Blog Murciego: Mi sospecha con Fernando Verdasco

Después de 25 temporadas en activo, Fernando Verdasco colgó la raqueta este miércoles disputando el cuadro de dobles en Doha junto a Novak Djokovic. Teniendo en cuenta su talento y repasando su palmarés, quizá pienses que haya algo que no encaja. ¿Por qué no ganó más? ¿Por qué no estuvo más años en el top10? Voy a intentar explicarlo.

Para guardar: El inolvidable duelo de semifinales entre Verdasco y Nadal en Melbourne en 2009

Autor del vídeo: Eurosport

"Para mí, tras Rafa Nadal, Fernando Verdasco es el español con mayor potencial de toda esa generación". De poco sirvió que empezara la frase subrayando que era una opinión personal, este miércoles me asaltaron todos los lobos de Twitter al compartir un pensamiento que, por supuesto, todavía mantengo. Le tuvo que arder el móvil al bueno de David Ferrer con tantos usuarios recordándole mi falta de atención, mi osadía por situarle por detrás del madrileño. El problema es que yo nunca hablé de quién ha sido mejor –no habría debate–, sino de quién tenía más potencial según mi punto de vista. De qué jugador nació con ese caldo de cultivo diferencial, ese arsenal de golpes que le capacitaban para vencer al que se pusiera por delante. En definitiva, quién tenía mayor talento dentro de la pista, independientemente del brillo que hoy refleje su palmarés. En este sentido, Ferrer es de los poquísimos tenistas que se retiraron con la tranquilidad de haberlo dado todo, incluso de llegar mucho más lejos de lo que se esperaba. En cuanto a Verdasco… en fin, hablemos de Verdasco.
Empezaré dejando una cosa clara: Fernando Verdasco cuelga la raqueta dejando atrás una trayectoria descomunal. Solamente con su vigencia –profesional desde 2001– ya es para darle de comer aparte. Ahí quedan sus 18 temporadas ininterrumpidas dentro del top100 (!!) o su racha de 67 Grand Slams disputados de manera consecutiva, lo que equivale a casi diecisiete años sin fallar (!!!). Dos datos que revelan la dureza de un hombre que físicamente solo empezó a pinchar una vez pasó la barrera de las 35 primaveras. Fue Nº7 del mundo, levantó 7 títulos individuales en 16 finales, conquistó tres Copas Davis, una Masters Cup en dobles, finalista del Masters 1000 de Montecarlo y campeón del Conde de Godó de Barcelona. Aunque si nos preguntan por un partido, todos nos iremos directos a 2009 y aquella semifinal del Open de Australia ante su amigo Rafa Nadal. Aquel momento donde el madrileño destapó el animal que llevaba dentro, dormido en su interior hasta que Mar del Plata, dos meses antes, lo despertó. Números tiene para enterrarnos y, sin embargo, soy el primero en reconocer que me sabe a poco.
Habrá alguno, muy en el extremo, que piense que Fernando ni siquiera intentó alcanzar su máximo potencial como profesional, que no entregó su 100%. Se equivoca. Basta con mirar sus temporadas 2009 y 2010, las mejores de su carrera, donde era habitual verle profundizar en cuadros de cualquier superficie y de cualquier categoría. En 2009, y esto es solo un ejemplo, llegó al mes de agosto habiendo pisado los cuartos de final de todos los Masters 1000 programados. Fue la única manera de probarse y demostrarse que tenía madera para mirar de tú a tú los mejores, para comer en la mesa del top10, condición que conservó durante aquellos dos calendarios para luego salirse y nunca más volver. Fue el peaje de convivir en las alturas que se explica con una sencilla regla: a mayor nivel, más cantidad de partidos y mucho más apretados; a mayor cantidad de partidos, más riesgo de lesiones. No se libró Verdasco de este mal, saliendo de 2011 con una tendinitis que ya le acompañaría hasta el final de la aventura. Claro que disfrutaba de verse dentro del ring peleando con los grandes, pero hay una parte de ese éxito que nadie cuenta, aunque parezca que todos mataríamos por estar ahí.
