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La odisea de Nadia Comaneci y su 10 perfecto

Con tan solo 14 años, la revolucionaria gimnasta Nadia Comaneci, entró en el imaginario colectivo olímpico logrando lo imposible al conseguir un 10 perfecto que no tenía precedentes durante los Juegos de Montreal. El fenómeno rumano maravilló al mundo en Canadá y su historia fue mucho más allá de aquel mágico verano de 1976. Disfruta la historia de Nadia Comaneci en Grandes Relatos Olímpicos.

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La odisea de Comaneci y su 10 perfecto

Nadia Comăneci estaba confunsa. Pensaba que había sido olvidada, que sus logros habían sido almacenados en las cajas de una gloriosa pero deslucida historia. Su país ahora había cambiado. La dictadura había acabado; Nicolae Ceauşescu había desaparecido hacía mucho tiempo, junto con la sofocante Securitate, la policía secreta de su régimen comunista. Habían pasado cinco años desde que Comăneci había huído de Rumanía en noviembre de 1989, cuando el país estaba en la cúspide de la revolución.
"Mi regreso después de mi deserción fue algo privado y muy personal, y no pensé que le interesara a nadie más que a mi familia", escribe en su autobiografía, Cartas a una joven gimnasta, que se publicó en 2003. "Estaba muy equivocada".
Cuando se bajó del avión en Bucarest en 1994 con su prometido Bart Conner, ex gimnasta estadounidense, allí le esperaba un gran recibimiento. "Había miles de rumanos que agitaban carteles y arrojaban ramos de flores", relata. "Incluso el nuevo primer ministro estaba allí. Fue realmente algo importante. Nunca me había sentido tan afortunada o querida por tanta gente en mi vida".
Pero esos aplausos tan entusiasmados no eran algo nuevo para Comăneci. A su regreso triunfante de Montreal en el verano de 1976, la pequeña hada de Onesti había sido recibida como una reina. La mujer segura de sí misma en la que se había convertido en los 90 podía disfrutar ahora de lo que había intentado eludir en los 70 cuando ser el centro de atención había aterrado a la frágil Nadia de 14 años.
"Recordé el miedo que había sentido en 1976 cuando fui recibida por una alborotada multitud después de los Juegos Olímpicos de Montreal”, declaraba. “En ese momento no había entendido lo que aquello había significado para la gente de Rumanía ¿Cómo podía un niño concebir aquello?” Casi dos décadas separaban a una Nadia de la otra. Si la Nadia de ahora ya no sentía el peso del mundo sobre sus hombros, era quizás porque para aquel entonces había dejado de ser un peón político. Ella era simplemente Nadie Comaneci.

¿Quién puede hacer una voltereta?

Comăneci nació el 12 de diciembre de 1961 en Oneşti, tres meses después de la construcción del Muro de Berlín. Esta historia comienza seis años después, en la misma pequeña ciudad de Moldavia Occidental, cuando un hombre grande con un bigote caído entró en su clase. Béla Károlyi, un ex jugador de balonmano y lanzador de disco de 25 años, se convertiría en un personaje clave en su vida. Károlyi buscaba jóvenes talentos para su nueva escuela de gimnasia. "¿Quién puede hacer una voltereta?" preguntó. Se levantaron dos manos, incluida la de Nadia. Su destino estaba escrito.
La gimnasia se convirtió rápidamente en su vida. Entrenaba siete días a la semana durante todo el año, haciendo sesiones de tres horas al día bajo la supervisión de Károlyi. Los Károlyis, para ser más exactos, porque Béla trabajaba codo con codo con su mujer, Marta, como explica en el documental La Gimnasta y el Dictador: “Repartíamos las responsabilidades. Marta se encargaba de la preparación artística, más concretamente de los ejercicios en barra y en suelo. Yo me centraba en el salto y las asimétricas, así como en la preparación física general”
La vida de la joven era como la de un preso, pero Nadia encontró pronto su ritmo. Además de sus evidentes habilidades y su extraordinaria versatilidad (desde muy pequeña, se mostró cómoda en todos los aparatos), prosperó en un sistema tan rígido, donde la organización y la disciplina eran las palabras clave. “Mi infancia me demostró que la disciplina funcionaba,” “Si entrenaba, comía bien y apagaba la luz a las 10:00, estaría descansada y lista para el día siguiente”.
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Nadia Comaneci

