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Dawn Fraser: Dolor y gloria eternos

Considerada, de manera indiscutible, como la mejor nadadora del siglo XX y la mejor atleta de Australia, Dawn Fraser fue la primera de los tres únicos nadadores en la historia en ganar medallas de oro en la misma prueba individual, en su caso los 100 metros libres, en tres Juegos Olímpicos consecutivos.

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Dawn Fraser: Dolor y gloria eternos

Pero detrás de la gloria única de una campeona indiscutible se esconde una personalidad marcada por un escándalo menor y un dolor imborrable.
La llamaban "abuelita". Dawn Fraser fingía estar ofendida, pero en el fondo se reía de la insolencia de sus compañeras de equipo. Veía en ese apodo afecto en lugar de falta de respeto. A los 27 años, la australiana no estaba llamando exactamente a las puertas de la jubilación, pero en el mundo de la natación se podría decir que estaba entrando en la Tercera Edad. La que en su momento había sido un fenómeno de precocidad, ahora estaba asombrando al mundo con su longevidad en la cima. Después de todo, su gran rival, la estadounidense Sharon Stouder, acababa de celebrar su decimosexto cumpleaños...
Cuando Fraser apareció en la calle cuatro del Gimnasio Nacional Yoyogi de Tokio el 13 de octubre de 1964 para la final de los 100 m libres, la dos veces campeona de la distancia reina sabía que le llevaría menos de un minuto establecerse para siempre en la leyenda del deporte y del Olimpismo.
Ningún hombre o mujer había ganado tres medallas de oro olímpicas consecutivas en la misma prueba individual en ningún deporte, y mucho menos en la natación. Sin embargo, antes de su cita con el destino, ella no estaba preocupada por la historia o los récords. Sus pensamientos eran, más bien, para su madre fallecida, quien debería haberla estado observando desde las gradas y cuyo anillo de bodas ahora llevaba en su memoria.
Siete meses antes, Fraser había estado con su familia en Sydney. Acababa de llegar de los Campeonatos Nacionales y ya estaba concentrada en los Juegos de Tokio. Una noche, asistió a una cena benéfica con su madre, Rose, una de sus hermanas y una amiga, Wendy Walters. Como conductora designada, Fraser se ofreció a dejar a su hermana de camino a casa. El resto lo cuenta en su libro de 1965, Below the Surface:
"Conducía a unas 40 millas por hora. Llevaba conduciendo 10 años y sabía que ese era mi límite con mi madre a bordo; ya que ella se ponía nerviosa con la velocidad. Estábamos tomando una curva en la autopista cuando vi lo que parecía la cabina de un camión delante de mí. En ese momento, Wendy, que estaba a mi lado en el asiento delantero, gritó: "Cuidado, Dawn". Recuerdo pegar un volantazo con fuerza hacia la derecha y creo que debí pisar fuerte el freno".
A pesar de su acción evasiva, el automóvil golpeó el camión, cuyo conductor había estacionado mientras iba a pescar en el cercano río Cook, y volcó. "Mis recuerdos del accidente son vagos: un primer plano gigantesco de la cabina con nuestros faros delanteros, un chirrido agudo de neumáticos sobre el asfalto y un choque terrible".

La verdad sale a la luz 37 años después

Walters recibió un golpe en la cara, pero nada demasiado grave. Fraser y su hermana perdieron el conocimiento, pero evitaron lesiones potencialmente mortales. Al despertar cuando llegó al hospital, Fraser vio a Walters y a su hermana en camas cercanas y escuchó a uno de los médicos decir "tres heridos y un DOA", jerga médica para los muertos al llegar.
"Recuerdo que miré hacia arriba y vi a mi hermano mayor y le dije 'Kenny, ¿qué significa DOA?', Y él dijo: 'Ahora no te preocupes por eso, hermana'", relató Fraser en 2004. "Dije:" ¿Mamá está bien? Dijo: 'Hablaremos de eso más tarde' ".
La madre de Fraser murió en el acto. La campeona olímpica se enteró de su muerte dos días después del accidente. Postrada con graves lesiones en la espalda y el cuello, Fraser tuvo que usar un incómodo aparato ortopédico de metal durante dos meses para mantener su cuerpo inmóvil. No pudo asistir al funeral de su madre. El dolor y la culpa la hundieron en la depresión.
"Seguí culpándome porque era yo la que conducía. Mi madre tenía 68 años y yo estaba completamente dedicada a ella; no creo que realmente supiera lo unidas que estábamos hasta el accidente, y luego fue demasiado tarde".
Durante sus últimos días en el hospital antes del alta, los hermanos de Fraser le dijeron repetidamente que era una tontería echarse la culpa. Eran el tipo de palabras que entraban por un oído y salían por el otro, porque todavía estaba procesando la noticia. "Durante mis últimos días en el hospital, estaba tratando de ordenar mi vida nuevamente, tratando de hacerme a la idea de que mi madre ya no estaba allí. No podía creer que aquello hubiera sucedido".
Para ayudarla a sentirse mejor, la familia de Fraser le mintió, asegurándole que su madre, según el médico forense, había muerto de un infarto causado por el miedo al impacto inminente, y no por el accidente en sí. No fue hasta 2001 que supo toda la verdad. Paradójicamente, fue casi un alivio que le dijeran lo que, en el fondo, siempre había sabido.
"No me sentía bien por dentro", escribe Fraser en su segunda autobiografía What I Leaned Along The Way (2013), "pero sé que he borrado ese signo de interrogación de mi mente. Con los años, me he dado cuenta de que puedes castigarte toda la noche, perder el sueño… pero no puedes cambiar el pasado. Mis padres me enseñaron a aceptar las cosas como eran, lo correcto y lo incorrecto… y a aprender de mis errores".

