Los viernes de Iván Castelló: El fútbol no es el rugby

Pero eso solo pasa en el rugby, lejos por definición del concepto que envuelve al balompié como negocio por encima ya de deporte. Amateurismo de espíritu y en muchos casos de facto contra profesionalización extrema sin tiempo para detalles. Y ahí los gestos humanos son cada vez más pequeños. Ni los hay ni se esperan.

Todo esto viene a colación del pasillo que el Atlético, en su derecho, no le va a hacer al Real Madrid, en su derecho también de sentirse mal tratado. Pero como no es obligatorio ni está reglamentado, pues eso, que triunfe el libre albedrío con su dosis de caos, voluntarismo, pique sano e insano, el yo sí pero tú no y así en un debate sin fin y sin puertas en el campo. El que es cierto que puede llenar la semana previa pero que se diluye una vez se pone en juego la pelota. Ruido antes de la calma tensa del juego.

Y precedentes en esto de los pasillos hay de todos los gustos y colores, como sendas negativas devueltas entre los mismísimos Real Madrid y Barcelona a un gesto que apareció por vez primera según algunas fuentes con el Athletic Club en el añorado estadio Manzanares en unos primeros años 70 más inocentes. Pioneros, siempre.

Y luego estuvo otro pasillo famoso, el que transitaban todo felices para abrazarse José Luis Núñez, presidente del Barça, y señora a cada gol del Milan al Real Madrid en un 5-0 allá por 1989. El efecto pasillo, pero de otra forma.