Fuente de la imagen: Getty Images

Miedo a ser normal

En su libro, Comăneci cuenta una anécdota reveladora sobre su increíble meticulosidad, que demostró ser una habilidad esencial para progresar en su deporte. "Mi madre era extremadamente organizada y odiaba que las cosas estuvieran fuera de lugar en casa.Yo era igual. En el colegio, ponía los bolígrafos azules en un sitio, y los negros en otro. Suena un poco extraño y compulsivo, pero ser “normal "y hacer cosas normales solo te lleva a ser normal. Yo siempre quise ser extraordinaria".
Y así era ella. Con más talento que las otras, pero también trabajando el doble de fuerte, como puede confirmar Béla Károlyi. “Dije: '¡Chicas, diez flexiones!' ¿Y cuántas hizo ella? Veinte. Esa era Nadia. Esa era la luchadora y la que se convertiría en una gran estrella", recuerda en el documental. "Siempre quería hacer más de lo que Béla o Márta me pedían. Quería ser perfecta y era una joven muy decidida", confirma Comăneci. Nadia encontró en Béla a alguien que sacó lo mejor de ella. ¿Habría alcanzado el mismo nivel sin él? No lo sabemos, pero el papel de este entrenador, que era tan extraordinario como su pequeña campeona, no puede ser subestimado.
Károlyi era una figura controvertida cuyas demandas excesivas rayaban la crueldad a ojos de algunos de sus antiguos alumnos. Pero no para Comăneci. "Si un niño solo quiere jugar, inscríbele en un programa de gimnasia diseñado para jugar. Si quiere llegar a la luna, trabaje con Béla", dice. "A decir verdad, no entiendo todas las historias que han surgido a lo largo de los años sobre el estilo de Béla. Sé que es una buena persona".

Dejando su vida en manos de Károlyi

Por lo que respecta a Comăneci, recuerda a Károlyi como un entrenador muy duro pero siempre justo, alguien capaz de leer sus emociones e incluso de hacer bromas de vez en cuando. "Pero en general", agrega, "también es importante tener a alguien en tu vida que te desafíe a ser el mejor. Béla lo hizo y me siento afortunada de que nuestros caminos se cruzasen". Como entrenador, Béla Károlyi no era del gusto de todos, pero para Nadia Comăneci, era el mentor ideal.
Su relación se basaba en la confianza absoluta. Desde los 10 años, Nadia realizaba rutinas de gran complejidad en los entrenamientos. Pero Károlyi siempre estaba allí para protegerla. "Mi vida estaba en manos de Béla", dijo, "literalmente evitó que me rompiera el cuello". La única persona que era más exigente con Nadia que los Károlyis era ella misma. El más mínimo error le enfurecía y las reprimendas de Béla o Márta no eran nada comparadas con las que se autoinfligía: "Siempre he sido dura conmigo misma con respecto a los errores".
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Nadia Comaneci: Así fue el primer ejercicio perfecto de la historia

Talento, trabajo, determinación: en todos estos aspectos, Comăneci volaba por encima de sus rivales. Su ascenso fue meteórico. Tenía solo nueve años cuando ganó su primera competición internacional, durante un encuentro entre Rumanía y Yugoslavia. Pero su irrupción llegó en 1975. A los 13 años, Comăneci dejó su impronta en el Campeonato de Europa con la victoria en la competición all around y en todos los aparatos, excepto en suelo donde solo puedo ser... subcampeona. A solo un año de los Juegos Olímpicos en Montreal, la rumana estaba preparando su ofensiva.

