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Blog De la Calle: Rugby, ¿prosa o poesía?

Fermín de la Calle

Publicado 27/02/2018 a las 08:06 GMT

Dos ensayos deliciosos, uno de potencia y trabajo de la delantera. El otro con un pase lleno de magia ante una defensa feroz. Rugby para todos los gustos.

Finn Russell

Fuente de la imagen: Eurosport

En su libro 'El arte de la guerra' el general chino Sun Tzun recomendaba desplegarse de forma "que la velocidad sea la del viento y ser compactos como lo es un bosque". El rugby, que tiene mucho de guerra y de arte, por mucho que a algunos le parezca una contradicción, ha dejado ejemplos deliciosos de ambas cosas en los partidos del 6 Naciones de este fin de semana. Dos formas antitéticas de batir las líneas enemigas con idéntico resultado. Una, con la velocidad del viento; otra, compacta como un bosque.
LA PROSA: Atendiendo rigurosamente al orden cronológico, primero se produjo la segunda. Un prosaico maul italiano que voló sobre el césped de Marsella para empotrar a la hercúlea delantera del XV del gallo en su zona de ensayo. Habían pasado apenas nueve minutos de partido, lo cual concede más mérito a la maniobra porque los rivales aún disponían de piernas frescas y el oxígeno todavía refrescaba su cabeza. Después de encajar un ensayo en un maul más o menos sucio, el pack azzurri se marchó a la 22 francesa para trabajar una touch. Leonardo Ghiraldini lanzó el line out al corazón del alineamiento, como rezan los cánones en la 22 contraria, donde emergió la figura de Sebastian Negri, que saltó sin oposición. Francia prefirió defender el maul abajo, siendo Lauret el encargado de cazar al saltador nada más pisar el suelo para bloquear la pelota. Sin embargo, cuando Negri puso el pie en el césped fue llevado en volandas por sus compañeros que iniciaron el característico 'tornillo' hacia el eje, movimiento en el que tomaron protagonismo el pilier Simone Ferrari abriendo camino con la ayuda del segunda Simone Zanni, el omnipresente Sergio Parisse y el flanker Maxime Mbanda, que se convirtió en portador y sería quien posaría la almendra en el ingoal francés. Los italianos ganaron rápido la ventaja con su movimiento de carga sobre el eje, para después iniciar un movimiento de rotación hacia el flanco cerrado que terminó por destrozar la desorganizada resistencia de los franceses, quienes trataron de derribar el maul irregularmente, provocando la señalización del posterior ensayo de castigo una vez se produjo el posado.
La velocidad del maul italiano, la destreza para desactivar la defensa francesa con una lectura perfecta de la misma y el movimiento "compacto como un bosque" del pack azzurri dotaron a la jugada de una belleza maravillosa. Una belleza prosaica para muchos para lo que resulta ininteligible esta suerte del rugby en la que se aúnan potencia, fuerza e inteligencia. Un lance, el del maul, perseguido por las televisivas demandas del juego en estos tiempos en los que se prioriza la visibilidad del balón en la pantalla para atrapar a espectadores y patrocinadores. Sin embargo, hay mucho de romántico en este ensayo de tiempos pretéritos. Una jugada que huele a barro, a cerveza, a polos de algodón de los que tiran los compañeros para mantenerse unidos en el avance. Un derroche de potencia solidaria en la que no importa quien lleva el balón y en el que todas exprimen el bucal mientras se oye cantar al medio melé dirigiendo el movimiento coral de sus compañeros en este agrupamiento improvisado. La sublimación del esfuerzo colectivo. Un ensayo orquestado digno de un concierto de Año Nuevo en Viena. La música clásica del rugby, la delantera, el maul, la melé...
LA PROSA: El segundo ensayo se produce, como pedí Sun Tzun, "a la velocidad del viento". Y pese a lo vertiginoso de la acción desprende una elegante sutilidad que hace que todo se ralentice en la memoria del espectador al repasar la jugada. Como aquella chilena de Pelé en 'Evasión o Victoria'. El protagonista de la jugada es Finn Russell, un cantero que dejó de picar piedras para dedicarse al rugby. Un apertura que, pese a su tosco origen tiene cosas de Mozart con la pelota en las manos. En el partido en cuestión, ni más ni menos que la Calcutta Cup, Escocia sufría en las puertas de su 22 con la presión alta de los ingleses. Las gradas de Murrayfield rebosaban incertidumbre cuando la pelota llegó a Russell, quien además estaba generando muchas dudas tanto en su toma de decisiones como en la ejecución de las mismas durante las primeras jornadas del torneo. Escocia ha dejado de ser el equipo cartesiano de siempre para proponer una vertiginosa propuesta que asustaría al propio William Wallace.
El asunto es que la pelota le cayó en las manos al 10 caledonio pisando su línea de 22, con sus centros y el ala desplegados a su derecha. Inglaterra apretaba muy arriba y Russell divisa de un vistazo a Owen Farrell fijando a su primer centro y a Jonathan Joseph presionando aún más arriba, con Jonny May a su espalda. Y entonces, con una sangre fría sobrecogedora, se saca un pase flotante de 20 metros, suave, colgado en el espacio inapreciable que había entre la espalda del agresivo Joseph y el veloz Jonny May, donde aparece, pleno de potencia y timing, su segundo centro, Huw Jones, al que no logran detener hasta la 22 inglesa. La jugada, dos fases más tarde, termina con Maitland posando el ensayo escocés en el lado contrario junto al banderín.
Sin embargo, la majestuosidad del pase flotante de Russell a un sitio que solo él adivinó, permitió a Escocia desconectar la presión de la línea inglesa y meter a Jones en la 22 rival. Más de 60 metros de carrera provocada por un pase que haría salivar a cualquier tres cuartos e incluso a más de un delantero. Un pase apetitoso con una dificultad máxima de ejecución. Un pase digno de Roger Federer, Bobby Fischer o incluso de Nureyev. Pura poesía en medio de un bosque feroz. Russell venía avisado que los segundas y terceras ingleses, suerte de velociraptores de más de 1,95 y 110 kilos, habían puesto precio a su cabeza. Lo cual no fue óbvice para que el 10 corriese un par de zancadas de forma lateral, con el riesgo que eso conlleva, y se tomase un segundo para lanzar EL PASE, como han bautizado en Escocia al lance, a un intervalo que nadie había adivinado. Salvo él... y su compañero Huw Jones. El segundo y medio de vuelo de la pelota desde que sale de las manos de Finn, con destino incierto para todos, hasta que cae mansamente en las de Jones, se heló el corazón de Escocia. Lo que ocurrió después está en los anales del rugby escocés y terminó con el todo el alcohol de los bares de Edimburgo.
El rugby, prosa y poesía. Compacto como un bosque, veloz como el viento.
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