Lo hacía por Donny, su querido hermano

Aquella no fue la primera tragedia que sufrió Fraser. Cuatro años antes, su padre, un carpintero de barcos que había emigrado a Australia desde Escocia, murió de cáncer. Pero su momento más doloroso se remonta a su infancia. Fraser, la menor de ocho hijos, tenía cuatro hermanas y tres hermanos. Donald, el mayor, era más cercano a ella. En una entrevista con ABC en 2007, habló de la naturaleza amable y protectora del niño que describió como su héroe de la infancia.
"Era el tipo de chico que se ofrecía a ayudar a cualquiera sin esperar nada a cambio. Recuerdo que si hacíamos algo malo, nuestro padre nos azotaba la espalda con su cinturón de cuero. Donny habría aceptado el castigo por mí. Él habría dicho, 'No papá, yo era el que estaba fumando en el sofá, no Dawn', y luego aceptaría los azotes. Nunca hubiera esperado nada a cambio".
Fue Donny quien la introdujo en la natación y luego impidió que sus otros hermanos aficionados al fútbol la llamaran "Dawn the Prawn" (Dawn, la gamba). Tenía tres años cuando su hermano la llevó por primera vez a la piscina pública. "Tenía asma", dice. "Me dijeron que practicara deporte. Elegí nadar porque mis padres no tenían mucho dinero. Todo lo que necesitaba era un bañador y una toalla. ¡Pero en el fondo quería montar a caballo!"
Cuando Donny murió de leucemia, ella tenía 11 años. Antes de su muerte, le hizo prometer que se dedicaría de lleno a la natación: "Dawnie, entrena duro, hazlo por mí. Tienes un don". Mucho antes de nadar en recuerdo de su madre en Tokio, ella se lanzaba al agua por su querido hermano.
Fraser se crio en una vieja casa adosada frente a una mina de carbón abandonada en Balmain, que más tarde describiría como "un suburbio sombrío y cansado frente a los muelles de Sídney". Fue allí donde Harry Gallagher vio a Fraser, de 13 años, mientras nadaba en las pozas de marea locales. Gallagher sería una parte intrínseca del éxito de Fraser, el entrenador al que le debería casi todo. Convencido del potencial de esta adolescente decidida, motivada pero destructiva, soportó sus estados de ánimo y se ofreció a entrenarla gratis.

La fierecilla domada

La tarea de Gallagher estaba lejos de ser sencilla. Este prodigio de la piscina no solo era alérgica al cloro, también era una persona temeraria, vulgar y testaruda que desafiaba al mundo. La despreocupada Fraser era, por buscar una expresión, algo así como un larrikin, el término popular australiano para un joven bullicioso, ruidoso pero de buen corazón.
Según ella misma reconoce, probablemente se habría descarriado por completo si no hubiese sido por la natación. "Yo era una delincuente en potencia", admitió Fraser. "Robé bicicletas, rompí ventanas e hice novillos, hasta que dejé de ir por completo al colegio cuando cumplí 14 años". Con ojos azules y cabello corto y negro, era un ferviente marimacho que escupía y decía palabrotas "como un estibador", trepaba vallas "como un gato escaldado", fumaba cigarrillos, bebía cerveza "como agua" y mandaba a los chicos.
La relación de Fraser con Harry Gallagher también fue complicada. Constantemente grosera con el entrenador empeñado en nutrir y moldear su talento, la bocazas también se negó a entrenar con las otras chicas de su grupo. "No voy a entrenar en la misma calle que esas perras engreídas", le dijo. Pero Gallagher tenía el enfoque perfecto para trabajar con Fraser. Si bien creía en una disciplina estricta, también era la única persona capaz de domar su temperamento feroz y ganarse su confianza, mientras la dejaba ser fiel a sí misma.
"Él te entendía como persona. No trató de cambiar nada, pero me hizo más fuerte en el agua. Nunca cambió mi estilo", dijo Fraser más tarde. Gallagher tiene ahora 96 años y Fraser 83. Todavía hablan al menos una vez a la semana, y ella todavía se refiere a él como "Sr. Gallagher".
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Dawn Fraser: Dolor y gloria eternos

"Dawn era un horror", admitió una vez. "Ella me dijo que yo era un vago, que me cayera muerto, que me largara y me perdiera. No iba a hacer lo que yo quería que hiciera. Tenía una hostilidad salvaje. Me recordaba a una yegua salvaje en las colinas a la que le has puesto la correa más suelta para mantenerla bajo control. Ella quería hacerlo todo a su manera. Si tenías que guiarla, tenía que ser de manera muy sutil, para que no entendiera que estaba siendo manipulada. . .
"Gallagher dijo que solía decirle a su alumna:" Sabes, Dawn, ninguna chica ha hecho esto antes, y no creo que tú tampoco puedas hacerlo, aunque quién sabe". Y ella respondería: "¿Qué diablos quieres decir? Por supuesto que puedo hacerlo". Y lo hacía; las nueve yardas completas, más otras 101.