Comăneci y las muñecas rusas

En Canadá, Comăneci se iba a enfrentar a la vanguardia de las estrellas soviéticas que dominaban la gimnasia mundial antes de su aparición, incluida Olga Korbut, conocida como el Gorrión de Minsk y doble medallista de oro en los anteriores Juegos en Munich; Nelli Kim, la última pequeña maravilla de la escuela rusa; y Ludmilla Tourischeva, la campeona del all around en 1972 e ídolo de Comăneci.
Pero dentro de ese talentoso bloque soviético, se habían formado grietas en los meses previos a Montreal. Tourischeva se había enfadado por la repentina popularidad de su compatriota más joven Korbut, a quien había superado durante varias temporadas, pero cuyo carisma estaba comenzando a desplazarle a un segundo plano. La llegada de Kim tampoco alivió las tensiones.
A pesar del dominio rumano en el Campeonato de Europa en Skien un año antes, donde Comăneci había ganado cuatro medallas de oro, las soviéticas seguían siendo el referente para los medios de comunicación. Con solo una medalla de bronce en gimnasia en toda su historia olímpica, Rumanía no existía en el escenario mundial. Todavía no.
Béla Károlyi se dio cuenta de esto cuando llegó a Montreal y enloqueció. "Todo el mundo estaba emocionado, eran los Juegos Olímpicos. Desafortunadamente, los medios de comunicación no prestaron atención al equipo rumano. La prensa dirigía la atención del público y los jueces, y eso fue exactamente lo que sucedió en Montreal. Al llegar, el potente equipo de la Unión Soviética acaparó todas las miradas. El pequeño equipo rumano [pasó] desapercibido, completamente ignorado. Estábamos haciendo nuestro trabajo diario, pero la frustración en mi corazón se acumulaba día tras día. Y dije: 'Nuestro momento va a llegar. "

Todo era gratis

Nada de esto fue motivo de preocupación para Nadia Comăneci al llegar a Montreal antes de la competeción. Aquí, en Occidente, descubrió un mundo completamente nuevo para ella.
"Cuando llegué, me quedé estupefacta", recuerda en Cartas a una joven gimnasta. "La Villa Olímpica me dejó alucinada: su tamaño y la cantidad de personal de seguridad, entrenadores y atletas que practicaban más deportes de los que yo conocía. Lo que más recuerdo es que todo era gratis. Nos dieron un distintivo y con él, podías ver películas en el cine de la villa; podías tomar un refresco; y te daban ropa, bolsos, sombreros y pins. Para mí todo era alta tecnología, extraño, emocionante y absolutamente maravilloso. El primer día, me daba miedo cerrar los ojos porque no quería perderme nada".
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Nadia Comaneci

Fuente de la imagen: Getty Images

Károlyi se encargó de mantener a su gimnasta estrella con los pies en el suelo. Desde el día antes del comienzo de los Juegos, le prohibió salir e incluso ver la televisión para mantenerla concentrada en la tarea que tenía entre manos. Era su forma de protegerla. También se negó a dejar que sus gimnastas asistieran a la ceremonia de apertura porque la competición comenzaba al día siguiente.
El domingo 18 de julio daba comienzo la competición por equipos en el Forum, el legendario estadio cubierto donde los Montréal Canadiens jugaban sus partidos de la NHL. Nadia ya tenía un nombre en el reducido mundo de la gimnasia, y muy pronto el mundo entero conocería a Nadia Comăneci. Después de todo, solo le llevó 19 segundos dejar huella en el folklore olímpico y revolucionar su deporte dibujando un antes y un después en su disciplina.

1.00

Su primera rutina en las barras asimétricas, de una dificultad vertiginosa, estuvo desprovista incluso del más mínimo error. Comăneci saludó a los jueces, sonrió y esperó. Después de unos 30 segundos, y mientras ya estaba calentando para su próxima rutina en la barra, apareció su puntuación en el marcador: 1.00. Se convertiría en una de las imágenes más famosas en la historia de los Juegos Olímpicos, y llevó un tiempo que todos entendieran lo que había sucedido.
"El público estaba en silencio, confundido", recuerda. "Nadie sabía lo que significaba un 1.00. Béla hizo un gesto a los jueces para preguntarles qué significaba mi puntación, listo para enfrentarse a ellos. Un juez sueco levantó diez dedos. La razón por la que mi puntuación apareció como 1.00 fue que el marcador no estaba programado para mostrar un 10 porque los organizadores nunca habían tenido la necesidad de usarlo antes. Béla se acercó a mí y le pregunté: "Sr. Profesor, ¿Es un 10 de verdad?" Él sonrió y dijo que sí. Para mí era raro exteriorizar mis emociones, pero entonces sonreí, y cuando una de mis compañeras de equipo me dijo que subiera y saludara a la gente, también lo hice. Me olvidé del 10 y pasé a la barra”.
A pesar de este primer "10 perfecto" en la historia olímpica, la mayor consistencia del equipo soviético en todos los ámbitos fue suficiente para que se llevara la medalla de oro. En cualquier caso, Comăneci estaba impresionada por la medalla de plata de Rumanía. Además, acabó los dos primeros días de competición con una sustancial ventaja sobre Tourischeva y Kim en la competición individual all around.

