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Blog De la Calle: Placar, placar, placar...

Fermín de la Calle

Actualizado 18/03/2019 a las 16:42 GMT

Gales ganó un 6 Naciones preventivo. Europa jugó pensando en el tsunami de los All Blacks y se tapó las vergüenzas. Y los dragones tiraron del viejo axioma...

Gales rugby

Fuente de la imagen: Eurosport

Finaliza el Seis Naciones con una familiar sensación a 'dejà vú' que persigue al rugby europeo cada torneo que se juega en año de Mundial. Europa se blinda ante el inminente encuentro ante el rugby del sur y reaparece la versión más metálica de las selecciones. Quizás por eso parece un acto de justicia poética, más prosaica, que lo haya ganado un equipo superlativo en defensa como Gales. Año de Mundial, Seis Naciones de rugby preventivo.
Ofensivamente apenas han llamado la atención el virtuoso Finn Russell, el quirúrgico Liam Williams y la irrupción de Josh Adams. En general la propuesta ofensiva ha sido realmente pobre. Gales ha posado diez ensayos en cinco partidos, bagaje suficiente para ganar sin sumar un solo punto bonus ofensivo. No le ha hecho falta más. La más industrial ha sido Inglaterra, pero desde un presupuesto conservador. Eddie Jones escudriña las vergüenzas adversarias y pone el foco en ellas para hacer sangre con los bombardeos de Farrell y Youngs. La reaparición de renombrados 'ball carriers' como los Vunipola o Manu Tuilagi no invitan al optimismo. El jugador más periférico es su zaguero, Daly, pero está demasiado lejos de la creación del juego. La granítica Gales desnudó la miopía de los ingleses con la pelota en las manos en el partido en el que les doblegó.
De Irlanda se puede decir algo parecido. Sus terceras arrasan los bosques que encuentran a su camino, pero una vez ganada la línea de ventaja, no generan juego a su alrededor porque matan la continuidad. En realidad es un mal extensible, el de la falta de talento para crear juego, a muchos delanteros de las selecciones europeas. En Europa la línea de ventaja se gana por percusión, en el sur por evasión. Pero es aún más decisiva la prioridad sureña por mantenerla viva. Irlanda tampoco ha desplegado nada exuberante atrás y a Sexton se le recuerdan pocos torneos tan grises. La derrota inicial ante Inglaterra marcó el torneo de una selección con mentalidad voluble ante las citas mundialistas.
Escocia ha vivido un torneo convulso. Equipo vertiginoso con una peligrosa tendencia al caos, la plaga de lesiones ha marcado sus partidos. Defienden desordenadamente, lo que les complica enormemente la conquista, y para su propuesta ofensiva la posesión es innegociable. En medio del caos emerge deslumbrante como siempre Russell, al que los aires franceses le han venido bien para madurar. La segunda parte ante Inglaterra resume perfectamente las virtudes de Escocia: orgullo, agresividad, entusiasmo y verticalidad. El problema es que el primer asalto en la Calcutta retrata sus defectos: desorden, falta de consistencia, inexperiencia... Cuando los del cardo recuperen a Hogg, Seymour, Jones o los Gray serán un rival peligrosísimo por su capacidad de mutación en los partidos. Ellos son su peor rival. Jekyll y Hyde.
Francia ha perdido el oremus. Ya no es cuestión de si queda champagne o no en la bodega, la duda es si les queda rugby. Sin idea de juego fuera y dentro del campo y con una volatilidad insostenible en su XV, los franceses acumulan kilos en el campo sin sentido. Se han abrazado a Ntamack, mejor centro que apertura, aunque es Dupont el jugador más multidimensional de la selección. Se cuestiona si Brunel llegará a Japón, aunque el seleccionador solo sea un síntoma del mal que aqueja desde hace décadas al rugby galo: la presencia de ese moderno Robespierre llamado Bernard Laporte.
Italia sigue creciendo, aunque no le llega. Por fin parece haber elegido el camino tortuoso, pero fiable, del trabajo y la tenacidad sin priorizar el exitismo del resultado. Van paso a paso creando un equipo, con caras nuevas, sumando automatismos y repartiendo roles. Sin Parisse será interesante ver quién da un paso adelante, pero la azzurri ha dejado más rugby del que delatan sus números y ese intenso aroma a madera que les acompaña desde hace cuatro años.
Resta Gales. Nadie le ha ganado. Y ese es el mantra de su juego: el Warrenball. 'Si no pierdo, he ganado'. Puede parecer una perogrullada, pero la resiliencia que esconde esa filosofía ha convertido a Alu Wyn Jones en un mito y a Warren Gatland en el primer entrenador con tres Grand Slams. Su topografía rugbística fue diseñada hace doce años por Shaun Edwards, el entrenador de defensa de los dragones. Todo erigido sobre la titánica presencia de Alun Wyn, una tercera línea estajanovista, dos centros de acero y un contragolpeador excelso como Liam Williams, Gales convierte los partidos en batallas de sudor y sangre, pero sobre todo de neuronas. Desquician a sus rivales y ganan por aturdimiento. Si Rafa Nadal o Anatoly Karpov jugasen al rugby, serían jugadores de Gales. Sin embargo, pese a este espíritu indómito hay dos factores que cuestionan su candidatura a destronar a los países del sur, especialmente a Nueva Zelanda. El primero, el grado de exigencia física de sus partidos invita a pensar que no pondrán mantenerlo durante tantos partidos en un periodo tan corto como el del Mundial. El segundo, que no dispone de un catálogo ofensivo que les permita afrontar partidos abiertos lo que limita sus posibilidades. Pero dicho todo esto, son la única selección que sale reforzada del torneo. Ganó el Warrenball. Y no diré que perdió el rugby, porque esto también es rugby. El rugby de siempre. Placar, placar, placar...
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