El inicio de una nueva era

El progreso de Fraser se vio amenazado por una prohibición de competir durante 18 meses cuando era adolescente. Tenía 14 años y competía en un encuentro navideño en el que superó a sus oponentes y ganó un premio en efectivo. Se trataba de mera calderilla no de un importante premio en metálico, pero, no obstante, era una infracción de las rígidas reglas que rigen el deporte amateur, por lo que estuvo apartada durante un año y medio. Puede que hubiera pasado desapercibido si no hubiera sido por su apretada victoria posterior sobre la aclamada y prometedora Lorraine Crapp en los campeonatos de los suburbios occidentales de 1951. El entrenador de Crapp presentó una queja y Fraser aceptó el castigo.
Castigada por su éxito, podría haber tirado la toalla si no fuera por Gallagher. Continuó su formación después de dejar la escuela para trabajar en una fábrica de ropa. Cuando a Gallagher le ofrecieron un trabajo en Adelaida en 1955, le pidió a Fraser, ahora de 18 años, que diera un salto de fe y se uniera a él allí. Su padre estaba en contra, pero finalmente cedió. Fue la decisión correcta.
En Adelaida, Fraser encontró el equilibrio perfecto entre entrenar, trabajar en unos grandes almacenes y disfrutar del campo los fines de semana. Se concentró enormemente y ese verano ganó todas las pruebas de estilo libre de los campeonatos del sur de Australia: los 100 m, 200 m, 400 m y 800 m. Su arduo trabajo había valido la pena, todo porque su visionario entrenador había mirado más allá. Lo que él vio en el horizonte fue algo más que encuentros regionales, sino los Juegos Olímpicos de 1956, en su tierra natal en Melbourne.

Los récords se tambalean en un loco año 1956

El 21 de febrero de ese mismo año, nueve meses antes de los Juegos de Verano, Fraser hizo su entrada en el escenario mundial. En Sídney, durante el Campeonato de Australia, dominó los 100 metros libres para vencer a Crapp, la otra gran esperanza de la natación australiana y un año menor que ella. Al ganar en 1'04"05, Fraser había batido el récord mundial de Willy den Ouden establecido casi 20 años antes. Hablando con la prensa, sin embargo, Fraser casi parecía decepcionada:" Creo que puedo hacerlo mucho mejor que eso", dijo en lo que pareció un momento de lucidez en lugar de un destello de arrogancia.
Con Australia, una nación con una rica historia acuática, atravesando un periodo de transición a mediados de la década de 1950, Fraser y Crapp llegaron en el momento ideal para volver a poner a su país en el mapa, justo cuando todas las miradas estaban a punto de depositarse en Melbourne. Resultó que 1956 sería el año más loco en la historia de los 100 metros libres femeninos. Intocable durante dos décadas, el récord mundial caería nada menos que en siete ocasiones en el transcurso de 10 meses.
El récord de Fraser de Sídney solo duraría 10 días antes de ser superado por Cocky Gastelaars. La nadadora neerlandesa, como Fraser, volvió a hacerlo en abril. Luego, en agosto, Fraser retomó la iniciativa. Esta vez, el récord duró dos meses. Para cuando llegaron los Juegos Olímpicos de Melbourne, la plusmarquista era Crapp, que acababa de cumplir 18 años. Este trío de adolescentes prendió fuego a la disciplina. Pero la batalla real a tres bandas pronto se transformó en un duelo nacional tras el boicot a los Juegos por parte de los Países Bajos por la invasión soviética de Hungría, lo que privó a Gastelaars de la oportunidad de competir en Australia.

