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Blog Uría: Mestalla sueña el cielo que merece

Rubén Uría

Actualizado 23/10/2017 a las 22:24 GMT

Después de dos años infames, este VCF conjuga los dos verbos más complicados del fútbol: ganar y gustar. Su afición, difamada y apaleada, se lo merece.

Gonçalo Guedes lors de Valence CF - Seville FC / Liga 2017/2018

Fuente de la imagen: Getty Images

No deja de tener su miga que los que echaron porquería sobre el Valencia CF y su afición sean los mismos que bendicen la marcha del equipo. Tiene guasa que los que se mofaban de Marcelino, asegurando que no tenía sentido que firmase dos años, porque no iba a pasar de dos meses, sean los mismos que ahora le pelotean sin disimulo. Resulta surrealista comprobar que los que llevan años diciendo que la afición de Mestalla grita “vete ya” a todos los entrenadores – eso sólo pasó con 5 de los últimos 17 técnicos-, sean los mismos que ahora dicen alegrarse por una afición a la que han descalificado, con gratuidad y desconocimiento. No deja de ser cínico que los que se han pasado años despreciando por sistema al Valencia sean los mismos que hoy cambian de caballo, en mitad del río, sacando pecho de que el Valencia les importa tanto o más que su Madrid y su Barça. Hace unos días un compañero de profesión, cargado de buenas intenciones, sugería que no se podía criticar el abandono mediático al Valencia y a la vez, criticar que se informe de él cuando es noticia. Quizá tenga razón. O quizá se pueda reconocer que al periodismo, en líneas generales, le cuesta salir del bucle Madrid-Barça. Y que, cuando lo hace, suele conceder una atención puntual a otros equipos, para después condenarlos al segundo plano durante el resto del curso, si dejan de ganar o si se rompe alguna tripa a blancos y culés. Quizá sea una utopía exigir un trato equitativo para todos, es posible, pero no debería ser imposible ponerse en la piel de los aficionados del resto de equipos, hartos de sufrir una Liga que, competitiva e informativamente, no puede seguir siendo sólo de dos, porque es de todos.
Hace meses, el Valencia era el clavo que aporreaba cualquier martillo, el chiste fácil de la oficina, la balada triste de un payaso sin gracia del que muchos se mofaban cruelmente. Hoy el cuento ha cambiado. De este Valencia no se ríe nadie. Y esa mutación tiene dos cabezas visibles: Alemany y García Toral. Con manos libres, algo de lo que no pudieron presumir sus predecesores, esa pareja ha formado un equipo. Mateo gestiona y Marcelino exige. El resultado, una herencia envenenada convertida en un señor equipo. Entre la limpia del vestuario –el verano fue una puerta giratoria, salieron 19 jugadores-, los diamantes de Paterna -Soler, Lato, Vidal-, los que han recuperado la confianza –Parejo, Gayà o Garay- y los nuevos fichajes, pocos, pero escogidos -Kondogbia, Guedes o Paulista-, el VCF ha vuelto al lugar que, por historia, le corresponde: el ático de la tabla. El despacho gestiona, el banquillo lidera y los jugadores, por fin, rinden. El estilo, reconocible, representa el ADN del club, defensa de roca y contra eléctrica. Cabe suponer que, cuando llegue la primera derrota, más de un gracioso apelará a la originalidad para decir aquello tan manido de "Marcelino, vete ya". Frase que, en Valencia, tiene la gracia justo ahí, donde amargan los pepinos. Pasará, al tiempo.
Después de dos años dignos de la casa del terror, este VCF conjuga, por el momento, los dos verbos más complicados del fútbol: ganar y gustar. Y cuenta con el aliento de una afición unida, que no reclama títulos, pero exige entrega, sudor y camiseta. Sí, esa afición que ha pasado las de Caín, a la que se ha machacado con impunidad, a base de bulos y leyendas negras. El valencianismo, apaleado bien por desconocimiento o por mala baba, sabe qué tierra pisa. Sabe que, si su equipo sigue ganando, escuchará la cantinela del “establishment” militante - “se desinflará como un globo”, “ya caerá”, “no acabará arriba”-, la misma que se aplicó, en su día, a sevillistas y atléticos. No sorprenderá en Mestalla. Están curados de espanto y tienen piel de elefante. Habrá cuerpo que lo resista porque, con Marcelino, parece que no hay mal que cien años dure. El discurso del equipo será el de Simeone: partido a partido. El de la afición, soñar con un equipo que, por fin, les representa. Saben quién ha estado en las buenas y en las malas, quién siente empatía y quién desborda postureo, quién se alegra de corazón y quién por interés. La gente del Valencia CF ha estado en completa soledad, penando años de plomo, y ahora que las cosas van viento en popa a toda vela, sabe que, en realidad, se gane o se pierda, caiga o no su equipo, nada cambia: sin ellos no hay Valencia. Es hora de disfrutar. De soñar con el cielo que esa gente merece.
Rubén Uría / Eurosport
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