Juegos Olímpicos Tokio 2020, fútbol | En Japón no es el rey, pero tampoco una broma

El fútbol pasa a un inevitable segundo plano en unos Juegos Olímpicos, cuando el atletismo, la natación y la gimnasia reclaman con justicia y espectáculo los focos que durante mucho tiempo se les niega. El rol del deporte rey en estas citas, acentuado por la particularidad de ser un torneo Sub-23, es para muchos un justificante para solicitar incluso su exclusión del programa olímpico, pero confiere a esta competición un toque entre inexplicable y misterioso en el que muchas potencias se enfangan.

Sobra decir que a la selección española se le ha atragantado en el siglo XXI el fútbol olímpico. Desde que Sídney 2000 la generación de Xavi Hernández, Carles Puyol y José Mari Romero conquistó la plata, el barbecho ha sido notable, con la excepción de una olvidable aparición en Londres 2012 con un equipo llamado a más altas cotas. El oro de Barcelona de hace 29 años empieza ya a quedar demasiado lejano, a pesar de que Luis Enrique, técnico de la absoluta, personifica el hilo conductor entre aquellos que tocaron la gloria en el Camp Nou y los jóvenes a las órdenes de Luis de la Fuente, con más de un internacional con la selección mayor en sus filas.

El 0-0 y las lesiones de Óscar Mingueza y Dani Ceballos contra Egipto auguraban un camino con más espinas que rosas para España. La correosa Australia que no concedió el gol hasta la recta final lo confirmó y con Argentina prácticamente todos estaban hechos a la idea de que en Saitama se iba a sufrir. Los torneos olímpicos no son ninguna broma que tomarse a la ligera, y bien lo saben Francia (despedida con un rotundo 0-4 por el anfitrión Japón) y Alemania, víctima del Grupo de la Muerte a manos de Brasil y Costa de Marfil, próxima rival de España.

La falta de gol, ese mal endémico que siempre se le achaca a la selección, volvió a hacer acto de presencia en la fase de grupos. La polivalencia de Mikel Oyarzabal y Dani Olmo cotiza mucho más al alza que la especialización de Rafa Mir, relegado a una función de revulsivo en las rectas finales. No obstante, a diferencia de otros torneos, España está dejando asomar un mayor colmillo competitivo, con registros que indican la existencia de un plan B que poner en práctica cuando vienen mal dadas. El propio Oyarzabal cabeceó entre los gigantes aussies un centro de Asensio para dar el único triunfo a La Roja, mientras que ante Argentina inauguró el marcador Mikel Merino, centrocampista con un mayor aroma a box-to-box británico que a virtuoso del tiquitaca patrio. No son malas señales de cara al futuro.

Pasado el mal trago de la fase de grupos, es hora de mirar el cuadro final, en el que se decidirá si se vuelve a luchar por una medalla 21 años después o no. Para meterse en esa lucha habrá que gestionar con sabiduría a los animosos Elefantes de Costa de Marfil. Trece años después, vuelven a cuartos de final dando así relevo a la generación de Kalou, Gervinho y compañía, liderados en Tokio por el veterano Max Gradel y los eficientes Éric Bailly y Kessié en la defensa y la medular. Su entrenador, Soualiho Haïdara, tiene que hacer malabares para frenar el ímpetu de sus jugadores, que ya suman dos expulsiones tras tres partidos, por lo que España tendrá que hacer acopio de madurez e intentar evitar todas las trampas que se pueda encontrar en el camino.

Lejos, en la otra mitad del cuadro, aparecen selecciones más curtidas recientemente en el espinoso asunto del fútbol olímpico masculino. México y Corea del Sur, siempre competitivos, se medirán en los cuartos de final más atractivos, mientras que el Brasil de Richarlison y Dani Alves tendrá enfrente a los férreos Faraones egipcios. Hacer pronósticos de cara a la final en Yokohama sería temerario, pero una cosa es segura, y es que España ha adquirido varios niveles de madurez desde la sorpresa del amistoso previo contra Japón antes de los Juegos.