La coronación en Melbourne

Que una de las dos locales ganara una medalla de oro, parecía inevitable y el espectacular duelo entre Fraser y Crapp no defraudó desde el principio, el récord mundial cayó dos veces en cuestión de minutos. El día antes de la final, una nerviosa Fraser se fue a la cama temprano, pero luchó por conciliar el sueño. Cuando finalmente se quedó dormida, tuvo una pesadilla tan improbable como aterradora:
"Con el pistoletazo de salida, quería lanzarme al agua, pero mis pies estaban cubiertos de miel espesa y pegados al cajón de salida", relató más tarde. "Finalmente logré lanzarme, pero el agua no era agua. Eran espaguetis. Fue una verdadera lucha avanzar, luego me di cuenta de que los espaguetis estaban atados alrededor de mis pies como una cuerda. Así que solo podía usar mis brazos para avanzar. En el viraje, por supuesto, me enredé y no podía avanzar en el agua. Me desperté sintiéndome sofocada".
Afortunadamente para Fraser, sólo había sido una pesadilla. Al día siguiente, sintió un ligero alivio cuando miró hacia el agua desde el cajón de salida y no se encontró con espaguetis sino con el agua clorada habitual. Había llegado la hora de la verdad, y viéndola competir, por primera vez, estaban sus padres en las gradas (aunque Fraser no lo supo hasta después de su triunfo).
Australia registró un triplete histórico con Fraser y Crapp luchando por el oro y la plata y Faith Leech en un distante tercer puesto. Crapp lideró el viraje, antes de que "Nuestra Dawn", como pronto la llamarían cariñosamente los comentaristas en casa, se emparejara a los 75 metros. Las dos nadadoras nadaron a la par, brazada tras brazada hasta golpear la pared, al menos para el ojo humano, simultáneamente. La confirmación de la victoria de Fraser llegó a través de la megafonía, que anunció que la joven de 19 años había ganado en un tiempo de 1'02 "00, otro récord mundial. Durante 15 años, desde el 1 de diciembre del 56 hasta finales de 1970, Fraser se convirtió en la reina indiscutible de los 100 metros libres femeninos.
Medallista de plata en los 400 m libres (detrás de Crapp) y pieza vital en el intocable equipo australiano de relevos 4x100 m, la niña de Balmain se convirtió en un tesoro nacional. Apodada la "Chica de oro", disfrutó del estatus de estrella en los medios australianos de la década de los 50.
"Después de los Juegos Olímpicos de Melbourne, me pusieron en un pedestal y me resultó muy incómodo estar a la vista del público", comienza Fraser en el capítulo siete de “What I Learned Along The Way”. "Me había convertido en una cara conocida de la noche a la mañana y tuve que hacer frente a la atención lo mejor que pude".
Tres años después, en el Campeonato Nacional, Fraser se recuperó de un ataque de hepatitis y una pérdida de 6 kilos de peso para batir cuatro récords mundiales en dos días, incluido uno en la mariposa, donde Gallagher le había sugerido que se apuntara por una intuición. "Acaban de ver la mejor actuación de cualquier mujer atleta, en cualquier deporte, que el mundo haya conocido hasta ahora", dijo el presidente de la Unión Australiana de Natación a la multitud. Fraser estaba en el camino correcto hacia el estrellato.

Suficientemente mayor para saber cuándo irse a la cama

Adorada por el público australiano, Fraser, sin embargo, no estaba exenta de recibir algunas críticas cuando el lado oscuro de su personalidad surgía ocasionalmente. A pesar de todo su éxito, conservó la independencia intransigente que ya se atisbaba desde su adolescencia. Tenía carácter y piel gruesa, para bien o para mal. Su renuencia a doblegarse ante cualquier forma de autoridad se manifestó durante los Juegos Olímpicos de Roma en 1960, donde celebró otra medalla de oro de 100 m libres hasta bien entrada la madrugada, olvidándose de sus obligaciones en las eliminatorias 4x100 estilos, donde había sido seleccionada para nadar la mariposa.
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Danw Fraser montando en bici en la Villa Olímpica de Tokio 1964

Fuente de la imagen: Eurosport

"Los entrenadores querían que me fuera a la cama a las 9:30 pm", dijo más tarde. "Pero yo tenía 23 años y ya no era una niña, sino una adulta capaz de tomar mis propias decisiones. Tenía la edad suficiente para saber a qué hora debía acostarme".
Su negativa a participar en la primera ronda del relevo "avergonzó a todo el equipo", según el manager Roger Pegram en su informe anual a la Unión Australiana de Natación. Sin embargo, esa polémica tenía sus matices. Después de su éxito en los Nacionales en la mariposa, Fraser había sufrido atroces calambres estomacales cada vez que intentaba una brazada, hasta tal punto que un médico le recomendó que eliminara la prueba de su agenda. Aunque ya se había clasificado para competir en mariposa en Roma, Fraser le había dicho a Pegram que se lo saltaría para no poner en peligro sus posibilidades en los 100 metros estilo libre.
Pero las excentricidades de Fraser en Roma abrieron una brecha entre ella y sus compañeras "Water Babes". Después de celebrar su medalla de oro con una juerga que duró toda la noche (el amor de Fraser por la cerveza fue bien publicitado), tuvo una discusión con sus compañeras de equipo que supuestamente culminó con un golpe con una almohada en la cara. Después de esto, todo el equipo se negó a hablar con ella durante el resto de los Juegos, y el sentimiento fue mutuo.

