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España, Españita, mi España, las Españas

Sergio Manuel Gutiérrez

Actualizado 25/06/2024 a las 12:59 GMT

¿Qué tipo de persona es alguien que no apoya a su selección nacional? Bueno, a ver. Dependerá de la persona, de su relación con el fútbol, del país en cuestión y de los valores de la propia selección. Pero así, a grandes rasgos, un ciudadano más bien despegado del equipo masculino de fútbol de su país es poco menos que un traidor.

España celebra uno de los goles ante Croacia

Fuente de la imagen: Getty Images

Funciona como una especie de pecado original, una carga involuntaria que te toca acarrear por el mero hecho de haber nacido donde no elegiste. Se trata de un peso liviano, desde luego, en comparación con las incontables ventajas que conlleva el hecho de ser parido en la cara amable del mundo. Pero es también un peaje incómodo, que te obligará a lo largo de tu vida a entrar en contradicción en muchos momentos con lo que eres o con lo que aspiras a ser.
Porque no era la misma España aquella de Clemente que la de Del Bosque. No son las mismas Españas las de Luis Enrique y De la Fuente.
Tampoco puede ser igual, por ejemplo, representar a la actual Argentina de Milei que a cualquiera de las anteriores, por mucho que en Argentina el fútbol sea religión única y el país simule a grandes rasgos no politizarlo.

Menotti

César Luis Menotti era argentino y era zurdo. Zurdo de ideas, se entiende, porque en el campo el Flaco conducía la pelota con elegancia simpar y buena planta, como un aristócrata, y casi exclusivamente con la pierna derecha. Siendo un técnico muy joven, Menotti fue el elegido para reconstruir y dirigir a la selección argentina en su propio Mundial, el de 1978. A dos años vista, en 1976, los militares dieron otro golpe de estado y comenzó la dictadura de Videla (y con ella las desapariciones por miles, el terrorismo institucional, el genocidio).
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César Luis Menotti

Fuente de la imagen: Getty Images

Así que el zurdo Menotti, con carnet de comunista y reconocido como tal, pensó en dimitir. Redactó una carta y se presentó con ella ante el presidente de la AFA, Alfredo Cantilo, quien le dijo algo así como
bueno, bueno, no pasa nada, hombre, yo sé que usted es muy mala persona pero muy buen entrenador, así que háganos campeones del mundo que es lo que queremos para que el nuevo régimen militar blanquee el exterminio de opositores que está por venir, opositores como usted mismo, naturalmente, que bien podría acabar o haber acabado ya en un centro de tortura, o sumarísimamente ejecutado, como ejecutados serán poco más o menos treinta mil zurdos que piensan a grandes rasgos como piensa usted, don Flaco; haga que salgamos campeones y aquí paz y después gloria, ya lo verá.
Menotti hizo un buen trabajo (¿qué iba a hacer?), Videla también… y Argentina ganó el Mundial de 1978.
Si ves alguna imagen de aquella final, presta atención a los gritos del público del Monumental celebrando los goles de Kempes y de Bertoni. Fíjate bien. ¿Los oyes? Son los gritos (pero no de alegría) de quienes eran arrojados al río allí mismo, muy cerca del estadio.
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Kempes 1978

Fuente de la imagen: Getty Images

Mbappé

Son situaciones extremas, históricas, trascendentales y únicas. En realidad, uno no puede saber con certeza cómo se comportaría si fuese Menotti en los años setenta. Sí que tendemos a pensar que, puestos en el lugar de los futbolistas de hoy día, actuaríamos con mayor diligencia que la mayoría de ellos en materias de máxima importancia para la humanidad.
Quizá sea pura soberbia. No es tan sencillo imaginarse joven, negro y multimillonario, estrella global y un tanto libertino, flamante fichaje del Real Madrid. No es fácil presumir que uno, en esa coyuntura tan privilegiada, se iba a molestar siquiera en pedir el voto para evitar la llegada al poder de la extrema derecha.
Kylian Mbappé defiende los colores de una Francia que puede no ser la misma después del verano, pues se encuentra en muy serio peligro de ruptura el cordón sanitario que había condenado hasta ahora al anatema a los herederos de aquellos fascistas que consintieron la invasión nazi y colaboraron fervientemente con ella. Tampoco podemos exagerar: no estoy comparando el régimen de Vichy o la sanguinaria dictadura argentina con los gobiernos filofascistas que se nos vienen encima en la Europa de nuestros días, pues los mecanismos democráticos resisten mal que bien, de momento, pese a la escalofriante similitud de los discursos.
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Kylian Mbappé.

