Blog De la Calle: Bilbao y el sex appeal del rugby

Hay otra forma posible. 100.000 aficionados de cuatro equipos de cuatro países diferentes en una ciudad de 400.000 habitantes bebieron 120.000 litros de cerveza. Resultado, ni un incidente. Unas cuantas resacas duras y muchas localidades cercanas agraciadas con la pedrea porque la capacidad hotelera de Bilbao no podía asumir el desembarco de tantos visitantes, los cuales pernoctaron en Laredo, Donosti, Getxo, Santader, Vitoria...

El triángulo de las Bermudas oval lo conformaban San Mamés, calle Pozas y la Fan Zona, junto al teatro Arriaga. Pero el Casco Viejo celebró un tercer tiempo continuo con galeses, ingleses, franceses y, especialmente, irlandeses. Pero por encima de todos, españoles. Nunca jamás hubo tal aglomeración de rugbiers patrios como la que se dio en Bilbao este fin de semana. Algo que habla muy bien de la salud del rugby español. Del social, ese que trasciende al campo y se alimenta de entusiasmo, cerveza y terceros tiempos.

Lo ocurrido en Bilbao invita incluso a creer en la raza política. Al menos en la que se sentó en la misma mesa para traer a la ciudad vasca las finales europeas de rugby. Desde el Gobierno Vasco, a la diputación de Bizkaia, pasando por el Ayuntamiento, y contando con los poderes deportivos, entre los que tuvieron un papel fundamental la Federación Española de Rugby, la Federación Vasca que lidera Iñaki Laskurain y el Consejo Superior de Deportes. Todos se alinearon para tirar en el mismo sentido y el resultado fue benficioso para todos. Una sinergia que se agradece en medio de tanto fiasco político que salpica diariamente las portadas de los periódicos y los informativos de televisión.

Gustó San Mamés, por su espectacular arquitectura, pero también por la funcionalidad de sus instalaciones y por la calidez de los voluntarios. El viernes se registró la segunda mejor entrada en una final de Challenge Cup, pese a que las gradas del estadio del Athletic registraron una entrada media. Ganaron los galeses de Cardiff, que también había ganado en las calles de Bilbao la noche anterior. Y lo hicieron en un partido muy abierto, caótico y muy accidentado, en el que el Gloucester de Johan Ackermann se suicidó en lugar de cerrar un partido que tenía ganado al descanso (6-20).

El sábado, la final fue la esperada para quienes seguimos la competición durante el año. Un equipo invicto y con una forma de jugar muy protagónica, como Leinster, frente a una plantilla exuberante en su despliegue en los tres cuartos, pero, sobre todo, con una capacidad encomiable para defender y penalizar los errores del rival, Racing 92. Su multimillonario dueño, Jacky Lorenzetti, vio el partido sentado junto a Alfonso Feijoo, el presidente de la federación española, que a buen seguro le serviría de confesor y animador a un tiempo.

Llegados a este punto, las finales se ganan, no se juegan. Y presuponer que alguno de los dos equipos se iba a salir de lo previsto era un ejercicio de ingenuidad. Los parisinos defendieron como leones y llegaron a gripar el tanque irlandés, pero no les quedó resuello suficiente para generar esos latigazos ofensivos que tumbaron a Munster en semifinales. Si a ese desgaste le añadimos el infortunio de las lesiones de Lambie y Carter, una estrella con un papel más secundario que sale al campo cuando la defensa rival muerde un poco menos por el cansancio, se explica el triunfo final de los dublineses. Merecido porque los Boys in Blue siempre proponen con la pelota en las manos de sus delantera.

Tampoco sería extraño entender a quienes califican de pobre la propuesta de Leo Cullen, el primer hombre que gana la Champions como jugador y ganador. Muchas fases, mucho trabajo por el eje y muchas patadas en todas sus variantes: patadas a la caja en su 22, balones a touch en el medio campo y garryowens lloviendo en el ala de Lauren (jugador de menos estatura de la línea francesa). ¿Tosco? ¿Cartesiano? Puede ser, pero la tenacidad ha llevado a Leinster a convertirse en el equipo que más Champions ha ganado junto a Toulouse. Y eso, para un equipo que no saca a pasear la chequera, es un logro encomiable.

Ver en San Mamés coronarse campeón a Jordi Murphy alzando la copa junto a Nacewa y Sexton fue un guiño al rugby español. El de Barcelona completó un partido descomunal como 8 y puso el colofón a una temporada en la que ha ido creciendo a medida que dejaba atrás la lesión de rodilla que sufrió. Jordi se muda, como campeón, de Dublin a Belfast, donde le esperan como los brazos abiertos en Ravenhill para que sea uno de los líderes de Ulster el año que viene.

Para quienes llevamos décadas vinculados al rugby español, Bilbao ha sido una experiencia emocionante, algo que contaremos dentro de muchos años. Generaciones pasadas, actuales y futuras (de la mano de sus padres) pasearon por las calles de la capital vasca. Un ambiente espectacular, un civismo intachable y, sobre todo, una sensación generalizada: parece que el rugby ha salido de la cueva y esta es la ola buena. La ola de Sopelana, a unos kilómetros de San Mamés, o la de Zarautz. Pero lo vivido en Euskadi debe ser un punto de inflexión para el rugby patrio. Lo advertía Sergi Loughney, director corporativo de Abertis, el viernes en el foro 'Rugby: Un deporte, una manera de ver la vida'. "Este deporte está a un paso de dar el salto. Ha llegado a un momento de madurez y visibilidad en nuestro país que le convierte en un producto sexy para las empresas. Estamos a un paso", apuntó Loughney. El sex appeal del rugby deslumbró en Bilbao. Que se corra la voz...