Rompiendo la barrera del minuto

Fue una pena que aquello eclipsara los Juegos de Roma, porque una vez que Fraser estaba en el agua, era poesía en movimiento. Nada ni nadie pudo frenar su dominio, que después de Melbourne había alcanzado cotas sin precedentes. En Roma, se convirtió en la primera mujer en retener un título olímpico de natación, ganando los 100 m libres en un tiempo de 1'01 "20. Dos años más tarde, en octubre de 1962, Fraser escribió una nueva página en la historia de la natación rompiendo la mítica barrera del minuto - una hazaña sin precedentes para una mujer. Fraser regresó a casa para recibir una bienvenida de héroe nacional - e incluso fue invitada por la reina Isabel II a almorzar en el yate real, Britannia.
El 29 de febrero de 1964, Fraser batió el récord mundial por undécima y última vez con un crono de 58"90. Pero solo 10 días después de establecer un tiempo histórico que no se mejoraría hasta ocho años después de su jubilación, la tragedia la golpeó una vez más. El dolor por las pérdidas tanto de su hermano como de su padre por enfermedades terminales fue reemplazado por la culpa y la ira que Fraser sintió cuando su madre murió en un accidente automovilístico que, a sus ojos, había causado.
Sus padres no pudieron hacer el viaje a Roma en 1960 porque estaba demasiado lejos y era demasiado caro para que una familia modesta de clase trabajadora pudiera costeárselo. Después de la muerte de su padre, se había prometido a sí misma que llevaría a su madre a Tokio. Comenzó a ahorrar durante muchos meses, y la buena gente de Balmain también comenzó a realizar rifas para recaudar dinero para pagar el pasaje aéreo, el alojamiento, la comida y los gastos de viaje de su madre. "Ese dinero se destinó a la caridad después de la muerte de mi madre", dijo más tarde. Pero para la propia Fraser, los Juegos de Tokio corrían el riesgo de volverse insignificantes, incluso absurdos, ante el dolor, la pérdida y el sufrimiento que sentía.

El triplete en Tokio la convierte en leyenda

Además de su racha depresiva, la bicampeona olímpica de los 100 metros tuvo que hacer frente a las consecuencias físicas del accidente. Si Fraser, la mujer, no sufría efectos secundarios duraderos, Fraser, la nadadora, se encontraba gravemente discapacitada a solo siete meses de los Juegos. Se vio obligada a pasar seis semanas con un collarín de yeso. Una vez liberada, pudo reanudar sus entrenamientos, pero con serias limitaciones.
"Lo único que realmente me preocupaba era que mi médico me dijo que no podía zambullirme a menos que lo hiciera en competición", dijo. "durante todo el entrenamiento realicé mis salidas desde la pared. Pero nunca perdí mi salida, siempre tuve una buena salida desde el cajón". Las eliminatorias en Tokio fue la primera vez que se lanzó al agua después del accidente y se quitó el collarín.
Haciendo malabarismos entre sus propias limitaciones y el surgimiento de la nueva generación, Fraser aterrizó en Japón en un estado algo precario. Muchos dudaron de su capacidad para lograr un hat-trick sin precedentes. Esto se reflejaba en el estatus de Sharon Stouder, una joven estadounidense de 16 años sin experiencia pero audaz, como la gran favorita. Esta joven norteamericana empujaría a Fraser a rendir más allá de sus capacidades. Después de dos carreras, "Granny" había dejado las cosas claras: tras ganar su eliminatoria en 1'00 "60, Fraser encabezó su semifinal en un tiempo de 59" 90 para romper su propio récord olímpico. En contexto, el tiempo de victoria de Stouder en la segunda semifinal fue un segundo y medio peor.
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Podio del 4x100m estilo libre, Tokio 1964, Dawn FRASER (AUS) 2ª, Kathy ELLIS (USA) 1ª, Erica TERSPTRA (NED) 3ª.

Fuente de la imagen: From Official Website

La final vio a ambas nadadoras completar el viraje a la par. Tras tres cuartas partes de carrera, Fraser parecía derrotada. Pero con un último arreón, aceleró y logró superar a su oponente con un tiempo de 59 "50. Necesitaba esa actuación, porque la propia Stouder esa noche se convirtió en la segunda nadadora después de la antes incomparable Fraser en romper la barrera del minuto. Por tercera vez consecutiva, la australiana se coronó campeona olímpica de 100 metros libres. Nadie, ni antes ni después, ha logrado tal hazaña.
Esta tercera coronación fue la más hermosa, sobre todo por su aflicción y la preparación truncada de Fraser, a lo que se podría agregar un virus que contrajo al llegar a Japón. Eso sin siquiera tener en cuenta la feroz competencia de Stouder, que la empujó hasta el final. Al salir de la piscina, la habitual sonrisa radiante de Fraser estuvo acompañada de lágrimas. "Ahora puedo alejarme con calma", espetó con un cansancio teñido de cierto alivio. "En cuatro años, probablemente ya no estaré aquí. Le entregaré el testigo a esta pequeña [Stouder]. Un día, nadará en 58"50".

