Blog Uría: El Bicho

El protocolo con Cristiano es sencillo: tiene que aparecer en el periódico, en la radio o en la televisión. "El Bicho" vende. Y si no hay fútbol, ración doble.

Cristiano Ronaldo joins new team…as blanket salesperson – and it’s truly bizarre

Fuente de la imagen: Eurosport

Cristiano es un goleador de época. Posiblemente, el mejor de la historia. Más allá de si resulta simpático o antipático, de filias y fobias, el delantero que un día se definió a sí mismo como el mejor, el segundo mejor y el tercer mejor jugador del mundo, ha rubricado uno de sus mejores cursos. Conquistó la Champions, alzó la Eurocopa y aspira al Balón de Oro. Fácil de decir, difícil de hacer. Durante la temporada, lo que queda del periodismo deportivo de este país, se esmeró en abrasar al personal con una incesante avalancha de noticias sobre el portugués, en un alarde que abarca desde el último juanete del pie del luso hasta el último calzoncillo o producto facial que publicita. No se trata sólo de ver sus goles, admirar sus jugadas, leer sus labios, medir cuanto salta – él siempre salta más-, o poner el acento en todas y cada una de sus caras, esté haciendo lo que esté haciendo. El protocolo de actuación con Cristiano es sencillo: tiene que aparecer en el periódico, en la radio o en el informativo. Y por supuesto, en cada tertulia. Es un peaje obligatorio. “El Bicho” vende. Y como vende, qué importa si es caro o todo a cien. No importa si tiene interés, si tiene que ver con el deporte o incluso si lo que se cuenta sobre el es verdad o no. Ante la duda, periodismo.
Durante la temporada, Cristiano se convierte en el producto estrella de la mayoría de empresas que viven convencidas de que no se puede hablar de deporte ni tener audiencia sin mencionarle, sin hacer un publirreportaje, sin llevar a cabo un masaje, sin lavar sus pies con agua de rosas. Cristiano, Supermán del Manolismo, acapara portadas, tertulias, páginas, documentales, piezas, campañas publicitarias y sesudos reportajes, en cantidades industriales, cuanto más amarillos mejor, entronizado cual becerro de oro, al que los medios, salvo los catalanes, adoran y veneran. ¿Y qué pasa cuando acaba la temporada y no hay fútbol? Pues entonces, ración doble de Cristiano. Barra libre. Para ellos, hablar de Cristiano es una droga dura. No es periodismo, es un chute diario de CR7. Son yonquis del portugués. Dentro del campo o fuera, gloria a Cris. La sobredosis con Cristiano es tan abrasiva, tan agobiante, que muchos telespectadores, oyentes o lectores, incluso los madridistas, ya no pueden contener las carcajadas cada vez que escuchan, ven o leen la penúltima primicia sobre él.
Ganó la Eurocopa el mismo día que se lesionó y desde entonces, el bombardeo mediático ha ido en aumento, de ridículo en ridículo, hasta el bochorno final. Nos han contado que Cristiano conduce un Bugatti para llegar por sorpresa a Valdebebas, que sólo necesita un flotador para disfrutar la vida, que ya podemos pasar 24 horas diarias junto a Cris gracias a su APP y que Cristiano juega con sus amigos a policías y ladrones en un ascensor. Exclusiva. Noticias que cambiarán el mundo. La Cristianización de los medios es tan agotadora, que hasta se ha desmadrado incluso para las terminales mediáticas afines al Madrid. Nos han revelado que Cristiano se pinta las uñas de los pies porque se trata de una técnica para acelerar la recuperación de las lesiones (¿?), nos han explicado cómo se lo pasó en un concierto de J-Lo, que había abierto un hotel con su nombre en Lisboa, inaugurado otro en Madeira y que un aeropuerto iba a llamarse Cristiano. Simples anécdotas comparadas con el notición de que Ryanair le había dedicado un avión, que Cris había empujado a un fan que quería hacerse un selfi con él, que se había tirado una foto con el luchador McGregor, que su yate de Ibiza estaba cerca del de Messi o que Cristiano había descubierto una innovadora manera de anunciar un champú con su nombre.
Hay quien dice que esta es la época dorada del periodismo. Hay quien defiende que cada empresa hace el periodismo que quiere o el que puede. Y hay quien se siente orgulloso de trasladar a la opinión pública qué desayuna, come, cena o defeca Cristiano cada día, porque considera que eso vende y que a la gente, si le acostumbras a la alfalfa, pierde su derecho a protestar por ingerir comida basura. De eso, naturalmente, no tiene la culpa Cristiano, ni el Madrid, ni los madridistas. Ni el resto de equipos y aficionados a los que castigan con sobredosis infumables del de Madeira. Y por supuesto, tampoco tienen culpa todos aquellos aficionados al deporte, a los que ni siquiera les gusta el fútbol, y que tragan el aceite de ricino de las apasionantes aventuras de CR7. La culpa es de lo que queda del periodismo, si es que queda algo, y de los periodistas que todavía no han caído en la tentación, pero no denuncian lo que está pasando con su profesión. El público, de lo que sí tiene culpa, es de consumir, tragar y engordar la cuenta de resultados de empresas que creen que los aficionados tienen una tara mental y no se pueden ir a la cama sin taparse con la manta oficial del portugués y sin saber que Cristiano se pinta las uñas de negro.
Rubén Uría / Eurosport
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