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Cállate, estúpido

Sergio Manuel Gutiérrez

Actualizado 08/10/2022 a las 16:06 GMT

Cierra los ojos e intenta no pensar en nada. Bueno, lee estas primeras líneas y haz el experimento sólo después, entre la entradilla y el cuerpo del artículo. Echa un vistazo a la foto antigua, gastada, del futbolista de turno y acepta por fin el desafío. Cierra los ojos entonces, y presta atención a los sonidos que te rodean: comprueba que el silencio no existe. Siempre hay demasiado ruido.

Raúl mandando callar al Camp Nou

Fuente de la imagen: EFE

El ruido es sonido innecesario, desechable. Es aquello que perturba el estado natural y bueno de las cosas. Ruido es todo lo artificial y prescindible, lo que se superpone con tiranía al rumor suave, cotidiano, de la vida o a la nada silenciosa del universo. Es cualquier cosa sin la cual podrías vivir y vivirías mejor.
Porque el silencio, como nos enseñó Jesús Quintero, también tiene sus sonidos.
Quintero (que era muy locuaz, y además muy del Betis) se quedó callado una vez frente a la cámara durante casi dos minutos, una verdadera eternidad en televisión. Al día siguiente, revisó los números detallados de las audiencias y constató que esos dos minutos habían sido los más vistos de su programa. "Me estáis invitando a que me calle", celebró.
Él sólo hablaba para mejorar el silencio.

La conspiración del ruido

Pedir o exigir silencio es uno de los mayores actos subversivos o de rebeldía que se pueden realizar en los tiempos del ruido. Cállate, le dices en twitter al comentarista que habla demasiado, y te sientes un auténtico revolucionario. Cállate ya que me estás poniendo la cabeza como un bombo, a tu hijo o a tu pareja. No me interesa lo que cuentas, le haces ver con mayor o menor sutileza al compañero de trabajo o de pupitre. Dejadme intranquilo, por favor, solemos gritar al mundo cuando salimos a la calle con auriculares, embobados con la pantalla del móvil, esquivando miradas de vecinos y transeúntes, escatimando un simple buenos días. No buscamos silencio, que nadie se lleve a engaño: nos sumergimos cada cual en nuestros ruidos respectivos.
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Una organización maléfica ha urdido esta terrible conspiración mundial, la conspiración del ruido. Nos ha atrapado en sus redes y ha conseguido que trabajemos para ella sin ni siquiera percatarnos. Los comunicadores, en particular los deportivos, somos puntales de esta trama, pues profanamos a diario el santuario virgen, puro, del sonido ambiente perfecto e inmaculado que produce para el espectador cualquier retransmisión deportiva.
¿Por qué hablamos tanto? En todos los deportes, en todos los canales. En todas las tertulias y todos los programas. En todas las malditas redes sociales. En serio, no es necesario.
En Eurosport contamos con dos ejemplos extremos y fabulosos, los de dos de los comentaristas más sabios y reputados del país: el uno raja hasta por los codos, el otro calla durante minutos y minutos hasta que te preguntas dónde carajos está, habrá salido a mear. Son maravillosos, porque al menos (os lo aseguro) son genuinos. Ambos hacen la narración que ellos querrían oír, aunque por supuesto no es la que algunos espectadores prefieren.