Aquí es donde me meto directamente en el jardín, donde quiero exponer mi sospecha sobre por qué Verdasco nunca volvió a ser el de 2009-10. Lo que pienso (y perdón si estoy equivocado) es que todo el estrés vivido en aquella etapa le hizo ver la competición desde otra perspectiva. Estar en la élite del tenis no solo es ganar dinero, salir en portadas y codearte con las celebrities, también acarrea otras responsabilidades que no aparecen en las primeras páginas del manual del famoso. Todo se vuelve más duro, uno tiene menos libertad, cualquier despiste se paga caro, la obligación de ganar partidos se eleva y las críticas por perderlos también se doblan, por no hablar de la cantidad de actos y promos que van en el sueldo. Qué decir de las redes sociales, un vertedero donde insultar y difamar son los deportes con mayor número de licencias. Aunque suene radical, la vida del Nº7 del mundo no tiene nada que ver con la del Nº13, aunque en el vestuario este separadas por solo cinco taquillas. Si además eres una persona tímida, reservada y, por qué no decirlo, alguien que no gestiona bien las expectativas, de manera inconsciente puedes llegar a rechazar todos esos ‘lujos’ que sí, suponen millones de ganancias y contratos, pero vienen con su correspondiente letra pequeña en el reverso.
Antes de llegar a las conclusiones, debemos normalizar una cosa de la que no se suele hablar demasiado: no todos los tenistas profesionales sueñan con ser Nº1 del mundo. Quizá sí al principio, cuando eres un niño que no conoce cómo funciona el circuito y la dureza de cada escalón, pero una vez llegas a la última planta es decisión de cada uno elegir la gama del coche en el que te quieres montar. Hablando claro: no todo el mundo está dispuesto a pasar por ese nivel de tensión, fatiga y angustia diaria, tres valores que pueden dinamitar tu vida personal sin avisarte. Tampoco digo que Verdasco se acomodara en el top30, donde permaneció durante la mayor parte del viaje, pero quizá entendió que volver al top10 le iba a suponer un quemazón que terminaría llevándose por delante su felicidad. Y claro, ¿cómo vas a ganar partidos siendo infeliz? Su sueño desde pequeño era un objetivo hermoso que, desde el momento en que lo cumplió, pasó a ser un objetivo demasiado exigente.
Y aún así, el español siempre estuvo ahí, disfrazado de underdog en cada cuadro donde se presentaba sin ser cabeza de serie. A veces le tocaba con Djokovic, otras con Federer, la gente siempre pensaba en la mala suerte que había tenido Fernando. Seguro que si le preguntamos a Novak o a Rafa nos dirán que los desafortunados era ellos, que pese a estar en el top4 del ranking, el sorteo les había deparado un duelo con el madrileño en la primera cita. Open de Australia 2016, otro buen ejemplo. Verdasco se ‘carga’ a Nadal en primera ronda después de cinco mangas gloriosas… para perder, dos días después, ante Dudi Sela en segunda ronda. De salir a la pista sin nada que perder, a salir a pista con el imperativo de no fallar.
Personalmente, solo puedo darle las gracias a Fernando por tantísimos años de tenis, por demostrar lo enamorado que siempre estuvo de este deporte. Ni siquiera en la última etapa, cuando la rodilla y el codo le hicieron debutar en un quirófano, le importó bajar un peldaño y volver a competir en el circuito Challenger. Solo un verdadero apasionado del tenis podría recorrer ese camino. Me duele que su despedida no haya sido en un Godó o en un Mutua Madrid Open, que el tenis español no haya estado ahí para darle el homenaje que merecía. Menos mal que Novak Djokovic sí levantó el teléfono para darle el glamour necesario a un partido de dobles en la cuarta pista en importancia de un ATP 500.
Se retira Verdasco, el dueño de una derecha galáctica, el zurdo que puso a todos a bailar desde el fondo de la pista, el jugador que se quedó a tan solo seis puntos de disputar una final de Grand Slam. Se marcha a su manera, siendo una persona incomprendida por la mayoría, alguien que, por cierto, sufre de TDAH. Busquen, busquen, ya verán lo bien que funcionan estos síntomas para la concentración y la regularidad. Si me preguntan si Verdasco pudo haber ganado más, la respuesta es sí. Si me preguntan por qué no lo hizo, entonces recurriré al humor de José Mota: no te pido que me lo mejores, iguálamelo.
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