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Snooker

Qué es el snooker

Sergio Manuel Gutiérrez

Actualizado 27/08/2022 a las 14:41 GMT

Mira, no. No te voy a explicar qué es un snooker. Si quieres conocer las reglas, te pones Eurosport y prestas un poco de atención. Consultas alguna web de referencia o me haces una pregunta en directo. Aquí no te voy a contar cómo funciona la regla de la ‘free-ball’, ni por qué algunas veces repiten el tiro después de falta pero en otras ocasiones no.

Snooker

Fuente de la imagen: Getty Images

Si tienes un mínimo de interés en semejantes cuestiones, fantástico, pero este artículo no va de eso. Aquí voy sin cadena y despatarrado. Te voy a decir qué es en realidad (para mí) eso del snooker.

Descargo de responsabilidad

Es difícil que jugar al snooker te cueste la vida. Sí te puede costar en cambio la salud, la física y la mental, en caso de que olvides que el ejercicio al aire libre, y la familia y los amigos, y el descanso y el amor son parte fundamental en la preparación de cualquier profesional. Jugar al snooker de competición es muy duro, muchísimo. Te destroza por dentro y se nota por fuera. Si no te lo crees, cierra ya esta pestaña. No sigas leyendo.
Hay deportes y deportes, por supuesto. No es lo mismo el ajedrez que la escalada en alta montaña, pues la derrota tiene consecuencias muy diferentes. No es lo mismo el fútbol que las artes marciales mixtas, aunque siempre ha habido futbolistas que confunden el campo con el octágono y gustan de la patada voladora. De hecho, la propia definición de deporte posee unos límites difusos, no explorados, hasta el punto de que proliferan los catedráticos deportivos terraplanistas (los estrictos, los del palo en el culo, los que creen que una actividad no es deporte si no echas el bofe por el camino). Están ellos, los fundamentalistas, y estamos los diletantes, los relativistas. Ambos bandos libramos una guerra perenne, ontológica, sin posibilidad de reconciliación.
Cuentan que un antiguo campeón de Fórmula Uno, en pleno esplendor, se enfadó mucho con un periodista que inquirió por otros deportes que le atrajeran o practicara. Disculpa, no confundas la Fórmula Uno con un deporte, no rebajes la Fórmula Uno a la simple condición de deporte, respondió. La Fórmula Uno le parecía una actividad demasiado compleja, demasiado bella, demasiado elevada para mezclarla con algo tan prosaico como el deporte.
Bien, pues lo primero que debes saber sobre el snooker es que no es billar. Sí es billar, pero no es billar. No me lo mezcles con algo tan prosaico como el billar.

El snooker y yo

Yo soy un privilegiado, no os voy a engañar. Yo veo snooker y narro snooker. Soy uno de los pocos seres humanos en todo el mundo que experimentamos el inmenso placer de cantar un bolón, de decir un adentro. Vibro con cada buena defensa. Elevo el tono sin premeditación cada vez que un calambre indescriptible, una energía inmensurable, salta del monitor o de la mesa, alcanza mi silla, me entra por las piernas, recorre mis gónadas y le dice a mi pecho y a mi mente, a mis ojos y a mi lengua, que eso que estoy presenciando es emocionante y que así debo transmitirlo a quienes me escuchan.
Disfruto mucho, y a veces me quedo sin voz y cierro el micrófono y toso o carraspeo antes de volver a abrirlo para poder completar la frase que se me había quedado colgando. Y entonces busco mi mejor entonación y el momento adecuado y recito unos versos, o esputo una moralina o casi canto una canción. Y después suelto un gallo porque estoy muy arriba y más tarde, sin entender por qué, tengo el ánimo por los suelos y me obligo a levantarlo un poco porque hay gente (vosotros) que está al otro lado.
Sí, a veces es difícil, pero cuento la vida que vivo, y me pagan por ello aunque no demasiado, y más o menos soy yo mismo delante del micrófono. No sabéis lo raro que es eso. No sabéis, sobre todo, lo extrañísimo que es permitirte serlo y que la fórmula funcione. Yo soy un privilegiado.

El snooker y la perfección

Este juego engancha, y nadie ha averiguado por qué. Hay quien habla, casi siempre sin tener ni idea, del hipnótico poder de las bolitas distribuidas por el paño verde. Eso son pamplinas, teorías fabricadas expresamente para contentar a un porcentaje muy pequeño de espectadores, los que mueren en vida en el sofá, los que vegetan con la excusa de la calma que transmite el snooker. Yo os digo que no. El snooker no te puede calmar. Te calmará, si acaso, el hecho de estar en casa viendo algo que te gusta. Pero no te calma el snooker.
El snooker te estresa, te enciende, te desvive, te emociona, te empalaga, te entusiasma, te aburre, te enerva, te mantiene en vilo. El snooker es violento.
La maestría en el snooker consiste en acercarse a la perfección lo más posible, consciente de que nunca la rozarás siquiera. Esa es la contradicción suprema de este deporte: si alguien alguna vez fuera perfecto, si el snooker dejara de ser imposible, si empezara a parecer sencillo, simplemente desaparecería. Carecería de interés.
La repetición infinita de elementos técnicos está en la base del éxito. El talento es sólo la materia prima. Sin embargo, el snooker nos enseña por encima de todo que un mismo problema puede presentar infinitas soluciones. Hay tantas formas de jugar al snooker como seres humanos. Hay tantas formas de vivir como jugadores de snooker.

