de Santpedor. Y cuando todo apuntaba a que sería un cuerpo extraño en los mecanismos del juego de posición de Pep, el chileno se ganó un rol de referencia obligada en el equipo. Lo logró a base de adaptación, versatilidad y liderazgo. Su gen competitivo, bestial, acabó por convencer a Pep. Vidal, programado para cualquier guerra, logró algo fácil de decir y difícil de hacer: adaptarse a un ecosistema y una idea en la que, en teoría, no encajaba. Al fin y al cabo, esa ha sido una constante en Arturo: siempre se ha adaptado a todos los estilos. Jugó con Heynckes, con Pep, con Allegri, con Conte o con Bielsa. Y siempre lideró.
Explosivo siempre, excesivo de día y también de noche, mal relaciones públicas de sí mismo fuera del campo y el mejor aliado posible dentro de él, Vidal se ha abierto camino en la vida y en el fútbol siendo fiel a sí mismo. Con sus errores y sus aciertos, El Rey Arturo nunca deja indiferente a nadie. No hay club por el que haya pasado que no recuerde un cruce de cables del chileno, ni tampoco un solo vestuario que no reconozca una personalidad arrebatadora, dentro y fuera de la cancha, que le ha servido para ganarse la confianza de sus entrenadores y el respeto reverencial de sus compañeros, de Leverkusen a Turín, pasando por Múnich. En plena madurez, después de haber sorteado algunos episodios oscuros de su vida- incluido aquel accidente que casi le cuesta la vida-, Vidal llega al Camp Nou para afrontar su último gran desafío deportivo: triunfar en España. En su memoria, una infancia durísima en el barrio – ese que no olvida porque de vez en cuando invita a los vecinos a fiestas en su casa, fletando varios autobuses- y un único ídolo, su madre, que le dio todo, hasta lo que no tenía. Su perfil indica que en un equipo de Simeone podría invadir cualquier país mediano, pero su ambición y la ocasión del mercado le invitan a demostrar que puede ser la pieza maestra de Valverde.
De niño limpiaba establos y había días que no tenía para comer. Ahora es millonario, colecciona caballos y se casó en un hipódromo, con la presencia de la presidenta del país, Michelle Bachelet. Más allá de sus tatuajes, su explosividad y su aspecto de mohicano, Vidal tiene 31 años, llega a un club todopoderoso, tiene un estilo de juego contracultural en relación al modelo del que presume el Barça y está obligado a ofrecer rendimiento inmediato. Si está centrado y sus rodillas lo permiten, tendrá un objetivo principal. Ser vital para el Barça y lograr que sus compañeros le llamen de la misma manera que le llama su madre: “Guerrero”. Un volcán en erupción llega al Camp Nou. Es Arturo Vidal.
Rubén Uría / Eurosport
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