Conflicto y ruptura

Fraser tenía razón en una cosa. En cuatro años, no competiría en los Juegos Olímpicos del 68 en Ciudad de México. No por razones deportivas, sino por faltar a las autoridades australianas. Otra vez. Si Tokio había confirmado su estatus irrevocable como leyenda de la natación, también vio como el conflicto permanente de Fraser con el poder alcanzaba nuevas cotas, hasta llegar a la inevitable ruptura.
Hubo una atmósfera tensa desde el principio en Japón, cuando a Fraser y a sus compañeras del equipo de natación les pidiendo específicamente que no asistieran a la ceremonia de apertura ya que debían competir al día siguiente. Pero Fraser y tres de sus compañeras de equipo ignoraron la solicitud. La doble campeona, ataviada con un par de grandes gafas de sol, desfiló en la primera fila de la delegación australiana, restregándole su desafío en pleno rostro al Comité Olímpico Australiano.
Bill Slade, el sucesor de Pegram como manager del equipo de natación australiano, dijo que estaba "muy decepcionado de que las chicas quisieran romper un acuerdo que había sido aceptado por ambas partes antes de que el equipo saliera de Australia". Pero Fraser nunca fue muy de reglas. Durante las eliminatorias de los 100 metros, puso a prueba la paciencia de los seleccionadores una vez más vistiendo un traje de baño cómodo pero no oficial (que ella misma había cosido) en lugar del nuevo traje oficial del equipo que le pareció inadecuado. Fue una bofetada para los patrocinadores y los medios australianos hicieron su agosto.
Pero su histórica medalla de oro en los 100 m estilo libre vio como todas sus indiscreciones quedaban en segundo plano. Tanto es así que Fraser fue elegida para llevar la bandera australiana en la ceremonia de clausura el sábado 24 de octubre. Mientras tanto, la joven de 27 años se soltó el pelo, disfrutó de unas cervezas y aprovechó al máximo su estancia en Tokio haciendo turismo.
Luego vino el escándalo por el que sería recordada para siempre. Fue la noche anterior a la ceremonia. Australia acababa de asegurarse su última medalla: un bronce en hockey sobre hierba. Fraser fue invitada a una fiesta en el Hotel Imperial, una oferta que no pudo rechazar. Después de todo, ella ya se estaba alojando en el hotel después de obtener el permiso para salir de la Villa Olímpica a la conclusión de sus pruebas. Tras una noche divertida con mucho baile y bebida, las cosas se descontrolaron un poco...

El misterio del robo de la bandera del Palacio Imperial

Cuando la fiesta terminaba alrededor de las 2.30 am, apenas doce horas antes del comienzo de la ceremonia de clausura, Fraser realizó una expedición nocturna con Desmond Piper, uno de los jugadores de hockey ganadores de la medalla de bronce, y Charlie Morris, el médico de la Delegación australiana. ¿Y por qué no? Era viernes, la noche todavía era joven, y cuando eres Dawn Fraser, no puedes evitar dejar salir un poco del larrikin que llevas dentro...
Su misión: respetar la tradición milenaria, aunque ligeramente vulgar, de encontrar una bandera olímpica para robarla y llevártela de recuerdo. "Después de caminar durante mucho tiempo, nos encontramos en medio de un gran flamear de banderas frente a un gran edificio", relata en Below the Surface. "Los mástiles de las banderas brotaban como signos de exclamación a nuestro alrededor. Elegimos un gran estandarte olímpico con los cinco círculos".
Al contrario de una leyenda tenaz (de esta historia todavía se habla más de medio siglo después y es casi imposible desenredar la verdad de lo falso), no fue Fraser sino Piper quien llevó a cabo la captura ilegal. Al final resultó ser un doble crimen: "Pusimos a Des Piper sobre nuestros hombros. Tanto Doc como yo lo subimos allí y él bajó la cuerda y cogió dos banderas, enseguida empezaron a sonar silbatos por todas partes, la policía nos había visto, habíamos sido descubiertos y empezaron a perseguirnos".
Si todo el episodio parecía algo digno de unos adolescentes algo revoltosos, pronto se salió de control y, como siempre con Fraser, las repercusiones fueron más graves de lo que podrían haber sido, pues las banderas robadas por la triple campeona y sus dos acólitos estaban ubicadas en la explanada del Palacio Imperial. Así pues, fue justo debajo de las narices del dormido Emperador Hirohito que se desarrolló este extraño atraco.
Trae mi pasaporte y mi medalla de oro. Están debajo de mi almohada.
Los tres ofensores olímpicos huyeron tomaron caminos separados. En Below the Surface, Fraser explica cómo trató de esconderse en un gran arbusto, pero la policía la encontró y comenzó a golpearle los pies con una porra. Luego se subió a la bicicleta de un policía para intentar escapar antes de ver lo que era el foso alrededor del Palacio. Presa del pánico, saltó de la pared en el borde del jardín ornamental, sin darse cuenta en la oscuridad de que había una caída de más de dos metros. Al aterrizar, se rompió algunos tendones del tobillo. Ella cuenta lo que sucedió a continuación:
"Me senté en el parque durante un rato, y Doc y Des fueron atrapados, al minuto siguiente un par de policías me encontraron en el parque. Estaba sentada en un banco y me preguntaron qué estaba haciendo, yo dije que estaba esperando a unos amigos, y ellos dijeron que no, y mientras yo tenía la bandera escondida debajo del chándal".
Cuando se puso de pie, la cuerda de la bandera se le cayó del bolsillo y la sorprendieron con las manos en la masa antes de llevarla a la comisaría de Marunouchi. Muchos años después, negó el rumor de que había nadado en el foso para robar la bandera o huir de sus perseguidores, y le dijo a The Times en 1991: "No hay forma de que hubiera nadado en ese foso [o incluso] metido el dedo del pie en él... Me aterrorizaba el agua sucia y ese foso estaba asqueroso".
Ya eran casi las cuatro de la mañana. El capitán de policía de Marunouchi hablaba un poco de inglés y se desempeñaba como intérprete. "Soy Dawn Fraser, estoy aquí compitiendo en los Juegos Olímpicos", explicó. Pero nadie creía que se trataba de la famosa triple campeona olímpica y no portaba ninguna identificación. En medio de la noche, se vio obligada a llamar a su amigo Lee Robinson para responder por ella. Había venido a Japón para rodar un documental sobre el campeón de natación de Sídney.
La conversación fue tal que así...
FRASER: Lee, tienes que venir a buscarme a la estación de policía de Marunouchi. Está a dos manzanas del hotel.
ROBINSON: ¿Qué has hecho?
FRASER: Solo trae mis placas de identificación [identificación] de mi habitación y la medalla de oro que está debajo de mi almohada
ROBINSON: ¿Pero qué has hecho?
FRASER:Ahora te lo cuento cuando llegues.
Una vez convencida de la identidad del culpable, la policía pareció aún más consternada. El capitán le explicó a Fraser que un delito de robo, además de uno a la vista del Palacio Imperial, se castigaba con pena de cárcel. Se le ordenó que se pusiera a disposición de las autoridades. Mientras tanto, una vez que se disculpó profusamente, se le permitió regresar a su hotel para dormir un poco. Había sido una noche larga y agitada, pero la pesadilla casi había terminado, dado el perfil de Fraser la policía decidió dejarla ir con una reprimenda.

