Blog Murciego: Fenómeno Gauff

Cori Gauff eligió el peor fin de semana posible para destacar. Las medallas de Simone Biles y los kilómetros de Brigid Kosgei se repartieron todos los focos mientras una niña de 15 años levantaba en Austria su primer título profesional. Y digo primero porque sé que no será el último. Siempre es delicado escribir acerca de nuevos talentos, futuras estrellas, deportistas que desprenden tanto brillo que merecen el mayor de los cuidados, no sea que la tinta derrochada termine apagando su luz. El peligro de hinchar el globo es que el protagonista se puede quedar sin aire, pero hay veces que es tan claro que nos permitimos el lujo de saltarnos ciertas normas. Gauff es un claro ejemplo, no de alguien condenada a ser número 1 y abrazar la historia, sino de alguien dotada de los ingredientes necesarios para luchar por objetivos tan altos como los suscritos.

Medio año, es el tiempo que ha tardado Cori en salir del cascarón. Hubo un momento de negación, cuando se quedó clavada en la fase previa de Roland Garros, donde muchos pensaron que aquel diamanta todavía tenía muchas capas por pulir. Un año atrás había conquistado París en el cuadro junior, pero los más ansiosos ya esperaban verla en acción en plazas mayores. Lo que para muchos fue una decepción, para ella significó el aliciente perfecto al dolor, un boomerang donde recuperar la confianza. La suya propia y la del resto de personas. Desde entonces: octavos de final en Wimbledon, primer título en dobles en Washington, tercera ronda en el US Open y título en Linz. Cuatro torneos escalofriantes donde Gauff se convirtió en la atracción más especial, eclipsando con su relato a cualquier campeón del lugar. En términos de ranking, su apellido ha pasado de estar 320º del mundo a ser 71º. Repito, en cuatro torneos. Ni Goku en la sala del tiempo avanzó tanto en tan poco tiempo.

Sus historias en Grand Slam –donde solo Halep y Osaka pudieron cortarle el paso– confirmaban que no estábamos ante una jugadora común, más allá de su fecha de nacimiento. Jamás olvidaré su respuesta después de inclinar a Venus Williams en la primera ronda de Wimbledon. ‘¿Y ahora qué?’, le arrojó el periodista. Yo he venido a ganar el torneo”. Raza desde la cuna. Nos quedamos bloqueados con sus 15 años y, en parte, es entendible. Mientras muchos a su edad estábamos preocupados por atrapar los 150 Pokémon, ella entrena cada mañana por convertirse en la mejor que habrá jamás. En Gouff encontramos un milagro tenístico y mental adornado por un dulce destino que parece servirle en bandeja los guiones más emocionantes del show. Como en Linz, donde le avisaron con 49 minutos de antelación de su acceso al cuadro principal como lucky loser. Una segunda oportunidad, tras no haber podido superar la previa, para confirmar que todavía tenía que trazar algunos broches en esta gloriosa temporada. Siete días después, el milagro se hizo realidad, la película volvía a ser un éxito.

“Todavía estoy abrumada por lo sucedido, sigo en shock. Es una locura pensar que acabo de ganar mi primer título en la WTA, definitivamente, algo así no entraba en nuestros planes del calendario a principio de año. No pensé que sería capaz de llegar tan lejos, pero ahora soy la campeona. El día que entré como lucky loser al cuadro principal, recuerdo que mi padre me dijo: ‘No puedes perder dos veces en el mismo torneo’. Estoy segura de que él tampoco llegó a pensar que llegaría hasta aquí, pero está claro que tenía razón. Ha sido una semana increíble para mí, jamás la olvidaré”.

Corey, el padre de la criatura, hizo bien en destensar a su hija segundos después de ser repescada, pero lo hizo mejor todavía cuando la vio a punto del colapso, en el último acto. Con la estadounidense dominando 5-0 en el tercer set de la final contra Ostapenko, el técnico acudió al rescato de su pequeña para apartarla de un marcador que la estaba devorando. El error de verse con el cheque antes de tiempo es uno de los peajes más clásicos de la juventud, pero hay algunos que toman la rotonda a tiempo. En Gauff reunimos a una jugadora adelantada a su época, por tenis y por cabeza. La manera de negociar las emociones, su frialdad competitiva o el equilibrio táctico en situaciones límites son algunos aspectos que solo se entienden con una base de experiencia paulatina, no en una estudiante de 3º ESO. Si hablamos del apartado físico, la tercera pata de la mesa, es donde realmente asusta. Un terror axiomático al ver que, siendo ya un portento, la pura biología nos asegura que lo mejor está por llegar. La perfección de la máquina en su próxima actualización. No hay lagunas donde relajar la mente con esta prodigio.

Austin, Rinaldi, Capriati, Jaeger, Lucic-Varoni, Vaidisova, Seles y Sabatini. Nombres memorables que conmueven con solo mencionarlos, las únicas mujeres de la historia capaces de ganar un título WTA a una edad más temprana que Cori Gauff. Otras como Graf, Hingis, Navratilova, Serena, Davenport, Evert, Arantxa o Sharapova tuvieron que esperar más. Por precocidad, talento y personalidad, la historia la empuja a terminar entre las mejores de siempre, pero no se equivoquen, el tenis está repleto de cuentos que empezaron siendo de hadas y terminaron entre lágrimas. O peor aún, terminaron en la sombra. La irrupción de Coco –así quiere que la llamen– recupera ese pulso infinito entre paciencia e ilusión, tan difíciles de compensar cuando entre manos aparece una joya tan nutrida, valorada e influyente. Muy importante esto último, ver cómo gestionará la fama. Que le respete el camino, las lesiones y las personas. Del resto se encarga ella.