El snooker y la vida

Si algo he aprendido comentando snooker es que a la gente le gusta entender lo que está viendo. Esto implica, por supuesto, una comprensión general de las reglas, pero mucho más un acercamiento a la personalidad, las inquietudes y los motivos que subyacen a las decisiones en la mesa de cada jugador. Esa identificación entre una manera de hacer las cosas y una actitud ante la vida genera conexiones y lealtades formidables entre aficionados y profesionales. Y me permite contar historias, que es lo divertido. La historia de lo que estamos presenciando. La historia de cada uno de nosotros por medio del tiro que realiza en una mesa grande de billar un señor pálido y entrajado a miles de kilómetros de distancia.
Es extraño, lo sé.
Un reciente estudio interno sobre el perfil de la audiencia del snooker en diferentes países reveló también un interés inusitado por los ‘frames’ largos, interminables, por las partidas épicas y eternas. Lo curioso del asunto es que a la otra mitad más o menos del público sólo le interesan los tiros espectaculares y los desenlaces rápidos.
Repito: es la vida, somos nosotros reflejados en una mesa de snooker.
Es el profesional humilde que no llega a fin de mes, el que viene del otro lado del mundo y no entiende ni un buenos días pero posee una habilidad especial y la incertidumbre terrible de si la podrá o no desarrollar. Es el trabajo precario y el dinero que se esfuma, son los viajes y el escaso tiempo con la familia, las horas eternas de entrenamiento que no sabes si reportarán algún fruto. Son las crisis de ansiedad, las depresiones, los problemas con el alcohol y las drogas. Las familias desestructuradas, las trampas y las apuestas. Es el glamur de las estrellas y el sueño de los grandes escenarios. El circuito profesional de snooker habla de nosotros como no pueden hacerlo el tenis, el fútbol, el atletismo o el boxeo.

Esto no es para ti

El snooker no es un producto de consumo rápido, aunque aspire a presentarse como tal porque en el mundo de hoy todo es de usar y tirar, pensar poco y me gusta o no me gusta, like o dislike. Nadie puede dar la espalda a los tiempos que corren, pero tampoco se puede tener un crush con el snooker de esos de tres o cuatro días y después ya me das igual.
No es apto para culos inquietos de corazoncito generoso y siguiente story. No es desde luego TikTok. Y sin embargo aquí caben todos los espectadores: el paradito adormecido, el estadístico, el táctico, el ultrasur, el fan loco, el que lo ve todo, el madurito, el cotilla, el asqueroso al que sólo le interesa la vida privada de la gente y con quién se acuesta cada cual, el que no se dormirá hasta las mil, y pedirá decider aunque deba madrugar, el que sólo quiere grandes golpes, el de las bolas largas, el de las defensas puñeteras, el de las expresiones graciosas, el que aplaude hasta un pedo en directo, el aburrido y el que no tiene tiempo para aburrirse, el jugador de billar, el futbolero desencantado, el sibarita de la distinción, el que tiene vocación de mártir, el que daría la vida o cree que la daría por el snooker porque un día decidió que el snooker sería su vida y no se da cuenta de que la vida ya es snooker.
Por eso cada cual tiene su jugador favorito.

Perdedores

Me gusta imaginar a algunos famosos viendo snooker, escuchando mis narraciones. Me imagino, qué sé yo, a Pilar Rubio y a Sergio Ramos en una tarde sin críos, al presidente del Gobierno o a su más cercano asesor distraídos mientras responden un mensaje de texto sobre algún asunto de Estado, al director general de una compañía eléctrica mientras se mete un lingotazo. Hay mucho trabajo por hacer para conseguir que aficionados ilustres al snooker vayan saliendo del armario.
Porque hay que reconocer que el snooker no te va a dar fama. Será complicado monetizar tu pasión por el snooker. Si expresas en público esta afición, en según qué entornos te mirarán raro y dejarás de encajar. Eh, tampoco es un gran negocio para un narrador profesional. El snooker es cosa más bien de perdedores, y puede que justo por eso me guste aún más.
Siempre preferí narrar deportes de equipo. Narraciones mentalmente ágiles, de verbo frenético y muchos protagonistas. En unas y en otras voy a pecho descubierto, sin margen de error, completamente implicado en lo que veo, en cómo lo veo y cómo lo siento, y por tanto en cómo lo cuento. Creo que esa es mi obligación. Por motivos equis, mi carrera profesional ha sido (es) hasta la fecha bastante modesta, sin apenas exposición pública. Jamás me importó. Yo nunca necesité el reconocimiento, hasta que un día sí sentí que lo necesitaba. Y ese día estabais ahí sobre todo los del snooker.
“Gracias por hacernos sentir que cada retransmisión es la cosa más importante que ocurre ese día”, me regaló los oídos no hace tanto un espectador.
El snooker es de los que saben que han ganado cuando los demás lo creen perdedor.
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