Múltiples opciones de audio

Conozco a muchos comentaristas que, siendo personas más o menos normales, alteran radicalmente su manera de expresarse frente al micrófono. Cuando están en el aire, se convierten en autómatas y replican tonos circulares, cantarines, y fórmulas creadas para no decir nada. “Ahí tienen”, anuncian a quien ya está viendo. “Bueno, pues...”, inician cada frase. Repiten todo el tiempo el marcador, o los tiempos, o lo que sea que marque la dinámica del evento en cuestión. Obviedad tras obviedad, estropean el producto, pisan el sonido ambiente sin percatarse de que el espectador, si tuviera que elegir, salvaría la vida del sonido ambiente un millón de veces antes que sus tristes gargantas. Se explayan. Rellenan el tiempo como si el tiempo los necesitase a ellos para ser rellenado. Es insufrible. A menudo me los imagino en casa, dirigiéndose a los críos con voz engolada: “En fin, ya sabéis, ha llegado la hora de marchar al colegio. ¡Nadie se lo puede perder!”.
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Todo esto forma parte de un problema mayor, sistémico o universal, que se refleja en el mundo de la comunicación deportiva de forma especialmente clara. Por eso, en el párrafo anterior debí escribir anunciamos y no anuncian, repetimos y no repiten, estropeamos y no estropean. Porque resulta difícil mantenerse al margen, escapar de la imparable dinámica destructiva de ese tesoro llamado silencio. Se dirá que en los tiempos que corren casi siempre hay múltiples opciones de audio para disfrutar de un partido: puedes poner esta radio o la otra, el narrador principal o el alternativo, escuchar en un idioma o en el también cooficial... Os invito a probarlas. Con frecuencia, son todas más o menos iguales. Sólo nos salva el sonido ambiente puro (perfecto e inmaculado).
Confundimos multitud con pluralidad.

El espectador es una planta

El trabajo más importante en una televisión deportiva, con mucha diferencia, es el de los técnicos de sonido. Sólo ellos consiguen o no trasladarte al estadio como si formaras parte de la hinchada. Sólo su alquimia equilibra a la perfección (o de modo desastroso) el deslizar de los esquís por la nieve con la voz precisa y el comentario pertinente. Sólo los técnicos corrigen el más mínimo desfase entre el raquetazo y el quejido del impacto, entre el choque de dos bolas en una mesa de snooker y su inconfundible chasquido. Si ellos fallan, el espectador huye o se desinteresa.
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En algunos deportes, la banda sonora sigue siendo mucho más importante que la propia palabra de quien los explica. Así, la convención sostiene que no es correcto intervenir durante un ejercicio de gimnasia rítmica o de natación sincronizada. En todos (en el fútbol y en el bádminton, en el patinaje y en la petanca), los micrófonos de ambiente nos ayudan a comprender lo que sucede sobre el terreno de juego. Pero eh, que nadie se entere de lo que dicen los árbitros (los del balompié, que es el único deporte que importa y por tanto el sobrentendido cuando se omite el detalle). Que no se filtren sus conversaciones con el VAR. Desde que el coaching no es delito en el tenis, la revalorización del interés de los descansos, y a veces de las mínimas pausas entre punto y punto, es indiscutible. Si el realizador te pincha la cámara subjetiva de un Fórmula Uno o una MotoGP, guarda silencio, escucha y permite escuchar el rugido del motor. Cuando el público aplaude o grita masivamente, tú estorbas. Nada de lo que puedas apuntar mejorará el paquete. Fúndete con la señal y sus sonidos. Es fácil, de verdad. Si no tienes nada valioso que decir, las imágenes hablarán por ti.
Imagina que el espectador es una planta. Puede sobrevivir sin ti, no te preocupes: las imágenes son su luz y su agua. Si tienes algo agradable o valioso que añadir, adelante. Habla. Ayuda con tus palabras, complementa, protege, conforta, emociona, relaja... Pero sé consciente de que tu tono y tu mensaje, si empeoran el silencio, pueden marchitarla.
A veces, entre tanto ruido, la sordera llega a ser una ventaja. Joe Swail, un exprofesional de snooker conocido como “el forajido”, alcanzó dos veces las semifinales en el Crucible porque, afirmaba, se adaptaba mejor al ambiente de esa sede pequeña y ruidosa, se aislaba de un modo natural: simplemente, no oía casi nada. La carrera de Timo Werner, delantero alemán del Leipzig, ha estado en cambio lastrada por algún tipo de hiperacusia. Ha de ser realmente insoportable lidiar con semejante ruido (el de un estadio de fútbol) amplificado en tu cabeza. Darán ganas de mandarlos callar a todos, como Raúl González aquel famoso día, o como un Cristiano o un Neymar de la vida. Callaos ya, que me tenéis harto.

