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Agustín Galán

Publicado 21/10/2019 a las 10:56 GMT

Stan Wawrinka y Andy Murray, los dos mayores rivales que ha conocido el Big Three en la última década, volvieron a encandilar al mundo del tenis. No necesitaron muchos focos, ni siquiera una pista con decenas de miles de aficionados observándolos, les bastó la pista dura del Lotto Arena de Amberes para recordarnos a todos que ellos también fueron parte importante del tenis de la última década.

Andy Murray y Stan Wawrinka (ATP Amberes 2019)

Fuente de la imagen: EFE

Es innegable que la era actual del tenis está siendo una de las mejores (si no la mejor) por el influjo que ejerce el Big Three, pero bajo la tiranía inmisericorde de Roger Federer, Rafael Nadal y Novak Djokovic han batallado sin desmayo un buen puñado de tenistas que han tenido la mala suerte de cruzarse con ellos de forma recurrente. Todos conocen sus nombres.
Hay que apostillar, eso sí, que entre ese grupo de tenistas brillantes que han tenido que pelearse por las migajas de este trío ha habido dos que han sido capaces de asomar la cabeza más que el resto: Stan Wawrinka y Andy Murray, y volvieron a cruzarse como en los viejos tiempos, pero esta vez en una final, esa final que se debían desde que en 2008 los dos se disputaron por última vez un título en Doha.
Han pasado ya más de 11 años desde aquella final en la que se cruzaban un escocés que llevaba ya un año pululando de forma recurrente por el Top 10 y un suizo que ya avisaba de lo que estaba por venir al haber sumado triunfos contra Guillermo Cañas o Marat Safin, los referentes de la generación anterior.
En la capital catarí, Murray comenzaba la temporada como tercer cabeza de serie, mientras que Wawrinka aún no gozaba de esa condición. Los dos se cruzaron en la final quitándose del medio a Nikolay Davidenko e Ivan Ljubicic, y también entonces se decidió en tres sets, con Murray golpeando primero y llevándose el título en la tercera manga. Estaban llamados a ser protagonistas, y vaya si lo fueron. Murray se metió en la final del US Open en ese mismo año, mientras que Wawrinka se dejó ver sobre todo en los JJ. OO. de Pekín, donde se llevó el oro haciendo dupla con Roger Federer.
Desde entonces se puede hablar del Big 3+2. Ambos fueron los que más de cerca vieron el esplendor de Federer, Nadal y Djokovic, y al mismo tiempo eran los únicos que, de una forma sostenible, podían porfiarles. Así, Wawrinka consiguió labrarse una reputación de tenista de culto que brillaba en los Grand Slams, consiguiendo llevarse tres grandes títulos a su vitrina. También tres fueron las copas de majors que se llevó Murray a su Dunblane natal, con el punto extra de haber alcanzado el número uno del mundo en 2016.
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Stan Wawrinka et Andy Murray

Fuente de la imagen: Getty Images

En los dos últimos años la actualidad pareció pasar por encima de ellos sin piedad. A Murray lo devoraron las lesiones e incluso se vio forzado a tomar la decisión más dolorosa de todas, anunciando su retirada del tenis a principios de año, algo que lamentó todo el circuito. Wawrinka también pasó por el quirófano en 2017 después de medirse en la final de Roland Garros con un Nadal pletórico que seguía sumando y sumando títulos. Unos meses después, en Wimbledon lo derrotó Daniil Medvedev, el destructor ruso que ahora amenaza el trono de la ATP, y fue el momento de tomarse una pausa para enfrentarse de tú a tú con los problemas físicos.
La espiral de lesiones y la necesidad mediática de encontrar un relevo generacional para cuestionar la era del Big Three relegó a un segundo plano a ambos. Ya nadie parecía acordarse de ellos, pero en la oscuridad ambos luchaban por darse esta segunda oportunidad que tuvieron en Amberes.
Nunca esperaron cruzarse de nuevo en una final por un título. A pesar de que se han producido 19 enfrentamientos entre ellos, Doha no había vuelto a repetirse. Siempre se terminaban cruzando con otros rivales, la mayoría de las veces, sus viejos conocidos del Big Three, recordándoles por lo general que ellos sólo podían ser los mejores de los mortales. Cuando se veían las caras era en octavos, cuartos de final o incluso alguna semifinal, como aquella batalla a cinco sets en Roland Garros en 2017, justo antes de que las luces empezaran a apagarse.
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Murray

Fuente de la imagen: EFE

Y llegó la revancha, no tanto entre sí, sino frente al propio tenis que los había relegado. Puede parecer que Amberes es un escenario impropio y un ATP 250 una categoría indigna para quienes serían leyenda de haber caído en cualquier otra época, pero Wawrinka y Murray no necesitaban nada más. Sólo una pista, una red y una final, la que se debían desde hace 11 años; dos horas y 28 minutos de batalla psicológica, puntos al límite y gritos desde uno y otro lado de la cancha. Una final con la que se salda una cuenta pendiente y que recuerda a todos, también a los que están por venir, que los viejos rockeros nunca mueren y siempre tienen una final pendiente por disputar. Que Amberes no sea la última.
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