El salto Comăneci

Después de su histórico 10 en las barras asimétricas, Nadia consiguío otros dos "10 perfectos" más durante la competición por equipos: en barra y luego en su segunda rotación en las asimétricas. Pero ese primer 10 fue posiblemente el mejor momento de estos excepcionales Juegos. Allí, Nadia se superó incluso a sí misma. Los nerviosos murmullos del público durante cada uno de sus movimientos reflejaban tanto la admiración colectiva como el miedo a que se cayera durante un ejercicio tan complicado.
Pero su control era absoluto. La rumana iba a completar un ejercicio plagado de atrevidos saltos con un mortal en la barra superior nunca antes visto. A partir de ese día, se llamaría el "salto Comăneci", uno de los dos movimientos en barras asimétricas que llevan su nombre. Como Nadia misma explica:
"Para realizar un salto Comăneci, la gimnasta comienza agarrada a la barra superior, se suelta, realiza un mortal hacia delante con las piernas abiertas y se vuelve a agarrar a la misma barra. Las habilidades gimnásticas se clasifican desde el movimiento más fácil hasta el más difícil. Un movimiento A es el más fácil, luego hay movimientos B, C, D, E y Super E. El Super E es el más difícil y, por lo general, solo unos pocos gimnastas en el mundo pueden realizar uno. El salto Comăneci está clasificado como un movimiento E. Incluso ahora, muchos años después de los Juegos Olímpicos de 1976, muy pocos gimnastas lo intentan porque es muy difícil".
Más allá del público en general, los expertos estaban aterrorizados por la exigencia física. Joseph Goehler, un historiador deportivo alemán y especialista en gimnasia, expresaría su incredulidad después de los Juegos en la revista International Gymnast: "Desde un punto de vista biomecánico, esto es apenas concebible".
Y Max Bangerter, el secretario general de la Federación Internacional de Gimnasia, dirigió una campaña infructuosa para prohibir el movimiento con el argumento de que podría provocar fracturas pélvicas.

