Blog Uría: Messi, liberación y elegancia

Pechofrío. Cáncer. Estrellita. Patapalo. Mentira. De Lionel Messi, el mejor de todos los tiempos, que pudo elegir jugar para la selección española y escogió defender la camiseta albiceleste, se han dicho y escrito auténticas barbaridades en Argentina. Más allá de la cadena perpetua que arrastra en su eterna comparación con Maradona, Messi tuvo que soportar que se dudara de su compromiso, de su amor por la patria y hasta de su calidad. Los falsos profetas le dijeron que no existía, que era un dictador que manejaba la selección a su antojo, que hacía alineaciones a la carta y que, en los momentos clave, no daba la talla. Cabe imaginarse qué tipo de dolor desgarrador sufrió Messi esos meses. Incalculable. En soledad, se rebeló. Adorado en Barcelona y azotado, sin piedad, en Argentina, el diez, que es de carne y hueso, aguantó estoicamente, bulo tras bulo, humillación detrás de humillación, mentiras tras mentira. A golpe de genialidad, justo el día que había que demostrar lo que demostró, Messi salió triunfante de un mar de porquería, clasificando a su selección con una actuación memorable. Y después de hacerlo, paradójicamente, ha tenido la elegancia y clase que a sus fiscales les ha faltado durante este tiempo de afrentas y agravios.

No sólo no ha pasado factura a los que le faltaron al respeto gratuitamente, ni ha denunciado la barra libre de improperios y sandeces sobre su persona, sino que, lejos de dejarles en evidencia, ha preferido defender a muchos de sus compañeros, también agraviados. Maradona por ejemplo, habría repartido cantidades industriales de jarabe de palo, devolviendo palo por palo y golpe por golpe. Messi, legitimado por su zurda, no lo ha hecho. Después de haber soportado el peso de un país sobre su espalda y rescatarlo de la mediocridad, clasificando a Argentina para Rusia, Messi, en lugar de devolver todo el daño recibido, en lugar de contestar a una campaña periodística que entró con los tacos por delante, se ha dedicado demostrar que su elegancia está a la altura de su zurda atómica. En lugar de pegar a los que le sacudieron, se ha acordado de sus compañeros. Ha defendido el papel de un icono como Mascherano, ha sacado la cara por Higuaín, ha puesto en valor a Icardi y también ha querido romper una lanza a favor de Dybala. No ha dejado pasar la ocasión de bancar – término muy argentino, de moda entre el periodismo español- a Lucas Biglia, de ponderar la figura de Di María y de propina, ha respaldado a Sampaoli, al que alguno quería fusilar antes de tiempo, como si la cabeza del Patón Bauza no hubiese sido suficiente.

En honor a la verdad, el grupo, por presión, bloqueo mental o exceso de responsabilidad, no estuvo a la altura de Messi en las clasificatorias. Y en muchas ocasiones, más que un equipo, pareció una banda. Un grupo que, en su ansiedad, agonizaba, intubado y en fase casi terminal. Hoy, con todo un país aliviado y Messi liberado, más de un jugador debería reflexionar sobre las palabras del mejor de todos los tiempos. Después de meses en los que ha sido el saco de boxeo de medio país, Messi, en un gesto que le engrandece, se ha dedicado a defender a sus compañeros, lo merezcan o no. No hay un solo jugador argentino que no sepa quién es el mejor. Ahora, tras estas palabras, después de esta defensa pública, no puede haber ni un solo compañero que no esté dispuesto a matar o morir por Messi. No sólo les ha salvado cuando ya no podían con la presión, que ya sería suficiente para besar por donde pisa, sino que les defiende, a muerte, de cualquier crítica. Ese compromiso, esa generosidad, exige lealtad y respeto. Es un código del fútbol. Y de la vida.

Rubén Uría / Eurosport