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Federer-Nadal o Djokovic-Federer: En busca de la mejor final de Wimbledon

Fernando Murciego

Publicado 16/07/2019 a las 09:59 GMT

El desenlace de Wimbledon 2019 entre Novak Djokovic y Roger Federer ha hecho que todos los aficionados del mundo del tenis girasen el cuello al pasado para rememorar aquella final mítica de 2008, hace once temporadas. ¿Cuál fue mejor de las dos? ¿Acaso se pueden comparar? Veamos antes en qué se parecen y en qué se distinguen.

Final Wimbledon 2008 vs 2019

Fuente de la imagen: Eurosport

Una vez que el reloj superó las cuatro vueltas, todos los allí presentes –y los que no también– supimos que la final de Wimbledon 2019 no era una final más. Dos leyendas enfrentándose en la pista, un nivel de tenis que muchos solo alcanzaríamos en sueños, el dramatismo narrativo según iban pasando los sets y un desenlace completamente abierto que reunió a toda la comunidad deportiva al frente del televisor y las redes sociales. Tantos fueron los ingredientes que, casi por instinto, a muchos nos vino la imagen de lo que sucedió en esa misma hierba hace justo once años. En aquella ocasión no estaba Novak Djokovic pero sí Rafael Nadal; el que no se pierde una es Roger Federer. Más tarde, en la ruda de prensa post-partido, un periodista invitó al suizo a situar ambos enfrentamientos en la balanza. ¿Son acaso las dos mejores finales que hemos visto en Londres en las últimas décadas? ¿Fue mejor la de 2008 que la de este pasado domingo?
Antes de que los haters intenten hundir el barco, partamos de una premisa clara: ningún partido puede ser igual a otro, es decir, cada uno es incomparable, con su esencia y sus circunstancias. Si además tenemos en cuenta los once años de distancia que se dan entre uno y otro, el experimento multiplica su dificultad de asimilación. Lo que sí podemos hacer es ir chocando ante los diferentes factores que, sí o sí, debería tener la mejor final de la historia de Wimbledon. En primer lugar, empezamos por sus protagonistas. Solo contando con los dos mejores jugadores del momento puede una final alcanzar las cinco estrellas de puntuación y, consecuentemente, pasar a la historia. En 2008 no había ninguna duda de quiénes eran los mejores, ya fuera en hierba, en tierra o en cemento. Sí, Djokovic se había apuntado en Australia su primer Grand Slam, pero todavía estaba lejos de irrumpir en el pulso que mantenían Federer y Nadal. Hoy por hoy, teniendo en cuenta el lugar y el momento de forma de cada gira, Federer y Djokovic partían como los principales cabezas de serie en Wimbledon, cumpliendo también con la expectativa de cruzarse en el último día de competición. Por lo visto, no va a ser fácil decantarse.
Una vez confirmadas las dos finales que todo el mundo esperaba, hace falta ver el nivel de tenis mostrado durante las casi cinco horas de batalla. ¿Y qué es hacer buen tenis? Demasiado subjetivo para definirlo, así que compartiré mi opinión. Soy de los que piensan que, en una final de Grand Slam, uno nunca puede sacar su mejor versión, ya sea por la presión de todo lo que hay en juego o porque enfrente hay un jugador de talla mundial que suprimirá algunas de tus mejores virtudes. En 2008 vimos el duelo con mayor contraste de la era moderna, un Federer que volaba sobre hierba ante un Nadal empeñado en demostrar que sobre esa superficie también se podía ganar usando un camino diferente. Esa divergencia, sin embargo, no les anuló, sino que les llevó a alcanzar la máxima expresión de sus poderes. Este domingo, Djokovic quiso ser aquel Nadal, dejando que fuera su oponente quien dominase y él quien bloquease cada embestida. Por suerte para el serbio, actualmente se puede sobrevivir mejor que nunca en pasto con esa estrategia. Separados ya ambos estilos, diré que éste Roger fue mucho mejor que el 2008, mientras que Novak quedó bastante lejos de aquel Nadal que con 23 años ya tenía el mundo en sus manos. De hecho, hace once años no hubo un solo momento de respiro ni relajación en las 4h48min que duró el duelo, una desconexión que sí palpamos este año durante el segundo y tercer set entre Roger y Novak.