Siete "dieces perfectos", cinco medallas, tres títulos

Miércoles 21 de julio. El Forum se había convertido en el epicentro de los Juegos con la disputa de la final individual all around. Todos los fotógrafos de Montreal se reunieron en el pabellón para observar a la nueva reina del verano del '76. Era el día de la coronación de la princesa Comăneci. Con cuatro décimas de ventaja sobre Nelli Kim, la protegida de Béla Károlyi lo veía venir. Dos nuevas rotaciones perfectas en barra y asimétricas fueron recompensadas con dos nuevas puntuaciones de 10 que le aseguraron el título olímpico. Las soviéticas Kim y Tourischeva se subieron una a cada lado de ella en el podio, pero todos los ojos estaban puestos en Comăneci. No solo en el Forum, sino en todo el mundo.
Tras clasificarse para las finales individuales de todos los aparatos, Comăneci sumó tres medallas adicionales: bronce en suelo y oro (por supuesto) en las barras asimétricas y en barra. En menos de una semana, había revolucionado la gimnasia en ambos aparatos, donde consiguió sus 7 puntuaciones perfectas.
Las barras siempre fueron su ejercicio favorito - "Las barras requieren pensar mucho - y me encantaba la precisión, los ángulos y la complejidad" – pero fue tal vez en la barra de equilibrio donde pudo mostrar el verdadero alcance de sus habilidades, mezclando gracia, finura, elegancia, velocidad de ejecución, perfección técnica y rendimiento físico. El gran periodista deportivo Antoine Blondin describiría a esta "Lolita olímpica" como una "bailarina y sílfide" que pasaba de una barra a otra "como un flexible periquito", que se balanceaba en la barra como "una paloma torcaz en el borde de un tejado "y cuyo" toque convertía el potro en un Pegaso alado.”
Sus actuaciones en Montreal aseguraron que a sus 14 años, con 39 kilos y 150 centímetros, el nombre de Nadia Comăneci iba a estar ligado para siempre con la gimnasia y con los Juegos Olímpicos. Pero tanto en aquel momento como en retrospectiva, parece que Comăneci vivió esos días como si le estuvieran sucediendo a un personaje del que había leído en un libro. Este desapego de sus logros puede sorprender, pero también ayuda a explicar su éxito.
"Nadie sabe cuándo él o ella está a punto de hacer historia", dice acerca de su primer 10 perfecto. "No hay ninguna advertencia ni manual de instrucciones para saber cómo manejar ese momento. Solo puedo decirte que el ejercicio en las barras asimétricas para mí era algo rutinario".
En sus Cartas a una joven gimnasta, escrita 27 años después de Montreal, Comăneci no parece asombrada por su impacto global, y resume sus logros clínica y fríamente: "Gané la medalla de oro en el all-around, así como un oro individual en barra y en asimétricas y un bronce en suelo... e hice historia. Era mi trabajo. Logré mis objetivos, los de todos, pero ganar una competición no fue una gran sorpresa. Simplemente, eso es lo que se suponía que debía hacer".

¿Nikolai qué?

Fueron esos 10 perfectos, más que sus medallas, los que realmente llevaron a Comăneci a ser el centro de atención. La repetición de estas puntuaciones impecables de 10 en Montreal (Nelli Kim también lo lograría dos veces, en suelo y en salto) a la larga cansaría al público que, en los últimos días de los Juegos, gritó: "¡No más 10! ¡No más 10! ". Fue un caso claro de que lo excepcional se había convertido en algo común. Pero sin estos 10 históricos, la explosión de la bomba Comăneci no habría tenido el mismo impacto. Además, el fallo en el marcador no hizo más que aumentar su estatus de mito.
Si no está convencido, pregúntese si alguna vez ha oído hablar de Nikolai Andrianov. Nikolai ¿qué? Aparte de los puristas, su nombre apenas le suena a nadie. En Montreal, sin embargo, el gimnasta soviético golpeó aún más fuerte que Comăneci con siete medallas de las cuales cuatro eran de oro. Pero el empuje revolucionario de la joven gimnasta de Onesti dejó una impresión mucho más profunda.
Había algo misterioso e insondable en esta mujer extremadamente joven programada como una computadora para ganar por los Károlyis. Pero a pesar de las habilidades excepcionales de Comăneci, ella seguía siendo una niña, algo que dio lugar a varias anécdotas divertidas en Montreal.
Por ejemplo, cuando entró por primera vez en la villa olímpica, la seguridad, en alerta cuatro años después de los atentados en los Juegos de Munich, se negó a dejarla entrar, tomándola por una niña curiosa que quería ver a las estrellas. Nadia no llevaba puesto el chándal de su equipo y sería necesaria la intervención del Director de la delegación rumana, al que habían llamado preocupados, para permitir que entrara. "Créeme, en unos días la reconocerás cuando quiera entrar a la villa", le dijo intencionadamente a los guardias.