Fuente de la imagen: Getty Images

Y sin embargo este es nuestro tiempo y estas son nuestras guerras, y estos son nuestros fascistas. Posicionarse contra ellos, como ha hecho Kylian, es imperativo moral pero no es del todo sencillo.
¿Cómo defenderá Mbappé la camiseta de una Francia que, por ejemplo, pretende negar la nacionalidad a los nacidos franceses de segunda generación de inmigrantes? ¿Con qué ánimo vas a correr para hacer campeón a un país como ese, cuando eres hijo de un camerunés y de una francesa con padres argelinos?

La España de De la Fuente

En España no estamos en esas, aún. Nuestra selección, de acuerdo con la intención declarada de Luis De la Fuente, aspira a contentar a todo el mundo. Pretende ser la España de todos por la arriesgada vía de no ser la de nadie.
Confesemos aquí el error cometido cuando empezó este proyecto: un servidor pensaba que los españolitos, tan dados al conmigo o contra mí, íbamos a correr a gorrazos al seleccionador en cuestión de cuatro días.
El volantazo comunicativo es tan brusco (desde la arrogancia y la posesión de la verdad absoluta de Luis Enrique hasta el cuñadismo patriótico y bienintencionado de De la Fuente) que lo normal habría sido salirse de la carretera. Pero resulta que el equipo funciona, que juega bien al fútbol y que sus integrantes, tan alejados los unos de los otros como puedan estarlo en todos los sentidos Dani Carvajal y Lamine Yamal, se entienden sin problemas y muestran una asombrosa complicidad.
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Lamine Yamala y Dani Carvajal.

Fuente de la imagen: Getty Images

Sí, se puede decir que la selección gusta a la inmensa mayoría, y no sólo por sus victorias. Luego están los idiotas, que para eso vivimos en la era de la idiotez organizada. Idiotas los hay siempre y en todos los sitios, más o menos en la misma proporción y por lo general retroalimentándose los unos a los otros: el que rechaza que los dos extremos sean negros, el que no se siente cómodo con los centrales de apellido francés…

La antiespaña, mi Españita

Si escribo todo esto (si aún sigo por aquí, en realidad) es porque no termino de hallar la respuesta definitiva a aquella pregunta que me hice de pequeño y que hurga en los misterios más insondables de la condición humana: por qué animamos o dejamos de animar a un equipo de fútbol, de dónde nace esa energía colectiva extraordinaria y por qué no la utilizamos para algo más útil.
Lo cierto es que, lo queramos o no, el equipo masculino de fútbol reúne sin muchos matices todas las cosas buenas y malas de un país, nos representa y nos enorgullece o nos avergüenza. Por tanto, es normal que cada aficionado se sienta un poco más cerca o más lejos de él, en función de sus valores.
Tú y yo somos ambos españoles, pero tu antiespaña quizá sea mi Españita, y viceversa. Tu España probablemente me avergüenza, la mía seguramente no te gusta.
Hay muchas Españas, muchas más de dos, y varias de ellas son por desgracia irreconciliables entre sí. Tal y como están las cosas, es normal que alguna nos hiele el corazón. Lo ideal sería llegar a un punto en el que nuestras respectivas Españas pudieran convivir. Lo ideal sería no obligar a elegir a nuestros Menottis, a nuestros Mbappés. Que no tuvieran motivos tan serios para alzar la voz.
Sergio Manuel Gutiérrez es comentarista de Eurosport España.
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