Un ruido que acalla

No es lo mismo, desde luego, mandar callar a uno que a muchos. No es igual ordenar silencio a un narrador desconocido que a un amigo de toda la vida. No es la misma tarea ni implica idénticas consecuencias, qué os voy a contar, decirle cállate a quien está por encima o a quien está por debajo. Si eres rey, harán camisetas con tu ocurrencia. Si eres plebeyo, subordinado, te entregarán una carta de despido.
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El ruido se protege a sí mismo, se retroalimenta. Genera la necesidad de más ruido, alimenta la demanda de ruido. Porque sin ruido ya no sabemos vivir. Nos negamos a leer un texto largo porque es muy largo, pero echamos el rato con seiscientos tuits de puro ruido, desechables, engañosos, burdos, de influencia funesta para nuestro cerebro, más largos en su conjunto que el texto que desechamos porque era demasiado largo para ser leído.
Siempre ha habido analfabetos, pero la incultura y la ignorancia siempre se habían vivido como una vergüenza. Nunca como ahora, la gente había presumido de no haberse leído un puto libro en su jodida vida, de no importarle nada que pueda oler levemente a cultura o que exija una inteligencia mínimamente superior a la del primate", dijo Jesús Quintero. Y le cancelaron el programa.

Basura informativa

El objetivo de la conspiración es que el ruido no nos permita pensar. Quintero lo sabía, y por eso callaba largo y tendido en sus entrevistas.
La industria de la comunicación deportiva es una ingente productora de basura informativa. Las declaraciones insulsas de los deportistas inundan las previas y las crónicas. Notas de prensa escritas como con plantilla son replicadas cientos de miles de veces, copiadas y pegadas. Siempre las mismas frases, siempre los lugares comunes. Estoy muy feliz, dicen los protagonistas. Esto significa mucho para mí. Se lo dedico a mi familia, afirman en un alarde de expresividad. Eh, no preguntéis cosas complicadas a los futbolistas, nos ordena La Liga, porque vosotros perderéis vuestro trabajo y ellos correrán el riesgo de implosionar.
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La maquinaria del ruido es la mayor herramienta de dominación social que se haya inventado. Puedes luchar contra ella, sí. Puedes tratar de imponer un silencio, ínfimo y fugaz, gritando más alto que los demás. Pero entonces caerás en la contradicción de convertirte tú mismo en ruido, y además deberás acarrear las previsibles represalias. La información ya no está hecha para ser leída o vista, escuchada o consumida. La información ahora se hace sólo para estorbar, para ocupar lugar. El ruido manda.
Cuando Neymar clamó contra el odio racista hacia Vinícius, en realidad hacía ruido. Cuando después bailó en silencio la canción de campaña electoral de un presidente inequívocamente racista, también estaba haciendo ruido. Porque hay silencios, como el suyo, que no son más que ruido, puro y duro ruido.

Un silencio que grita

Las alternativas son escasas. Una es hablar hasta por los codos, de forma exagerada, a ver si así alguien repara en el despropósito general. La otra es sostener hasta sus últimas consecuencias un silencio heroico, rebelde y combativo. El silencio de quien calla en antena y no sabes si ha salido a mear. El silencio de quienes no verán la Copa del Mundo de fútbol, por mucho que les guste; ni hablarán de la Copa del Mundo de fútbol, aunque siempre lo hayan hecho; ni interactuarán con otros que sí decidirán verla y hablar de ella. Un silencio consciente, inteligente, terco y consecuente. Porque oponerse activamente a la celebración del torneo en Catar sólo añadiría ruido.
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No hace mucho se hizo viral el vídeo de una chica de Michigan que, pese a ser completamente ciega, fue capaz de encestar un tiro al primer intento en una canasta de verdad, ante un pabellón repleto con dos mil quinientas personas que guardaban un silencio reverencial. Nadie debía molestar su concentración. La muchacha necesitaba oír el sonido de una pértiga que golpeaba el tablero para indicarle dónde debía apuntar. Cuando la pelota entró, el júbilo fue unánime. La canasta era de ella pero era de todos, pues el silencio había sido comunal.
De repente, me doy cuenta de que ya he hablado demasiado. Cállate, estúpido. No hagas más ruido, no escribas ni una sola palabra más.
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