Hirohito se lo tomó con humor, pero Australia no

Después de unas horas de sueño, Fraser se estaba preparando para partir hacia el estadio olímpico. Ella estaba en su habitación con Robinson y Morris, que le vendaba el tobillo lesionado, cuando alguien llamó a la puerta. Ella relató lo que sucedió a ABC en el documental de 2007, Dawn Fraser Still Kicking: "Lee se levantó y abrió la puerta; era el teniente de policía. Lo miré y pensé '¿Qué he hecho ahora?' Entró con un par de policías más que traían una gran caja de flores, él la puso en la cama y dijo: 'Abre, abre', en su japonés-australiano roto, yo abrí la caja que estaba llena de hermosas flores y debajo estaba la bandera". Una nota adjunta decía: "Felicitaciones de la Policía".
Según la leyenda, una vez informado Hirohito del caso, al emperador le hizo tanta gracia que solicitó expresamente que se le entregara la bandera olímpica a Fraser como regalo. Durante la ceremonia de clausura, Fraser lideró al equipo australiano como si nada hubiera pasado. Aunque aquellos con un ojo agudo se habrían preguntado por qué la nadadora cojeaba y hacía muecas de dolor a cada paso. El caso terminó en todos los periódicos y, a pesar de la ausencia de ramificaciones legales o incluso diplomáticas, las autoridades australianas montarían un gran escándalo al respecto, tal como hicieron con la falta cometida anteriormente.
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Dawn Fraser entre los espectadores en el partido Australia-Brasil de Sidney 2000

Fuente de la imagen: Eurosport

El 2 de mayo de 1965, cuatro nadadoras olímpicas recibieron suspensiones sin precedentes por su gravedad. Linda McGill fue excluida de todas las competiciones durante cuatro años; Nanette Duncan y Marlene Dayman durante tres. A los 19, 17 y 15 años respectivamente, se tomaron mal la noticia, y Duncan rompió a llorar en la televisión australiana. ¿Su crimen? Haber seguido los pasos de Fraser asistiendo a la ceremonia de apertura en contra del acuerdo.
En cuanto a Fraser, fue suspendida durante una década. La duración de la sanción reflejó su negativa a llevar la equipación oficial del equipo y, sobre todo, al robo de la bandera. Todo ello a pesar de que la carta que le notificaba la sanción no contenía una sola mención al episodio del Palacio Imperial. Fraser aceptó el castigo, pero afirmó que la habían señalado por sus antecedentes y sus antiguos roces con las autoridades.
Muchos años después, Fraser le dijo a ABC que la bandera fue comprada en una subasta benéfica por 75.000 dólares, aunque luego le fue devuelta a la hija de Fraser alegando que le había costado a su madre su carrera deportiva. Aquello realmente puso el punto y final a su carrera a los 27 años, una trayectoria en la que conquistó ocho medallas olímpicas, incluidas cuatro medallas de oro. "Sin eso, probablemente habría continuado durante uno o dos años", dijo.
Para Fraser, la prohibición confirmaba la condena de sus orígenes sociales de clase trabajadora por parte de la clase dirigente de un deporte elitista: se suponía que la pobre chica del destartalado suburbio de Balmain debía dar gracias por su suerte, conformarse y mostrar gratitud eterna a todas las formas de autoridad en lugar de avergonzarlos en el escenario mundial. Aunque la prohibición se levantó unos meses antes de los Juegos Olímpicos de México, Fraser sintió que no tenía tiempo suficiente para salir del retiro y prepararse adecuadamente para luchar por un cuarto título consecutivo. Su carrera había terminado.