Más importante que la propia Rumanía

Nadia tendría que enfrentarse a situaciones más difíciles. Debido a la alta demanda, se vio obligada a aparecer en numerosas conferencias de prensa. Sabía algunas palabras en francés pero no hablaba nada de inglés y se encontró con un grupo de periodistas molestos. Estas obligaciones se convirtieron en una prueba. Cuando se le preguntó: "En este momento, ¿cuál es su mayor deseo?", Ella respondió: "Irme a casa". De repente, parecía mucho más joven que sus 14 años.
El fenómeno Comăneci llegó a las portadas de todas las revistas importantes. "Ella es perfecta", dijo la revista Time. 'Ella acaparó toda la atención', escribió Sports Illustrated. 'Ha nacido una estrella', agregó Newsweek. Cuando salió de Montreal, en el aeropuerto, fue cuando vio todos esos titulares de los periódicos. Todo aquello era demasiado para que ella lo digiriera. Pero el mayor shock le estaba esperando a su regreso a Rumanía”. "Fue aterrador", admite en su libro, "todos esos años en los que no le importé a nadie y ahora, de repente, todos me empujaban, me tiraban e intentaban tocarme".
En Bucarest, el gobierno organizó incluso una ceremonia oficial. De manos de Nicolae Ceauşescu en persona, recibió el honor de Héroe del Trabajo Socialista, la condecoración más prestigiosa del país. Tales escenas de júbilo y distinciones múltiples crearían en ella la sensación de "haberse vuelto más importante que la propia Rumanía". Todo esto se convirtió más en una carga que un honor.

Gloria y contratiempos

El período posterior a Montreal fue complicado para Comăneci. Su relación con Károlyi se volvió tensa en 1977. Más exigente que nunca, su entrenador y mentor se enfrentó a una adolescente que ahora estaba lista para hacerle frente. "Estaba tratando de estirar mis alas y hacerme crecer", explica, "y como cualquier adolescente, tenía el deseo y la necesidad de hacerlo por mi cuenta. Veía a chicas de mi edad saliendo, yendo al cine, conduciendo coches. Quería hacer esas cosas también. De repente, había otras atracciones, y debido a que tenía dieciséis años y sabía que mi carrera terminaría más pronto que tarde, mi enfoque se desvió. Comencé a llegar tarde a los entrenamientos. Béla no estaba acostumbrado en absoluto a verme tan insolente".
Un año después de los Juegos, en el Campeonato de Europa en Praga, sin embargo, volvió a ganar el all around, título al que le siguió un oro en asimétricas. Pero la delegación rumana, por orden del gobierno, abandonó la competición en medio de las finales por aparatos en protesta por la puntuación recibida por Comăneci en el salto. Así fue como se desarrolló el resto de su carrera, fluctuando entre la gloria y los reveses. Como ejemplo de esto estaría Moscú 80.
Montreal parecía quedar ya a un mundo de distancia. Nadia tenía ahora 18 años, había crecido casi 15 centímetros y había cogido 4 kilos y medio. Además acababa de pasar dos años de pesadilla después de ser separada de los Károlyis, a quienes Ceauşescu se opuso por su supuesta ascendencia húngara, y fue obligada a entrenar en una nueva estructura en Bucarest. Luchando con todos estos cambios, Nadia se hundió en la depresión. Hubo incluso rumores de un intento de suicidio, que ella siempre ha negado.
Deportivamente, Rumanía ya no era intocable, a pesar de un nuevo título europeo en 1979 y una medalla de oro por equipos en los Mundiales de ese mismo año, la primera para su país. Pero cuando se acercaron los Juegos de Moscú 80, Ceauşescu dio marcha atrás y ordenó a Károlyi que entrenara de nuevo a Nadia en un intento por lograr que volviera a su mejor nivel.

En la boca del lobo

Los Juegos de Moscú comenzaron con un drama. La nueva gran rival de Comăneci, Elena Mukhina, campeona mundial en 1978, se rompió el cuello durante un salto de entrenamiento dos semanas antes de la apertura de los Juegos. En consecuencia, el título se lo disputarían Comăneci y otra gimnasta soviética, Elena Davydova. Para hacerse con la medalla de oro en la competición all around, Nadia necesitaba un 9.95 en su ejercicio en la barra de equilibrio.
A pesar de una ligera vacilación en un salto, parecía haber cumplido su parte del trato. Pero los jueces tardarían 28 minutos en dar a conocer su veredicto. Su puntuación final de 9.85 se produjo debido a sendas puntuaciones de 9.8 de los jueces soviético y polaco. Nadia se vio obligada a aceptar la medalla de plata. Károlyi protestó y montó una escena. "Me senté y vi a Béla correr por todo el lugar", recuerda Comăneci. "Escuché que Béla se metió en muchos problemas cuando regresó a Rumanía por montar una escena sobre la imparcialidad de las puntuaciones de los jueces. Se vio obligado a explicarle al comité central por qué había insultado a nuestros amigos soviéticos".
"Fue entonces cuando pensé que iban a arrestarme y encerrarme", admite Károlyi en La Gimnasta y el Dictador. "Pero no vieron a por mí. Nunca sabré porqué. Probablemente porque éramos demasiado conocidos".
Pero en el fondo, Comăneci sabía que había perdido la medalla de oro dos días antes, durante las rutinas de apertura, después de una inusual caída en las barras asimétricas. "Elena simplemente había sido mejor", admite. "Cometí un error; perder el oro fue solo culpa mía.
Y aún así, pasé del cuarto puesto al segundo lugar. Aquello ya era una satisfacción en sí mismo. Un amigo me dijo que la gente creía que nos habían engañado y estaban llenos de odio hacia los rusos. Pero yo solo perdí la concentración y caí".