Otro aspecto que hay analizar es el devenir de los sucesos, el guión del partido, la manera en que cada jugador va gestionando lo que pasa y el valor emocional con el que se llega al último renglón. Aquí creo que ambos partidos rozan la matrícula de honor. La final de 2008 tuvo incluso más dramatismo debido a las interrupciones por lluvia, la ausencia de techo, la llegada de la noche, la falta de luz, etc. Nada de eso aconteció este domingo, poniendo la guinda a un torneo que no sufrió ninguna alteración meteorológica en quince días de acción. Volviendo a la emoción, una carta fundamental para catalogar estos partidos, la imposibilidad de señalar un favorito en el inicio del quinto set, incluso una vez superada la barrera del 6-6, coloca de nuevo a ambos escenarios en un empate técnico. Por si faltara algo, en ambas finales se salvaron dos bolas de partido, solo que a Nadal en 2008 no le pesaron tanto como a Federer en este 2019. Demasiadas coincidencias, ¿no creen?
Tampoco hay que olvidarse de la historia que envuelve al enfrentamiento, lo que representa cada jugador y lo que hay en juego. ¿Es ‘solo’ un título de Grand Slam o es algo más? Hace once años vivíamos el apogeo de una rivalidad que hoy todavía perdura: Nadal-Federer. El español ganaba todo en tierra y el suizo ganaba todo fuera de ella. Hasta que llegó 2008, lugar donde el balear había perdido las dos últimas finales, y le dio la vuelta a la tortilla. El campeón de Roland Garros ahora también lo era de Wimbledon, desbancando semanas después al helvético del Nº1 mundial. Obviamente, aquello fue muchísimo más que un simple trofeo. En cuanto a la final de 2019, sí es cierto que representa la quinta corona de Djokovic en el AELTC, imposibilitando al mismo tiempo que Roger igualase las nueve de Navratilova, pero el escenario no invita a ir mucho más allá. Por supuesto que estamos ante una rivalidad genialmente construida e instalada en el circuito desde tres lustros, pero no estaba en juego un ‘cambio de ciclo’ tan evidente como lo había en 2008. Para Novak es un Grand Slam más que le reafirma como el Nº1 que es, ni siquiera era la primera vez que superaba al helvético en su jardín particular. No penséis que sea fácil, simplemente no añade nada nuevo a lo que ya podíamos haber vivido en temporadas anteriores.
Por último, ya solo nos queda por conocer el poso que dejará cada partido. El de 2008 fue obvio, la amenaza real de un Rafa Nadal que ponía punto y final a un reinado de casi cinco años e implantaba un interrogante en la casilla del suizo. Después de aquel encuentro, fueron muchos los que dudaron por primera vez de Federer, los que creyeron que sus días de gloria se habían terminado. Una década después, no solo se equivocaron, sino que nos ha demostrado varias veces su vertiente extraterrestre, capaz de reinventarse sea cual sea la adversidad. La final de 2019, lo que nos dice es que ese mismo Federer todavía pelea como si tuviera 28 años, pero ahora son dos y no uno las leyendas que caminan a su vera. Es decir, más posibilidades de que salga cruz en la moneda. Durante las 4h57min de batalla que presenciamos este domingo, el de Basilea fue superior en todo, en cada una de las estadísticas, pero falló en el alambre, justo cuando el marcador requería de orden y no de magia. Con casi 38 años, el análisis puede ser catastrófico si pensamos que oportunidades como ésta no vendrán cada día, pero también puede ser optimista, entendiendo que, a este nivel de juego, el suizo debería ser candidato firme a llegar lejos en el próximo US Open. Respecto a Djokovic, la vida seguirá igual para él. Dicen que no jugó mejor, que le falta carisma o que no tiene tanto tirón como Nadal o Federer. El tirón de verdad es el que da él a los trofeos, superior a todo el mundo cuando está la historia por medio.
Recapitulando. La final de 2008 tuvo un nivel de tenis más alto y regular, además de una historia detrás que le dio ese tinte épico al ver cómo el alumno derrotaba al maestro. La final de 2019, con unos protagonistas diez años mayores, es el reflejo de que por encima de los 30 todavía se puede rendir a un nivel espectacular, desprendiendo ese toque añejo casi poético. Para Roger, el único que estuvo presente en ambas citas, solo existe una similitud: “Ambas finales las perdí, es la única semejanza que veo”, afirmaba entre risas. No debería de cambiar un juicio dependiendo de quien gane el último punto del encuentro, pero aquí no vamos a engañar a nadie. Si en 2008 no hubiera ganado Rafa, este debate quizá no existiría. Y quizá por eso fue mejor final, porque ganó quien tenía que ganar. Si este domingo no hubiera ganado Djokovic, igual ya no lo tendría tan claro.
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