Una vez larrikin…

En el momento del juicio, Fraser estaba disfrutando de su luna de miel con su nuevo esposo, Gary Ware, a quien había conocido poco antes de los Juegos Olímpicos de Tokio. Con él tendría una hija, a la que llamó Dawn-Lorraine en homenaje a su antigua rival de la infancia, Lorraine Crapp, a quien siempre se mantuvo muy unida. La pareja se divorciaría cuatro años después. Ware, un corredor de apuestas de Townsville adicto al juego y con una vena violenta, regresó borracho una noche y trató de estrangularla. Ella agarró un cuchillo y le advirtió: "Si no te vas ahora, te mataré. Iré a la cárcel si es necesario". Ware se fue convenientemente.
No fue hasta 2014 que Fraser reveló este aspecto dramático de su vida privada durante un programa en Fox Sports Australia, como si quisiera deshacerse de todas las sombras del pasado después de que la verdad sobre cómo murió su madre saliese a la luz.
Cuando se jubiló, Fraser realizó muchas obras de caridad. Se convirtió en dueña de un bar en Balmain y codirigió una tienda de quesos mientras daba clases de natación. Una mujer con mil vidas y caras, Fraser también ingresó en política en los años ochenta para convertirse en miembro electo del Parlamento de Nueva Gales del Sur. Declararía públicamente su bisexualidad en los años setenta. Hablaba abiertamente sobre sus episodios de depresión que la atormentaban a pesar de la sonrisa característica que siempre lucía cuando estaba cerca de una piscina. Su vida se convertiría en el tema de muchas obras de ficción y, hasta el día de hoy, sigue siendo una figura reconocida en su Australia natal.
Fraser ha expresado abiertamente su oposición a la inmigración en los últimos años y ha expresado su interés en unirse al partido de extrema derecha One Nation. En 2015 criticó de forma polémica el comportamiento de los tenistas australianos Nick Kyrgios y Bernard Tomic, diciendo: "Si no les gusta, regresen al lugar de donde vinieron sus padres". Esto la llevó a ser denunciada como "racista insolente" por Kyrgios. Todo acabó con una disculpa de Fraser ante la prensa. Pero a pesar de los numerosos escándalos y sus, en el mejor de los casos, inquietantes posturas políticas, nada ha dañado la imagen de Fraser.
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Dawn Fraser y Juan Antonio Samarach, Budapest 1999

Fuente de la imagen: Eurosport

Fue nombrada Miembro de la Orden del Imperio Británico en 1967 y Oficial de la Orden de Australia (AO) en 1998, año en que fue votada como la mejor atleta australiana de la historia. Un año después, el Comité Olímpico Internacional la nombró la campeona femenina de deportes acuáticos más grande de todos los tiempos. En los Juegos Olímpicos de 2000 en Sídney, llevó la Antorcha Olímpica al estadio antes de encender la Llama Olímpica. Hace solo dos años, en los honores del cumpleaños de la reina, fue ascendida a Compañero de la Orden de Australia (AC).
Fraser sigue siendo "Nuestra Dawn" para aquellos que recuerdan las hazañas del tiplete primigenio en la piscina olímpica. Solo otros dos nadadores en la historia olímpica, Krisztina Egerszegi de Hungría (200 m espalda) y Michael Phelps de los EE. UU. (200 m mariposa y 200 m estilos), han ganado medallas individuales en la misma prueba en tres Juegos Olímpicos consecutivos. Phelps incluso lograría un cuarto oro en los estilos de Río, pero mucho antes de que llegara el "Pez volador" ya estaba "Dawn the Prawn".
El suyo fue un triunfo muy adelantado a su tiempo, una hazaña verdaderamente notable lograda en una era en la que los nadadores no usaban gafas y donde los trajes de baño de algodón pesaban más de cuatro kilos cuando estaban mojados. Fraser sigue siendo, ante todo, la descarada, intransigente, bebedora de cerveza y tosca bocazas iconoclasta, el "Larrikin" de Balmain que desde Melbourne hasta Tokio pasando por Roma, construyó una imagen de campeona única en su estilo y de mujer independiente. En ambas facetas, tanto sus logros como sus debilidades no dejaron indiferente a nadie y todos sus triunfos se intercalaron con profundas heridas.
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