Béla echa a volar

Moscú sería la última gran salida de la reina. En 1981, con casi 20 años, Comăneci bajó el telón de su carrera deportiva. El mismo año, Béla Károlyi desertó de Rumanía durante una gala en Nueva York. Con el aumento de las tensiones en casa, decidió quedarse en Estados Unidos con su mujer, dejando temporalmente a su hija de siete años con parientes en Rumanía.
Al otro lado del Atlántico, Károlyi aplicaría sus métodos con idéntico éxito: en 1984, en los Juegos de Los Ángeles, la estadounidense Mary Lou Retton, bajo la tutela de Béla, ganó la medalla de oro en all around. Retton tenía ocho años en 1976 cuando, hipnotizada frente al televisor, decidió hacer gimnasia mientras veía el trabajo de Comăneci. Otro ejemplo más del alcance global de Nadia.
Cuando los Károlyis dieron el paso, Comăneci podría haberse unido a ellos. Fue informada de su decisión de quedarse en los Estados Unidos, pero a pesar de todo, ella eligió regresar a su hogar en Rumanía. Fue recompensada con el período más problemático de su vida. Después de la marcha de Károlyi, le apretaron los grilletes. Bajo vigilancia constante, vio como eran analizados todos sus actos y gestos por un régimen que no podía permitirse el lujo de ver que su principal tesoro nacional huyera del país.
"Mi vida cambió drásticamente después de que los Károlyis desertaran", dice ella. "Ya no se me permitía viajar fuera de Rumanía porque el gobierno temía que yo también pudiera desertar. No tenía a nadie con quién hablar sobre cómo me sentía. En Rumanía en ese momento, dos de cada tres personas eran informantes. Uno no podía ni siquiera confiar en su propia sombra. Empecé a sentirme prisionera. En realidad, siempre lo había sido. Tenía prohibido viajar, no tenía relaciones cercanas y tenía que luchar todos los meses para tener suficiente comida. Un día, me di cuenta de que había llegado a un callejón sin salida".
Entonces, ella ideó un plan para salir fuera como había hecho Béla. El peligro y la dificultad logística de tal proyecto se agrababan por el miedo a dejar a su familia: sus padres y su hermano, Adrian. Pero en 1989, decidió dar el paso. "Escuchamos que en todas partes del este de Europa había signos de cambio. Pero yo aún estaba detrás del telón de acero. Cuando comencé a fantasear con mi deserción, mi mente cobró vida y casi parecía que todo era posible. La libertad me estaba esperando ahí fuera si estaba dispuesta a arriesgarlo todo, ¿pero lo estaba? "

¿Huyendo de qué, exactamente?

Su fuga, a finales de noviembre de 1989, es una novela en sí misma. Todo estuvo organizado por Constantin Panait, un rumano nacionalizado estadounidense y con residencia en los Estados Unidos, que estaba enamorado de Comaneci y que en realidad era un conocido estafador que se llenaría los bolsillos una vez que hubiese cumplido su misión. Al huir, Nadia dejó a sus familiares y sus medallas olímpicas, que su hermano escondió en una pared para que el régimen no pudiera llevárselas.
Caminó 6 horas durante la noche junto a Panait y otros cinco compañeros para llegar a la frontera húngara desde una casa en la que había asistido a una fiesta cerca de la frontera. El terreno estaba helado y en un momento determinado se encontraron con un lago congelado. "Tan pronto como todos pusimos nuestro peso en el hielo, se rompió y nos metimos en el agua hasta las rodillas. Hacía un frío infiernal. Mientras el lago se iba haciendo más profundo y el agua empezaba a taparme la cabeza, pensé, por favor, Dios, solo déjame llegar al otro lado.”
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La odisea de Comaneci y su 10 perfecto

Finalmente lo consiguieron y después de otras seis horas en un automóvil, llegaron a Austria, donde entró en la Embajada de los Estados Unidos en Viena. El 1 de diciembre, Nadia Comăneci llegó a Nueva York, donde se organizó una conferencia de prensa en el aeropuerto JFK. Por fin podía comenzar con su vida fuera de Rumanía. Poco más de seis años después, Comăneci volvería a su país en circunstancias más felices: casarse con Bart Conner en Bucarest en una ceremonia en el antiguo palacio presidencial que fue televisada en directo en todo el país.
Pero, ¿de qué estaba huyendo Comăneci exactamente en esos últimos días de dictadura? Durante treinta años, esta huída, digna de cualquier éxito de taquilla, ha sido objeto de especulaciones y rumores. ¿Huyó del régimen o de las posibles represalias de los opositores de Ceauşescu? ¿Por qué escapó tan tarde? Cuando huyó de Rumanía, el Muro de Berlín había caído tres semanas antes. Los días del "Conducator" parecían contados. De hecho, Ceauşescu y su esposa Elena se cayeron de su pedestal esa Navidad y fueron ejecutados en un patio sin ceremonias después de un juicio.
"Siempre habrá discusiones sobre el momento en que decidió desertar y abandonar el país", dice la periodista deportiva rumana Luminita Paul en La Gimnasta y el Dictador. "Quizas había algo que ella sabía, quizás había algo a lo que anticiparse..."

Comăneci, el complejo de Ceauşescu

Para algunos, Nadia Comăneci era una persona privilegiada con estrechos vínculos con Ceauşescu. Incluso hubo rumores en su época de campeona durante el período supuestamente idílico de los años 80 que la vinculaban de manera romántica con el mujeriego hijo del dictador, Nicusor. Ella siempre negó esta supuesta relación. "Vivía con 100 dólares al mes, no era suficiente ni para pagar la factura de la calefacción", enfatiza.
Gaby Geiculescu, una ex compañera del equipo nacional, no creía esa versión de Comăneci nadando en la riqueza del régimen: "No creo que Rumanía, durante ese tiempo, la tratara de manera muy diferente de alguien que trabajaba en una fábrica". Siempre fue invitada frente a personalidades internacionales, era un gran símbolo, pero ¿cuánto les importaba realmente? Tengo dudas acerca de eso. A Ceauşescu no le gustó que recibiera tanta atención internacional".
Si se ha mantenido un cierto velo de duda, ha sido claramente porque Nadia Comăneci nunca ha querido hablar sobre ese período. No por miedo, sino por orgullo. Sintió que justificarse a sí misma sería indigno de ella. "Creo que hasta el día de hoy muchos rumanos todavía tienen ideas erróneas sobre lo que dejé atrás exactamente", admite en su libro. "Asumieron que sacrifiqué la riqueza, una casa enorme, coches caros, joyas y una lujosa comodidad. Me incomoda corregir esas ideas falsas sobre mí, incluso a día de hoy, porque todavía encuentro esa situación humillante. Tengo un orgullo feroz, y a veces puede interponerse en el camino".
Nadia Comăneci preserva su pasado y sus secretos. En su autobiografía, escribe: "¿Sabes lo que dicen sobre las historias? Que siempre hay tres versiones: la tuya, la mía y la verdad. Esta es la mía". Una cosa es cierta, desde Oneşti hasta los Estados Unidos, desde ser una superestrella infantil hasta una mujer realizada, desde Bela Károlyi hasta Bart Conner, la historia de Nadia Comăneci es diferente a cualquier otra.
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